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Reportaje:

El Metro, en Madrid, una feria en el subsuelo

Quien no haya deambulado hace tiempo por el Metro madrileño no sabe lo que se pierde. Las frías paredes, repletas de empujones, ya no son tales, sino abigarrados muestrarios de colorines, de palabras impresas que acaban perdiendo su sabor semántico-propagandístico y se difuminan en el limbo de lo simbólico, del verbo como entidad cada vez más abstracta, collage imposible de estéticas, intenciones, promesas, cuyo único denominador común es la especie de plasta inconfesable y pegadiza que las une y la uniforma.

El hecho es que este Metro incómodo y desvencijado, en el cual somos conscientes de pisar el mismo suelo que nuestros ancestros más lejanos, se ha convertido no sólo en un viaje a través del tiempo y el espacio que abarca Plaza de Castilla-Portazgo, sino en otro delirante repleto de sonidos, colores y olores que se suman al tacto habitual.Ya queda dicho, el Metro parece una verbena. Sobre todo en según qué estaciones de intercambio (Cuatro Caminos, Quevedo, José Antonio, Argüelles, Sol, Callao). Tanto el que finaliza su tripi subterráneo como el que lo inicia en alguna de esas sub-estaciones, puede con facilidad encontrarse encandilado por un sonido extraño, de evidentes resonancias hindúes. Puede ser, sin ir más lejos, Claudio, un tipo que tañe la vina (instrumento hindú, algo más pequeño que el sitar) en Quevedo tras haber realizado un curioso periplo que le llevó de Italia a la India, pasando por Nepal, y finalmente nos ha aterrizado aquí, en la meseta. Y es que entre nosotros y por supuesto ignorado existe un estupendo maestro de vina. Claudio no da su nombre, de hecho te mira con cara rara haciendo ver de manera ostensible, pero pacífica, como algo distanciada, que su vida no interesa y que por lo demás él está allí, sentado en el suelo sobre una manta y tras la funda de su instrumento un poco por practicar y otro poco por sacarse la pasta que le permite ir tirando.

Los chavales que le están mirando, apoyados en la pared, parecen tener tan poca prisa como cuando escuchan el guitarreo eléctrico e inmisericorde de El Zurdo y un compañero musical de cloaca. El Zurdo salió del Metro un tiempo para intentar llevar adelante un grupo llamado Cucharada. El Zurdo es muy bueno y el grupo resultaba interesante. Sin embargo tal vez algún sentimiento atávico unido a la escasa rentabilidad de los grupos de rock hispanos le devolvieron a estas catacumbas malsanas que gracias él, a sus amplificadores a pilar, a la niña que juega abstraída junto a la recurrente funda abierta (depósito obvio pero no impositivo de donaciones) o a otras cosas, se comienza a llenar de vida estable,

En el Metro, hoy, puede escucharse de todo, desde blues hasta hillbilly, desde rock hasta canción popular, violines, guitarras, percusión, flautas.... lástima que la acústica de nuestros túneles no sea tan espectacular como la de los parisinos. Allí todo resuena mucho y entonces sales, y sumido en ecos que no sabes de dónde vienen, contemplas aterrorizado la enorme mole del arco del triunfo y la cosa resulta mucho más cercana aquí, en Bilbao.

Pero es que, además de músicos hay puestos ambulantes que llenan los túneles. Hay tebeos (incluso Conan, de cuando en cuando), posters horteras, otros que no tanto, junto a un tipo que trafica con prendedores y sándalo , hay otro que se vende unas puntillas hechas a mano por una máquina innominada. Paseas por allí y el sol del bazar se ha convertido en bombillas de neón. ¡Lástima que no tengan nada de comer! Pero ¿quién puede comer en un Metro madrileño? También hay bolígrafos y muñecas. Según la época, surgen por aquí y por allá los héroes infantiles de TVE sentados junto a los madelman, que son mercancía imperecedera. Se puede salir de allí con una pulsera o un colgante con el propio nombre o el de la persona a regalar. Lo progre, enrollado, cutre, hortera o nostálgico se dan la mano con una respetuosa ignorancia del vecino.

Solamente la policía recuerda, a ratos, que este templo tiene un fin puramente transitorio y que el mercadillo, el tinglado este, subvierte su función establecida.

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