Vargas
¿Quién se ensoñaría hoy, preso en el horror de la urbe realizada, con la promesa de una ciudad ideal? En estos menesteres se ocupa Vargas en su presente exposición. Del mismo modo que, en un período anterior, fue el tema de la batalla el que motivó una reflexión apasionada sobre el pasado pictórico, toma aquí como modelo la arquitectura manierista. No aluden estas obras a edificios reconocibles o verosímiles cuya visión sería ya, mal que nos pese, inseparable de la jauría de japoneses o viejas británicas. El espacio real de nuestra historia arquitectónica se ha perdido para nosotros como ideal. Tan sólo podríamos alentar nuestra admiración en una huella borrosa, en una arquitectura inexistente que tendiera más al humo que a la piedra; esto es, lo que subsiste en el manuscrito. De ellos toma su forma la obra de Vargas. Permaneciendo como pura posibilidad, como sueño meramente esbozado en el papel, el manuscrito del arquitecto manierista se nos aparece como único documento de esa ingenuidad que hermanaba proyección urbanística y pensamiento utópico. Ahora el artista traspone esa imagen al lienzo acentuando en todo su indeterminación: las anotaciones se edifican con una caligrafía indescifrable, el espacio se insinúa en las manchas del papel que bien pudieran ser preexistentes a la intención arquitectónica. El resultado nos refiere al reino de las construcciones efímeras, escenografías teatrales y festivas. En ellas la no afirmación del espacio, por medio de una estructura pensada para permanecer en el tiempo, esquiva la cuestión de la ciudad como lo que en definitiva es, un código, un conjunto de reglas fijadas en la materia que determinan firmemente la conducta de quienes la habitan. La ciudad ideal de Vargas es, pues, en cierto modo, una ciudad descodificada. De ahí su grafismo abierto a toda interpretación; de ahí también, que el espacio nebuloso se halle fundamentalmente puntuado por esculturas, Son éstas los personajes de un drama que viene articulado por sus posiciones respectivas. Aquí la actitud de los individuos determina el espacio-ciudad, y no viceversa. Con todo, esta urbe ideal encierra su propio naufragio, puede que con mayor rotundidad que las utopías renacentistas de las que toma su forma. En primer lugar, no se trata ya del espacio que vendrá, ese punto límite al que tiende nuestro sueño, sino de la añoranza de un espacio perdido que sólo mantuvo nuestras esperanzas mientras no se encarnó entre nosotros. La imagen que de aquél nos devuelve hoy Vargas quiere resaltar su carácter de artificio tejido a la medida de nuestros deseos. Es, pues, también, una invitación a cerrar los ojos ante el horror con que el presente nos posee y jugar a que el pasado contenía realmente una promesa. Pero hoy sabemos que la ciudad es siempre idéntica a sí misma, que el boceto del manierista encerraba ya todos nuestros desengaños. Así, en palabras de Elliot: «Lo que pudo haber sido es una abstracción, que sigue siendo una perpetua posibilidad sólo en un mundo de especulaciones. » Sin embargo, y esa es la afirmación última de la ciudad de Vargas, el escepticismo no debe hacernos olvidar ese bálsamo que la ficción pictórica ofrece: lúcidos o no, esa forma suprema de la especulación mantiene siempre abierta la puerta de lo posible.
Vargas
García Seiquer.Calle Españoleto, 23
Babelia
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