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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Necesidad de una "ruptura" en la política científica

Ingeniero industrialPara iniciados o incluso simplemente interesados por los temas de la ciencia y la técnica. España es caso único en el panorama mundial: país industrialmente avanzado, con estructura de investigación básica y aplicada que escasamente supera la de países subdesarrollados. Los datos sobre cuantía de asignación presupuestaria, relación personal investigador/ población, des equilibrio de la balanza de compra-venta de tecnología, de pendencia industrial.... empiezan a ser cotidianos, pero si juzgamos por los hechos, la investigación está ausente del momento de cambio del país. Tratando de justificar, podemos esta ausencia, podemos vislumbrar una cierta incompatibilidad entre política científica y política coyuntural, que es la que ha ocupado los tres años del actual período político. Pero la situación global de nuestra investigación científica y de desarrollo es grave, y la vida cotidiana de los equipos y centros de investigación, crítica.

Una vez más estamos ante una situación heredada, pero con el agravante de que en los tres años transcurridos no se ha modificado ni tan siquiera la estructura programática del pasado reciente. La «ruptura» tampoco se ha producido en materia de política científica y el Congreso Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) desde su sede de ciclópeas columnatas sigue ambicionando «la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias, destruida en el siglo XVIII», que reza en su ley fundacional de 1939.

Ciencia y realidad social

Ciencia y técnica son actividades que involucran colaboración social, es por ello que toda política científica y tecnológica, por lo que ha de tener de inserción y de reflejo social, sólo pueden tener validez para un área y circunstancias determinadas. No queremos decir que las grandes líneas maestras han de ser eminentemente coyunturales ni objeto de continua revisión, pero sí que al variar en profundidad un conjunto de coordinadas básicas: cambio institucional político; reajuste de nuestra presencia en las áreas económica, científica y técnica mundial; nivel de desarrollo material alcanzado; capacidad de innovación del sector industrial..., resulta necesario el redefinir y explicitar ciertos aspectos básicos de política científica y tecnológica.

Es más que dudoso, pese a las declaraciones de principios fundacionales del CSIC, que en España haya habido una política científica definida, pero si la hubo, no sería hoy acorde con el momento actual. Sólo un par de ejemplos como botones de muestra: uno, el centralismo político padecido llevó a que prácticamente el 50% de los doscientos centros del CSIC se ubicasen en Madrid mientras en el País Vasco no se implantaba ninguno; dos, la idea del investigador propugnada por el presidente del CSIC, Lora Tamayo, cuando los definía como «Un grupo de hombres que viven consagrados a la investigación, animados de una gran ilusión de servir al país, sin preocupaciones ideológicas de ningún tipo, con los que el Gobierno puede contar siempre».

Como afirma Merton, sin duda el padre de la «ciencia de la ciencia»: «La dictadura organiza. centraliza y, por ende, intensifica las fuentes de revuelta contra la ciencia que en una estructura liberal permanecen desorganizadas, difusas y a menudo latentes.» Una sociedad vertical, piramidal y no igualitaria genera una ciencia piramidal y no igualitaria y plantea una organización social de los equipos humanos que a ella se dedican miméticamente acorde con este esquema; el diagnóstico hasta aquí es fácil, los problemas surgirían al intentar adecuar la concepción de la ciencia a una sociedad que pretendiese ser horizontal, democrática y social.

No es intención de estas líneas el presentar programa ni alternativa a situaciones vigentes. Asumimos las «Propuestas para el desarrollo de la investigación en una España democrática», elaboradas el pasado año desde una amplísima plataforma pluripartidista de profesionales de la investigación. Sólo pretendemos, desde fuera de la investigación oficial, reflexionar sobre algunos temas colaterales a la misma: dependencia científica y tecnológica, redefinición del científico, problemas en el CSIC...

Dependencia científica y tecnológica

Si adoptásemos la división de la sociedad establecida por Mallmann en sistemas: de creación, de producción, de gobierno y de realimentación o crítica, tras el reajuste que evidentemente se está produciendo en nuestra sociedad, es el sistema creativo, en el que se englobaría como subsistema la investigación científica y tecnológica, el que se encontraría a la zaga.

La autarquía hoy no es defendible ni viable en el terreno científico, y menos aún en el tecnológico. Irremediablemente hemos de seguir comprando tecnología externa a corto y medio plazo, lo que en modo alguno es defendible es que se siga haciendo indiscriminadamente, sin control. Nuestra situación es totalmente atípica: sólo España, entre los países de nuestro medio, gasta más, en adquirir tecnología externa que dedica a investigación propia; la relación se sitúa en un 0,8, mientras que Francia presenta una relación de 9,6 y Japón, ejemplo clásico de país tecnológicamente colonizado, gasta 4,2 veces más en su investigación qué en pagos externos por tecnología; otro aspecto atípico lo refleja nuestra escasa capacidad de venta por este concepto, la cobertura no llega al 17% en la balanza de pagos por tecnología.

En momentos en que se habla y se trata de abordar el diseño del desarrollo futuro, no aparecen referencias gubernamentales a la política científica y tecnológica. ¿Olvido?, evidentemente no. Simplemente, se parte de premisas coyunturales respecto a la política científica, tecnológica y de comercio exterior, premisas conservadoras que dan por buena, en aras a la resolución de lo inmediato, toda una situación actual de dependencia tecnológica incondicional, de postración. Nada se ha avanzado en el diseño de una correcta política que tratase de impulsar la investigación en áreas seleccionadas como prioritarias para cubrir necesidades de un crecimiento socialmente equilibrado, nada se prefila en la definición de políticas tecnológicas acordes con la situación del empleo; poco nuevo respecto a la vigilancia del comercio de tecnología que evite la formación de «enclaves tecnológicos». La creación de un organismo de evaluación y selección de tecnologías, similar al que poseen la práctica totalidad de los países miembros de la OCDE, es una acuciante necesidad.

Sería deseable que el Gobierno explicitase e hiciese pública su estrategia en el campo de la investigación, desarrollo científico y tecnológico. Haciéndolo, ayudaría a clarificar un campo de sombras, combatiría la abulia que se apodera del sector. Su puesta en práctica con sensatez podría generar a medio plazo un sensible ahorro de divisas de injustificado pago.

Tres cuestiones básicas, pensamos, deben quedar contestadas en todo programa de política científica y tecnológica: ¿Qué medios han de articularse y cómo para que el proceso autóctono de creación-difusión-aplicación pueda incorporarse de forma eficaz a los sistemas productivo y social?; ¿cuáles han de ser las estrategias para seleccionar y adaptar la tecnología externa adquirida?; ¿qué papel debe jugar el Estado en la planificación y en la ejecución de un plan? Cuestión previa a esta última sería el dilucidar si el Estado ha de tomar o no participación activa o si la coordinación y ejecución debe recaer en agentes no estatales. La polémica es antigua y no son pocos los que como Bunge argumentan que «la investigación científica básica no tolera el dirigismo, puesto que aquélla consiste en plantear y resolver problemas con libertad, eligoendo libremente los medios y haciendo públicos los resultados»; en otro extremo se sitúan los que califican de «angélica» una posición liberal ante el tema. Razonan éstos que debe arbitrarse una coordinación estatal para paliar y tratar de corregir las deformaciones estructurales de los sistemas científico y productivo, m los que como en nuestro caso, una de sus características manifiesta es la dependencia externa. Dependencia que lleva a un desplazamiento en la toma de decisiones claves a puntos neurálgicos de poder situados fuera de nuestras fronteras y que en no pocos casos inciden claramente en nuestra vida cotidiana. Hay quienes entre nosotros ven el peligro y enuncian síntomas claros para los sectores científicos e industrial de ser utilizados como in segundo Hong-Kong euopeo.

Redefinición del científico

Entendemos hoy la ciencia, al mismo tiempo, como hecho del conocimiento y como oficio, y desprovista del ropaje romántico que le dieron los hombres que en el pasado, de forma aislada y estimulados por un cierto puritanismo, estudiaron e investigaron en la búsqueda del conocimiento por sí mismo. «Nobles y plebeyos ricos practicaban la ciencia, no como medio de vida, sino como objeto ade interés devoto», en descripción de Merton.

Al acercarnos a la ciencia nos encontramos con el científico (sin especular sobre la «llamada interior a la ciencia»), como persona que realiza un trabajo por una remuneración, aceptaríamos el término recompensa, englobando en este concepto remuneración material y reconocimiento social, ambos componentes diezmados aquí y ahora. Esto que es fácil de constatar, es grave, ya que el científico en otros países, partiendo de una seguridad y adecuado nivel en lo material, se esfuerza duramente, en el convencimiento de que la institución de la ciencia asegurará la recompensa a la originalidad. Entendemo la ciencia como parte de la estructura económica de cierto tipo de sociedades, entre las que se encuentra la nuestra y ambicionamos de ella como objetivo último el bienestar humano, pero sin considerar por ello como socialmente irresponsables a quienes defienden que la ciencia es primariamente una búsqueda intelectual.

Es evidente que las bases de partida en las que,nos movemos para un acercamiento a la ciencia (como acervo de conocimientos y como institución) poco tiene que ver con la pretendida concepción del complejo y mítico mundo del «ethos» de la ciencia y de los hombres que a ella se dedican. La plasmación más genérica de normas como conjunto de imperativos institucionales del «ethos» de la ciencia moderna: comunismo, universalismo, desinterés y excepticismo organizado, reglas que suelen conocerse en conjunto como CUDEO, aun siendo un intento metodológicamente válido y de indudable valor didáctico, nos parece un conjunto de características más rotas que observadas y compartimos la opinión de L. Sklair al afirmar que «la ciencia no necesita CUDEO para sobrevivir».

El CSIC: problemas pendientes

Nos parecería volvernos de espalda a la realidad el tener que admitir hoy a los hombres de ciencia como uno de los pocos grupos sociales que han de permanecer al margen de su situación y entorno socio económico. Los hechos dan la razón a J. D. Bernal cuando define al «investigador como trabajador de la ciencia» y alejan cada día más la del dócil y nuevo Robinson Crusoe que nos definía el señor Lora. Es por ello, que también los científicos tienen que preocuparse de «sus» problemas, que en nuestro caso son bien tangibles y básicos: seguridad en el empleo, salario digno, participación en la dirección de los centros, control de la investigación.... metas que hoy están lejos de las muy nobles ambiciones del CUDEO.

Decantarse por una cierta participación estatal, por las razones expuestas, en modo alguno quiere decir que aceptemos la burocratización que lastra a los centros de investigación estatal existentes. Ni estar con el absentismo de la élite de la investigación (si el lector permite una pequeña anécdota personal, enumeraré el organigrama jerárquico de la época en la que trabajé en el CSIC: su presidente, Ibáñez Martín, era embajador en Lisboa; el secretario general Albareda, rector del Estudio General de Navarra; el presidente del Patronato, Mortes, ministro de la Vivienda-, el director del Instituto, dírector-técnico del Transvase Tajo-Segura; el subdirector, director del Gabinete de Proyectos del Ministerio de Educación, y el jefe de departamento, catedrático), si entonces no tenía razón esta aristocracia del pluriempleo, menos la debe tener en la democracia cuando el papel del directivo en investigación no tiene por qué estar adornado de las connotaciones políticas del pasado reciente.

Partir de la realidad

Pese a todo, pensamos que cualquier elaboración responsable en materia de política científica y tecnológica ha de partir de lo que existe, sin que ello signifique aceptar injusticias heredadas del pasado. El CSIC y, en general, toda la estructura e infraestructura estatal existente, debe ser base de cualquier proyecto para sotuar la investigación a la altura que es justo, pero: arbitrando medios para la lucha contra la corruptela administrativa; controlando y exigiendo resultados en los programas; acabando en justicia con la cantinela de que cobrar poco autoriza a trabajar menos; acercando temasde investigación aplicada a problemas cotidianos; suprimiendo todo «status» que no tenga carácter funcional en el proceso investigador; sustituyendo el autoritarismo burocrático por el trabajo en equipo democrático; readaptando el sistema de recompensas de la ciencia: reconocimiento público del científico, anulando a los rapaces de éxitos, flexibilizando categorías, democratizando los sistemas de asignación de recompensas y grados, institucionalizando el sistema de árbitros en las publicaciones...

Si es cierto que, ¡por fin!, se asignará un presupuesto importante al Plan Trienal de Promoción de la Investigación Científica y Técnica 1979-81, hacemos nuestro el eslógan Antes definanciar: desburocratizar, que años atrás lanzaba J. Sepúlveda. Desburocratización que de forma pragmática definía como: «La supresión de la figura del burócrata, que, por serlo, es ya investigador, por la del investigador que por el hecho de estar investigando activamente en el marco de un equipo, constituido con criterios funcionales y democráticos, goza de un cierto apoyo y seguridad burocráticas.

Muchos y graves son los problemas que arrastra la investigación estatal, por ello estamos por cambios en profundidad, pero en modo alguno nos parece correcto el que aniden en grupos de poder arriesgadas y utópicas soluciones sustitutorias que acarician, quienes pensando en nombre de los demás, planifican el futuro a su medida.

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