¿Qué pasa en Navidad?
Director de Cáritas, de MadridCuando llega la Navidad, sólo con su presencia en casa y en la calle, ocurre, con respecto a Cáritas, un fenómeno interesante. Los que llevamos ya tiempo ocupándonos de Cáritas en Madrid lo presentimos cuando la Navidad se acerca, lo vivimos con satisfacción y lo vemos finalmente diluirse como la Nochebuena que viene y se va.
Y lo que ocurre es esto: hay personas que pasan cada día por la puerta de Cáritas en el curso del año y lo hacen con total indiferencia, a veces con un cierto desdén, si no ya con un poco de agresividad. Es ni más ni menos el despego que sienten muchos hombres hacia toda estructura, la prevención instintiva hacia toda administración, la desgana de lo que está ahí para que uno participe, cuando uno no quiere participar. De esto hay mucho y por eso la vida cotidiana de Cáritas durante el año es apretada y difícil.
A las luces de la Navidad y al son de los villancicos, la cosa cambia notablemente. Se comprende entonces que tiene que existir una estructura y se agradece que la haya. Se considera apta, privilegiada, para administrar en favor de todos la ayuda de todos. Se la mira entonces con la simpatía entrañable que se siente por quien cumple con desvelo un deseo que todos llevamos dentro: que la Navidad sea para todos, que todos estén en fiesta porque eso es parte de la fiesta de cada uno.
Ante un hecho tan claro, que se repite periódicamente de año en año, se pregunta uno: ¿Y eso por qué? ¿Qué poder puede tener la Navidad para producir ese cambio de actitud, para que se entienda a 24 de diciembre lo que se malentendía durante el año, para que se aprecie y se disfrute lo que en otras fechas resultaba indiferente?
Por mucha fuerza de sugestión que tenga la reunión familiar con pavo y champán, las iluminaciones de las calles y el gordo de la lotería, ciertamente que todo ese folklore familiar y ciudadano no da para tanto. No hay sugestión colectiva que sea capaz de cambiar la mentalidad de las personas en ese grado y hasta aflojar los cordones de la bolsa de los dineros, y eso año tras año. El hombre de hoy tiene de su economía un concepto muy realista. Sólo tienen poder para cambiar el ritmo de, sus gastos y para abrir despreocupadamente su cartera las fuerzas que brotan muy del interior de su persona.
En Cáritas no es nada parecido. Todo lo contrario: «Dé usted dinero por nada ¡Verá usted qué bien se lo pasan los demás!» Hay aquí una llamada al más auténtico desinterés. No es una sugestión publicitaria ni una sugestión medioambiental. El sociólogo que examine este hecho mucho tendrá que batallar para darle una explicación verdaderamente satisfactoria.
Para el cristiano es sencillo: es una manifestación clara de que se acerca al hombre el Dios de la salvación, el Dios que redime y abre horizontes de esperanza en este mundo aprisionado por la economía. Al acercarse Dios, remueve lo que hay de más bueno -porque él lo ha puesto- en el fondo del corazón de todos los hombres. Despierta la evidencia de que el hombre sólo se realiza por el amor. El paso de Dios por la historia del hombre hace vibrar los estratos más profundos de la persona con ese sentimiento típico que es la ternura para con todos; más para los que más lo necesitan.
Eso, nada menos que eso, es lo que pasa en Navidad: que Dios se acerca a los hombres, a cada hombre. Como la cosa es muy misteriosa, los hombres la expresamos con signos, unas veces ingenuos, otras desconcertantes: encendemos luces, cantamos canciones, ¡qué sé yo! Porque ningún signo es enteramente expresivo de este misterio tan misterioso.
Cáritas es también un signo para el que lo sepa comprender. Quizá durante el año sea para muchos un signo que no expresa nada. Sólo en Navidad se dan cuenta de su significado.
El cristiano, llegado a la edad madura, después de muchas reflexiones, acaba por hacerse a sí la misma pregunta que me hacía el otro día mi nieto: «Abuelo, ¿y por qué no es Navidad todo el año?»
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