El arte de interpretar
Emile Ajar es el nombre tras el que se esconde un escritor afortunado que, con su novela La vida ante sí, ganó el premio Goncourt hace tres o cuatro años. Su estilo peculiar, su mundo, mezcla de humor y miseria, en tomo a la prostitución, en la que nacen los más cálidos alientos familiares, hacían de este libro tema adecuado para un público como el cinematográfico, siempre agradecido a cierta mezcla de patetismo y folklore.Esta Madame Rosa, superviviente de un campo de concentración, antigua prostituta, a su vez, y madre adoptiva de un muchacho árabe en su albergue para jóvenes descarriados, llenaba en el libro y llena en el filme, con su valor, su humanidad y su vocación maternal, páginas e imágenes en cierto modo inolvidables.
Madame Rosa
De la novela de Emile Ajar La vida ante sí. Dirección: Moshe Mizrahi. Intérpretes: Simone Signoret, Claude Daphin y Samy Ben Youb. Dramático. 1977. Local de estreno: Madrid 3.
Pero es el caso que, por tratarse de un tema genuinamente judío, se ha elegido precisamente a un realizador judío para llevarlo a la pantalla, y la experiencia no ha dado el resultado apetecido, no por exceso de pasión, lo cual estaría de alguna manera justificado, sino precisamente por un esceso de frialdad, con lo que viene a demostrarse. una vez más, aquello de que lo que se ama no es lo que mejor se domina, al menos en el campo del arte.
Moshe Mizrahi, que ya realizó en Francia su primer filme, una comedia en clave de farsa con el título de El padre de la muchacha, no ha acertado en este caso. No sabe mantener un estilo personal o uniforme, ni tan siquiera concreto, dejando que la historia se le escape en múltiples e ineficaces variaciones. No sabe dar a esa historia la fuerza dramática que el tema requería e, incluso, se ve obligado en ocasiones a servirse del relato en «off» para explicarnos sentimientos y pasiones, allí donde la fuerza de sus imágenes no llega.
Quien llena y salva la película es Simone Signoret, en gran diva brillante, elocuente, eficaz, sin intentar ocultar el paso de los años por su rostro y figura, sino aceptándolo y aun ha.ciéndolo más patente con la ayuda de un cruel maquillaje. Su imagen perfecta, como su interpretación, su humanidad, su patetismo, cruzan de un lado a otro el filme, con una autoridad que recorre toda la gama de matices, desde su orgullo de raza, a la melancolía de su maternidad frustrada y recompensada a las puertas de la muerte. Un recital, en suma, que, como antaño se decía, ningún buen aflicionado debe ignorar.
Babelia
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