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1979, un año clave para la independencia exterior de España

El año 1979 estará marcado por la desnuclearización militar de España, según lo previsto por el Tratado de Amistad y Cooperación Hispano-Norteamericano. Este será el punto de arranque más importante de la redefinición de la política exterior española y la palanca que abrirá el debate de la inmediata ubicación de España en el concierto Internacional de naciones.Por el momento, la definición de esta política, según la terminología utilizada por el titular de la cartera de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja, es parcial, incompleta y, en todo caso, se limita al ámbito de su propio partido, UCD. El señor Oreja definió la acción exterior del Estado como «europea, democrática y occidentalista, con proyecciones especiales sobre Latinoamérica y el continente africano». La actitud y ambigüedad de los términos utilizados por el ministro no presuponen un consenso generalizado en torno a esta definición, necesitada de precisiones que, hoy por hoy, UCD no está en condiciones de aportar.

El primer calificativo en torno al cual debe desarrollarse toda definición de política exterior es el de independiente. De aquí deben desprenderse las distintas intensidades de las opciones ideológicas de los partidos políticos. Los vocablos occidentalista o europeísta son variaciones más o menos ligadas a un nivel de interdependencia en el contexto geopolítico de un Estado. Son descripciones prematuras para la política española que debe situar, en primer lugar, su nivel de independencia y ser aceptado por una alta mayoría de formaciones políticas para que toda alternancia en el poder de los distintos partidos no suponga un cambio radical de esta acción exterior que afecta al Estado y que, en muchas ocasiones, sobrepasa los límites naturales de influencias del Gobierno.

El año entrante será, sin duda, el terreno propicio para dilucidar el inicio del debate sobre la independencia cuyos puntos de referencia están ligados al sistema de hegemonía bipolar vigente en el mundo, que copresiden Estados Unidos y la Unión Soviética. Un sistema con marcadas diferencias ideológicas, políticas, económicas, sociales y militares en torno al cual se sitúa, en continuo movimiento, el resto de las naciones del mundo. Palabras como neutral, neutralista, autónomo, aliado, satélite, finlandizado, etcétera, marcan los diferentes niveles de independencia o dependencia de un Estado con respecto a las zonas de influencia de la URSS o EEUU.

España, por su vigente tratado con Estados Unidos, está hoy ligada a la órbita atlántica, aunque las relaciones del ejecutivo con la Administración americana atraviesan un período de cierta frialdad y desconfianza. Esta situación de aliado de EEUU, heredada del franquismo, se verá sometida a revisión parcial a partir de 1979, y comenzará con la evacuación del armamento nuclear americano sito en España. Se espera, también, que en estos próximos meses se abra la renegociación del Tratado, que deberá quedar renovado o suspendido en 1981.

Aquí está una de las claves que han de conformar la imagen exterior de España. Un debate al que se unirán otros no menos importantes y con definitiva influencia sobre el futuro de la independencia de nuestra política exterior. He aquí una agenda apretada de estos temas, en los que se incluye la mencionada apertura de negociaciones hispano-norteamericana: preparación de la Conferencia Europea de Seguridad y Cooperación (CSCE); posible inicio de negociaciones con Gran Bretaña sobre Gibraltar; primer debate parlamentario sobre la OTAN; apertura de negociaciones de adhesión con la CEE; conferencia de países no alineados, en La Habana, y futuro desarrollo de las crisis política y militar del norte de Africa y del Próximo Oriente.

Imaginaria partida

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Todos estos temas entrarán en juego en los próximos meses y estarán presentes en una imaginaria partida sobre el territorio español a la que asisten rusos y americanos con sigilo, aunque sus actitudes no pasan inadvertidas. Por ejemplo, la URSS acepta Madrid como sede de la CSCE, con la esperanza de retrasar en algunos años la opción OTAN y de conseguir una posible aproximación o presencia de España (aunque sea a título de observador) en la convocatoria de los no alineados de La Habana. EEUU, por su parte, parece dispuesto a sacrificar de inmediato un forcing sobre el rumbo España-OTAN en favor de una pronta y fácil firma de los acuerdos militares hispano- norteamericanos para su renovación en 1981. En el debate OTAN, Estados Unidos guarda prisas y cartas por jugar: ahí están pendientes del ritmo del proceso de integración en la CEE o el futuro de Gibraltar, temas en los que los más fieles aliados atlánticos de los americanos, como lo son Alemania Federal y Gran Bretaña, tienen mucho que decir.

En esta doble dirección se acumulan, también, algunos países terceros de ambas zonas «de influencia: el presidente Tito habría indicado al PSOE que Yugoslavia no desea ver a los socialistas españoles directamente enfrentados con EEUU pidiendo, a la vez, la retirada de las bases americanas y oponiéndose a la OTAN; algunos partidos socialdemócratas europeos habrían solicitado a UCD que no descorchen un debate parlamentario sobre la OTAN sin garantías reales de obtener una amplia mayoría, porque ello puede reabrir la discusión atlántica en países aliados europeos.

La conferencia de La Habana

La posible presencia de España en la conferencia de La Habana es otro tema clave para el futuro nivel de independencia de la política exterior. Ello puede tener entronque con las aspiraciones legítimas españolas de imponer una presencia política en América Latina y Africa, al hilo del discurso del rey don Juan Carlos en Pekín sobre las potencias hegemónicas. Ello no gusta a americanos, rusos y europeos, que ven con celos el resurgir de una diplomacia joven, democrática e independiente en España y que desean situarla con urgencia bajo los distintos paraguas de control político.

Queda, por último, destacar en este amplio debate en ciernes el futuro desarrollo de las crisis del norte de Africa y del Próximo Oriente. Ambas deben incluirse en una política mediterránea de España que, hasta el momento, brilla por su ausencia, y que tiene que incluir en su haber inmediato el reconocimiento del Estado de Israel.

Habrá que esperar los próximos meses para despejar incógnitas sobre la futura imagen de la acción exterior del Estado. En todo caso, todos estos temas serán elemento de la negociación del programa político del primer Gobierno posconstitucional.

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