Mc Laughlin, Coryell y Lucía, un concierto para no olvidar
McLaughlin, Coryell y Lucía, o lo que es igual: lo imposible en la guitarra. Los públicos de Barcelona y Madrid se han enfrentado a un concierto que mostró las guitarras acústicas en un esplendor y unos recursos que por lo visto y escuchado se sitúan mucho más allá de lo que el público esperaba.En realidad, tanto el concierto como los prolegómenos al mismo fueron extraños. McLaughlin se quedó tirado seis horas en el aeropuerto, no se sabía con certeza si se iba a realizar rueda de prensa o no. Pero se hizo. McLaughlin, con una media sonrisa educada y distante, frío como un témpano de hielo, iba soltando sentencias tipo: «Mi música es algo espiritual, es un lenguaje que finalmente expresa el amor.» A esto, Paco de Lucía asentía como encandilado, mientras Coryell, empeñado en chapurrear un mal castellano, se esforzaba por caer simpático. De repente, Paco y McLaughlin se sumían en una conversación privada, y allí todo el mundo esperando nuevas revelaciones esotéricas. John McLaughlin posteriormente se dedicó a probar una guitarra española de tres mástiles, que había aparecido por allí envuelta en una funda parecida a la que contenía el elefante de El pequeño príncipe.
El Pabellón del Madrid, prácticamente lleno, escenario vegetal, veinte minutos de retraso, y sale Larry Cloryell, que de entrada y como conociendo a la gente se lanza a un tema rapidísimo y marchoso, en el cual introduce todos los trucos que conoce. Asombro, y Coryell continúa con dos temas: uno de Chick Corea, con inclusiones de Albéniz y la Danza espiritual. La gente con este comienzo estaba ya entregada, y sale Paco.
Paco de Lucía era, en aquel ambiente, el elemento exótico, aunque familiar. La pura verdad es que tardó en entrar.. Parecía intentar competir en velocidad con sus dos colegas, pero su música no pasa necesariamente por ahí. En el último tema que tocó solo llegó, sin embargo, casi al máximo. Dé allí surgía la noche, la mañana, el día y la tarde; descripciones clarísimas de ambientes de vidas, de paisajes, a través de una guitarra que habla.
A la música impresionista de Paco siguió la de McLaughlin. Y aquello se caía. Si Coryell es rápido y buen músico, no por ello deja en ciertos momentos de resultar trivial, postura en la que McLaughlin no cae jamás. Sus punteos aparecen y desaparecen, rasgueos como trallazos, un juego de artificio espectacular y lleno de sentido. Y una versión preciosa del Goodbye Pork Pie Hat, de Mingus. Media parte, despertar del sueño.
La segunda comienza con dúos. Coryell-McLaughlin, Coryell-Lucía (Sol de media noche, de Al Di Meola). Y McLaughlin y Paco, con Inner Worlds. Estaba bien, pero lo más impresionante había de ser el trío. Cuatro temas que finalizaban casi tres horas de actuación. Aquí se echó de ver que cuando Paco punteaba, la rítmica bajaba notablemente.
Y con ello acabó un concierto bellísimo y alucinante, una de esas cosas que pasan y nadie sabe como fueron.
Babelia
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