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Reportaje:

Para Arabia Saudita, la amenaza de inestabilidad obedece a factores externos

Desde el punto de vista occidental, Arabia Saudita es el país más importante y vital, incluso por encima de Irán, dentro de este mal llamado «arco de crisis». Primero productor y exportador mundial de petróleo, el reino de Arabia Saudita mantiene desde hace años unas relaciones excelentes con las principales capitales de Occidente y, pese a que sus especiales características le hacen potencialmente un país volátil por excelencia, nada hace pensar a priori que estas relaciones vayan a modificarse a medio plazo en un similar o parecido sentido a los cambios experimentados en Irán.

Y, sin embargo, Arabia Saudita es quizá el centro de mayor preocupación en estos momentos de los planificadores y analistas de los centros de poder de Occidente. Esta preocupación parte, sin duda, de que sobre las espaldas de un viejo monarca, el rey Jaled -y sobre su habilidad para mantener bajo su regida una extensísima familia real y un sistema basado en el reparto familiar de poder sobre dos hermanastros, 2.000 primos, tíos y parientes- descansa el 25% de las necesidades exteriores de petróleo en Estados Unidos, casi el 50% de las europeas y la estabilidad de una región en ebullición constante debido al problema endémico del Oriente Próximo y al más reciente de Irán.Los Gobiernos de Europa y Estados Unidos mantienen, desde la Segunda Guerra Mundial, unas relaciones especiales con este reino, tan sólo afectadas por las periódicas explosiones en el conflicto árabe-israelí. En 1974, por ejemplo, durante la guerra de Octubre, Arabia Saudita capitaneo el boicot petrolífero a Occidente con un mecanismo de presión a Washington y Europa. Pero, al margen de estas acciones de presión política interina, el reino saudita fue y sigue siendo profundamente occidental y, de hecho, ni siquiera mantiene relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. Sus dirigentes son, además, conservadores islámicos, profundamente anticomunistas y antisoviéticos y, hasta cierto punto, líderes del movimiento antimoscovita dentro del mundo árabe.

Desde el brusco cambio que la crisis de 1974 provocó en las relaciones entre los países de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) y los consumidores, Arabia Saudita se ha convertido, también, en una pieza esencial dentro del equilibrio interno del mundo occidental. Con unos ingresos anuales por ventas de petróleo superiores a los 15.000 millones de dólares, Arabia Saudita ha depositado en los bancos europeos y norteamericanos más de 50.000 millones de dólares. Si, ahora, por una decisión política, retirara sin previo aviso estos depósitos, nadie duda que la catástrofe sería inconmensurable. Y existen muchas personas que piensan, como sugirió el ex secretario de Estado, Henry Kissinger, a raíz de la crisis de 1974, que Estados Unidos podría considerar una acción de este tipo como casus belli.

Las condiciones del reino

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La inclusión de Arabia Saudita por Zbigniew Brzezinski, sucesor de Kissinger en la presidencia del Consejo Nacional de Seguridad de Estados Unidos, en el tan airado «arco de crisis», obedece más a los peligros externos que afronta que a los internos. Las condiciones mismas del reino saudita, con cuatro millones de habitantes, una renta per capita superior a los 11.000 dólares, una estructura feudal, una religión islámica enraizada en la esencia misma del ciudadano saudita y una política institucional de respeto y apoyo a estas creencias, alejan a simple vista cualquier posibilidad de que se repita en este país la experiencia iraní.

Estabilidad interna

Los peligros de una desestabilización parten, teóricamente, de la amenaza exterior y, por extensión, de factores externos como el conflicto de Oriente Próximo. No obstante, sería excesivo afirmar, dentro del contexto de la política interna, que Arabia Saudita es un país internamente estable. Tan sólo hace dos años y medio, el rey Faisal fue inesperadamente asesinado por un sobrino y, pese a que no hubo problemas de sucesión apreciables, el sucesor, rey Jaled, gobierna más sobre una estructura familiar que sobre un Estado moderno. Más de 5.000 personas componen esta familia y la excesiva opulencia en la que sus miembros viven en un país desértico y la ausencia de posibilidades de expansión individual, hacen que muchas veces las relaciones interfamiliares se conviertan en problemas o cuestiones de Estado.

Estos problemas pueden ser sólo teóricos a la hora de considerar los externos. Arabia Saudita está rodeada por vecinos adversarios o potencialmente hostiles. En el sur está instalado un régimen mucho más pro soviético (Yemen del Sur) de los que los sauditas pueden aguantar y si su intervención en dicho país no ha sido más evidente quizá sea porque Arabia Saudita carece hoy de unas fuerzas armadas efectivas. Sin embargo, el Gobierno de Riad ha apoyado, sin ningún tipo de escrúpulos, al pro occidental Yemen del Norte con armas y dinero. También lo ha hecho (y quizá Egipto disfrute por eso de una posición económica menos ahogada de lo que en realidad debía ser) con el Gobierno de Sadat, de Egipto, en un esfuerzo mucho más orientado a evitar un régimen radical árabe en dicho país que para equilibrar la balanza militar en el conflicto egipcio-israelí. Ha propiciado también una solución pro somalí en la perdida (para los intereses occidentales) guerra del Ogaden entre Somalia y Etiopía. También ha buscado una acomodación con Siria e Irak, países que sin que sus regímenes sean del agrado de sus dirigentes, los ha sabido mantener alejados de sus intereses internos.

Gente tranquila

Por eso, quizá, Arabia Saudita sea ahora uno de los países donde el caso iraní pueda tener una repercusión importante. No, claro, por los condicionamientos religiosos del problema chiita, sino más por problemas de geopolítica y estrategia defensiva. Un funcionario saudita presentó así el problema ante un enviado de una revista norteamericana: «Nuestra preocupación no son los levantamientos internos. Nuestra gente es muy tranquila. Lo que nos preocupan son todos esos cubanos (el cuerpo expedicionario cubano presente en Etiopía y otros países africanos) en nuestra periferia.»

Planes de creación de un frente común

El Gobierno norteamericano, dentro de la estrategia defendida por Brzezinski, ha sabido capitalizar al máximo esta paranoia saudita hacia la amenaza comunista con una política que, fundamentalmente, persigue mantener bajo control occidental todos los países estratégicos de la ruta del petróleo en la región. Es sabido que Estados Unidos mantiene en secreto unan fuerza de intervención especial en defensa de los pozos de petróleo de Arabia Saudita (se decía que para evitar su inutilización dentro de un eventual conflicto árabe-israelí generalizado), pero ahora la política del presidente Carter ha ido más lejos al propiciar un rearme multimillonario de las escuálidas fuerzas armadas sauditas.

Y para que no exista ninguna duda de cuales son las intenciones de este rearme (pese a las quejas israelíes sobre las autonomías de los F- 15 y su poder de ataque), el viaje que esta semana ha emprendido a la región el secretario norteamericano de Defensa, Harold Brown, lo deja todo bien claro. Brown ha propuesto a los sauditas, en la primera parada de su viaje, la formación de algún tipo de alianza (que sin el precedente de la crisis iraní se hubiese considerado anti-natura) entre todos los regímenes pro occidentales de la región. Esta alianza, al margen de la CENTO existente (Turquía, Irán -a punto de retirarse-, Pakistán, Gran Bretaña y el asociado Estados Unidos), debería incluir a Israel, Jordania, Egipto y Arabia Saudita. Su objetivo: contrarrestar la influencia soviética en la región.

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