La cosa cívica
El anteproyecto de] centro cívico-comercial de La Vaguada es una cosa que nos ha dejado ahí el alcalde alcaldable, el tautológico señor Alvarez Alvarez, el de la sonrisa Luciani, como su testamento municipal por si no vuelve. O por si vuelve.La cosa cívica en La Vaguada, tal y como la presenta el señor Alvarez Alvarez, es un mal rollo. Yo no creo que este señor quiera ser otras cosas políticas además de alcalde, sino que ha encontrado en el vuelo sin motor de la política un bello maratón dominguero -como aquellos que él organizaba, con calzoncillos o sin- para escapar de la Casa de la Villa a su manera. Cada maestrillo tiene su librillo y cada alcaldillo tiene su estribillo. Yo fijé aquí, en página indeleble, en lámina literaria que recogerán las hemerotecas, la salida de Arespacochaga, un grabado como de don Ricardo León, cuando el caballero aliancista besaba cuadros, madonnas y madonninas, tocaba maderas y se iba vencido, pero digno; digno, pero con un puro taurino en la boca.
Alvarez Alvarez, naturalmente, es de otra escuela, tiene su propio estilo, es, como ya he dicho aquí, celuloide rancio, él se lo monta a lo Harold Lloyd y le ha parecido más gracioso salir por la ventana, montado en la Biblia Nácar-Colunga de los catolicoherrerianos, para seguir con sus idas y venidas, sin ninguna utilidad, por el cirio de las elecciones generales, hasta que el caballo de Calígula, con esa severidad de cónsul que tienen los caballos, le pregunte, como en la fábula, a la ardilla municipal:
Tantas idas y venidas ¿son de alguna utilidad?
Lo que pasa es que Alvarez Alvarez va comprendiendo que en el Ayuntamiento ya tiene poco que hacer, frente a un Tierno con pedestal incorporado naturalmente a su figura por la opinión popular, o frente a un Tamames que está como nunca después de la hepatitis, que ha sido una hepatitis de reflexión, lo suyo, y va y dice de pronto cosas tan buenas como ésta:
-Lo del centro-cívico de La Vaguada son cosas de Alvarez, divagaciones de una tarde aburrida de otoño.
Peor que eso. Ramón del alma mía: peor que eso. Se trata del testamento que el alcalde de sonrisa Luciani les deja como ex a sus feligreses de La Vaguada y el barrio del Pilar, o sea un jardín consistorial cerrado para muchos, paraíso abierto para pocos, como el de Soto de Rojas o cosa así, jardín y paraíso prometidos y previos a la zona y parte comercial, donde irrumpe una autopista como un ejército de cemento y muertos, y donde se van a erguir los híper y súper zozobradores e innecesarios, en tierra de franceses, que siempre se nos ha dicho que La Vaguada era francesa, cosa que nunca quiso ser la Virgen del Pilar, como todos sabemos y bailamos. ¿Y de cuándo les viene a los franceses esa finca?
Quizá de Pepe Botella, quizá del Dos de Mayo, quizá se la ofrendó Franco a De Gaulle, cuando se dieron el abrazo en El Pardo las dos grandes carrozas del integrismo nacionalista tardoeuropeo. El origen francés de La Vaguada parece que se pierde en la noche de los tiempos y los legajos. A quien me dice, optimista, en estos tiempos democráticos y criminosos, que ya no hay Pirineos, yo le respondo escéptico y asténico: -Pero hay Vaguada.
El testamento municipal de Alvarez Alvarez, que nos lo hemos leído ante notario, dice que el centro cívico será un ágora, y lo que no especifica es si los vecinos del barrio, obreros cualificados y empleados de clase media, deberán de bajar en clámide al ágora o lugar de encuentros, a vivir en un Yo, Claudio permanente, televisivo e indefenso. Alvarez, en su Agora/Vaguada, quiere hacer de cada lumpem un Claudio antes que un ciudadano digno, democrático y confortable.
-Es la alienación por arriba, otro viejo truco de la derecha -salta el parado, que tiene esquina puesta en mi barrio, como saben, y familia por La Vaguada. Irrumpe asimismo en La Vaguada, por últimas voluntades de Alvarez, un aparcamiento para 4.000 coches. ¿Qué paz ni qué ozono ni qué leches tratantes puede haber en un ágora de 4.000 motores, que son 8.000 caballos, y no precisamente de cuádriga romana? Entre Harold Hoyd y Robert Graves, el señor Alvarez/Luciani subió ayer al cielo de los políticos grandes. Suárez le acoja en su seno.
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