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España, tema importante en el gran debate que el Parlamento francés inicia hoy sobre Europa

España será el tema protagonista del debate que iniciarán hoy los diputados franceses en la Asamblea Nacional sobre la ampliación de la Comunidad Económica Europea (CEE). Esta querella acentuará probablemente la nueva clasificación política que se está operando en Europa, pero más particularmente en Francia, en función de la construcción comunitaria. Además de la ampliación el futuro Parlamento y el Sistema Monetario Europeo (SME) constituyen los elementos más determinantes de la vida política gala, como lo prueban sus últimas evoluciones, tanto en la mayoría gubernamental como en la oposición de izquierdas.

«Hay que realizar Europa con los que deseen hacerlo más rápidamente y que, al mismo tiempo, deseen ir más lejos», afirmó anteayer, con decisión, el ministro de Comercio Exterior, Jean FranÇois Deniau, en tanto que líder del giscardismo, al presentar el programa electoral europeo del partido del presidente, Unión por la Democracia Francesa (UDF). El ex embajador de Francia en España, es uno de los hombres de confianza del señor Giscard d'Estaing; desde hace veinte años participa de los trabajos comunitarios y es además el promotor electoral del giscardismo de cara al escrutinio de junio de 1979, que creará el Parlamento Europeo elegido por sufragio universal.Su programa para estos comicios se funda en cien propuestas, entre las que destacan la semana laboral de 35 horas de trabajo y el lanzamiento de lo que se llama el «plan Deniau», consistente en crear un fondo comunitario de 500.000 millones de francos (ocho billones y medio de pesetas), destinados a reactivar la economía europea, reducir el paro y fomentar los préstamos al Tercer Mundo para que éste compre en Occidente.

Nueva ecuación política

La determinación europea de Deniau, es decir, del giscardismo, responde a la nueva ecuación que paso a paso, define la estrategia político-económica de los Gobiernos, de los partidos y de las entidades ideológicas o regionales de los países de los nueve que integran el Mercado Común: ser o no ser europeo, igual a tal o cual política.

A lo largo de 1979, tres acontecimientos configurarán la «revolución» que, insensiblemente, está operándose en el viejo continente: la elección del Parlamento Europeo por sufragio universal, que nadie duda que entrañará una nueva era política caracterizada por poderes supranacionales, los Cuales, precisamente, escandalizan a los integristas del nacionalismo; la reciente creación del «Sistema Monetario Europeo» (SME), a ponerse en marcha a principios de 1979 que se revelará como un fracaso estruendoso o, inevitablemente, estiman los expertos, conducirá a la creación de una moneda auténticamente comunitaria, cuyas consecuencias desembocarían, como el Parlamento Europeo, en un tipo de supranacionalidad, técnica o política, que en cualquier caso restaría poderes a los Gobierno nacionales, y, por fin, la ampliación del Mercado Común, que, o bien reducirá la CEE a una simple zona aduanera, en la que los egoísmos nacionales harían imposible la convivencia, o la obligará a estructurarse confederal o federalmente, nociones que hoy por hoy están dando lugar a polémicas bizantinas

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Alianza entre gaullistas y comunistas

La tradicional división política y sindical francesa, y las sensibilidades distintas que son su consecuencia, hacen que en este país se vea meridianamente, cómo la «organización de Europa», según expresión acuñada por el presidente galo, está realizando nuevas clasificaciones políticas. Los problemas económicos, sociológicos o políticos son los mismos, pero la motivación determinante sólo tiene un nombre: Europa.

Días pasados, un voto sobre la armonización de la TVA europea (impuesto comunitario) dio lugar a que el partido más numeroso de la mayoría, los gaullistas, se unieran a la oposición. A principios de la se mana en curso se produjo en el mismo terreno un hecho sin precedentes en la historia de la V República: los gaullistas y los comunistas se aliaron en la Asamblea para prohibir la financiación de la campaña europea con el dinero comunitario (diez millones de francos para Francia).

Pocas horas después, el líder gaullista de la Agrupación por la República (RPR), Jacques Chirac, lanzó un «llamamiento» solemne dirigido a todos los franceses para fulminar la política europea del Gobierno y acusarlo de estar vendido «al partido del extranjero». Como consecuencia de este «gesto» han roto públicamente con el alcalde de París, el gaullista histórico señor Sanguinetti, «porque -dijo- la política individual no es el gaullismo», y tres diputados, «puesto que no estamos de acuerdo -señalaron- con la política antieuropea de Chirac».

Si en el plano puramente político, el giscardismo ha apostado por Europa a cuerpo perdido contra el nacionalismo a ultranza de gaullistas y comunistas, estos últimos, a la hora de plantearse el asunto en el terreno económico, hacen propuestas sustancialmente contrarias al presidente de la República, para quien Europa es la panacea para la reactivación económica y la solución del paro.

Entre la nueva oposición (europea), formada por el gaullismo y el comunismo, y el giscardismo, se sitúa el Partido Socialista, que, sin buscarlo probablemente, se encuentra, por culpa de Europa, abocado al destino que por razones distintas le desean todos: el de padrino de la «socialdemocracia giscardina».

En este sentido, habría que interpretar las declaraciones de anteanoche del líder comunista, Georges Marchais, para felicitarse de que «gaullistas y comunistas siempre hemos estados juntos en los momentos difíciles para defender los intereses fundamentales de Francia, como ocurre en el caso presente Con la política europea de Giscard», al que consideran autor de una estrategia aprobada bajo cuerda por los socialistas.

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