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Crítica:CINE/" ¡QUE VIVA ITALIA!"
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La imaginación, en crisis

En 1963 realizó Dino Risi Los monstruos, en el que, burla burlando, satirizaba aspectos de la nueva sociedad italiana del milagro económico, un país aún sin ciertos problemas políticos o económicos, volcado hacia Europa, en cierta medida ufano, satisfecho, mirándose en el feliz espejo de su propia abundancia. A partir de unos cuantos hallazgos divertidos y un puñado de actores excelentes consiguió un filme humano y jocoso, en el que, como en todo buen humor, éste trascendía, hasta dar la medida de un mundo grotesco entre la comedia tradicional y el esperpento. Al cabo del tiempo se ha recurrido a parecida fórmula, pero tanto tiempo después que resulta hasta cierto punto explicable que tal empeño haya acabado naufragando. El tiempo no pasa en balde, y mucho menos el tiempo cinematográfico.Lo que más llama la atención en este ¡Que viva Italia!, título para la exportación de Nuevos monstruos, es comprobar cómo el grupo de guionistas que lo firman apenas han conseguido aportar alguna novedad a sus hallazgos anteriores. Son los mismos del primer filme, no renovados, sino rejuvenecidos artificiosamente como por una hábil operación quirúrgica que, a cambio de estirarles la piel, hubiera vaciado sus cabezas. Hasta tal punto resultan las historias huecas, gratuitas, superficiales, tontas; hasta tal punto dejan tras sí una triste sensación de impotencia.

¡Que viva Italia!

Dirección: Mario Monicelli, Dino Risi, Ettóre Scola. Intérpretes: Vittorio Gassman, Ornella Mutti, Alberto Sordi, Ugo Tognazzi, Gianfranco Barra, Oriena Berti, Luigi Diberti, Eros Pargni, Yorgos Voyagis. Comedia. Italia, 1977. Local de estreno: Bulevard

Son los actores, al menos los tres principales, Sordi, Gassman, Tognazzi, quienes las elevan a la categoría de comedias, a pesar de que también los años les hayan castigado, a pesar de que en ocasiones rocen los límites de la pura bufonada.

Sólo hay que ver a Sordi en su papel de aristócrata romano o a Gassman en el de cardenal para comprobar cómo estos dos grandes monstruos de la escena saben mantener una categoría imposible de alcanzar por tanta eterna promesa como esa Ornella Mutti, auténtica muestra de animal cinematográfico incapaz de asomar más allá de la habitual silueta de sus carnes. Es como si el cine italiano, la comedia italiana, al igual que toda la Europa actual, traumatizada por tanto filme pedante, padeciera a su vez un mal especial capaz de anquilosarla, un período estéril que le obligara a echar mano de los divos de siempre en lo que se refiere a guionistas, actores o realizadores.

Como en tantos aspectos del arte actual o del simple espectáculo, el cine parece padecer una crisis de imaginación de la que este filme es buena muestra. Torpe, aburrido y blando, cuando no sentimental, ni nos irrita ni nos conmueve. Realizado por razones extracinematográficas, esperemos que, al menos en lo que a ellas se refiere, cumpla, en lo económico, con la honesta intención de sus realizadores.

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