Liv Ullmann, las otras caras del éxito
En el verano de 1975, Ingmar Bergman vio por azar algunas fotografías en que figuraban las actrices Bibi Andersson y Liv Ullmann, que eran amigas desde poco antes. En un estado que él mismo describió después como «febril» (tenía una infección en un oído), se le ocurrió que ambas se parecían y concibió un argumento en el que dos mujeres llegan a un curioso intercambio de situaciones anímicas o, quizá, de identidad. Hasta ese momento, Ribi Andersson ,había actuado en siete películas suyas a través de un decenio. Pero Liv era una actriz noruega, con alguna experiencia en teatro y cine, a la que Bergman sólo había visto diez minutos. Un año después, la idea se convirtió en Personal una película fascinante y misteriosa, una reflexión antes que una narración.Persona cambió radicalmente la vida de Liv Ullmann. En los cinco años siguientes, la actriz vivió junto a Bergman, protagonizó tres películas suyas (La hora del lobo, Vergüenzo, La pasión de Ana) y tuvo con él una hija, Linn. En 1971, cuando llegó la separación y Bergman pasó a su quinto matrimonio (con Ingrid von Rosen), la actriz era un nombre internacional, con varias películas en Estados Unidos e Inglaterra, importantes actuaciones teatrales y después una nota de portada en el semanario Time (4-XII-72). Es característico, sin embargo, que Bergman no haya roto totalmente con ella y la haya incorporado a su peculiar harén de ex esposas. Fue después de la separación cuando Liv Ullmann hizo con Bergman sus mejores labores: Gritos y susurros, Secretos de un matrimonio, Cara a cara, El huevo de la serpiente, Sonata de otoño, entre una intensa labor en teatro y cine. Emprendió un libro, además. En 1972 había declarado a Time: «Quiero escribir sobre lo que supone ser una mujer en este siglo, donde todo ha cambiado.»
Senderos (Changing)
Liv Ullmann. Editorial Pomaire. Barcelona, 1978.
En 1976, el libro apareció con sutil modificación de título, como Changing (Cambiando), que alude a una evolución en tiempo presente. En 1978, la edición española se titula, razonablemente, Senderos y cumple ese propósito, porque es más un autorretrato que una autobiografía. Los datos biográficos están allí: el nacimiento en Tokio, la familia, la guerra, la educación teatral en Londres, el primer fracaso en la Academia Dramática, el primer éxito en El diario de Ana Frank, el abundante teatro, los cinco años con Bergman. Y, sin embargo, no es su biografía lo que le importa. Deliberadamente quiebra el orden cronológico, apunta recuerdos a medida que le surgen, y los transcribe en frases concisas que pueden prescindir de los verbos y que operan como pequeñas pinceladas del cuadro.
Los colores de esa paleta son tan variados, y su trazo tan intenso, que en un texto asombrosamente breve surgen enteras la actriz y la mujer. A veces, la actitud es introvertida y llega sin retórica a la poesía para evocar la muerte de su abuela, el reencuentro con un viejo tío o el diálogo de dos bicicletas que son madre e hija. A veces es irónica para describir el boato de Hollywood, la hipocresía de un astro famoso y anónimo o los impulsos proselitistas de Vanessa Redgrave. A veces da salida a una niña interior, con sus temores incesantes ante la oscuridad, la violencia, la autoridad, la idea de la muerte. Y a esa niña se sobrepone una mujer adulta, que concentra en dos páginas un manifiesto feminista e irrefutable sobre el tratamiento que la sociedad da a ambos sexos («Cuando un hombre y una mujer no se casan, es la madre la que tiene un hijo ilegítimo», página 191), que examina gestos de niños y animales para saber aprovecharlos como actriz, o que se critica por saberse dividida sin remedio entre un hombre, una hija, una profesión y el mismo libro que está escribiendo.
Buena parte de las pinceladas se dirigen a admirar, impugnar, exaltar y aborrecer a Ingmar Bergman, sabiendo sin error que ese hombre es un genio, que la neurosis; es un precio a pagar y que la convivencia sólo es posible en plazos cortos, como otras mujeres lo supieron antes que ella. Junto a un hombre mediocre, la actriz no habría. llegado a la fama, pero después de un hombre talentoso sintió la necesidad de revalidarse a sí misma, con lucidez y sin concesiones, igual que la Nora de Ibsen que tantas. veces recreó en Casa de muñecas. Eligió terminar su libro diciendo «Puede que sea el reino perdido de: la. infancia lo que estoy buscando constantemente », pero antes; había sabido escribir: «Lo mejor que puede pasar con el éxito es saber que no vale la pena suspirar por él.»
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