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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El jardín de las delicias

Cuando un director decide realizar un filme erótico necesita ante todo un buen pretexto. En este caso, Miklos Jancso lo ha encontrado en el imperio austrohúngaro, hallazgo visto con buenos ojos -se supone-, por los cuadros que rigen hoy la cinematografía de su país.Como es sabido, Rodolfo de Ausburgo y su amante María Vetsera encontraron la muerte en Mayerling. La versión oficial fue, y sigue siendo en parte, que su amor imposible les llevó a poner fin a sus días, dentro de unatradición ciertamente romántica, pero Jancso y su colaboradora han ideado otra bien distinta como base de su relato. Según ambos, los ilustres amantes fueron ejecutados por orden del padre del príncipe, a fin de acallar el escándalo de sus orgías prolongadas en compañía de amigos y vasallos.

Vicios privados; públicas virtudes

Guión: Giovanna Gagliardo. Dirección: Miklos Jancso. Fotografía: Tomislav Pinter., Música: Francisco de Masi. Intérpretes: Lajos Balazsovits, Laura Betti, Franco Bancioaroli. Therese Ann Savoy, Pamela Viloresi. Italia-Yugoslavia.1976. Erótico. Local de estreno: Infantas y Peñalver.

Como pretexto y habida cuenta de que no se trata de ningún filme histórico, parece tan válida como otra cualquiera; lo que ya convence menos es ese afán de damos el amor, más que en profundidad, por acumulación, como avalancha de senos, carcajadas, danzas, muslos, bocas y demás anatomías masculina y femenina, incluyendo incluso la de un hermafrodita como traca final en el no va más de estos fuegos artificiales del sexo.

El empalago

Otro tanto podría decirse de la cuidadosa caligrafía del autor, que si en un principio llama la atención con su estilo brillante, mediada la película empalaga hasta llegar a pesar en secuencias finales demasiado prolongadas. Jancso nos ofrece un espectáculo de primera calidad pero plano, en el que una música, espléndida también, se prodiga en exceso intentándonos hacer dirigir el manierismo de la cámara tenaz perseguidora de glúteos por el jardín y la orgía organizada por el príncipe a fin de derribar al padre y al imperio de paso.Las anotaciones sobre las tiranías, aparte de tener poco que ver con la historia, venidas del país que vienen, hay que tomar las como son: servidumbres al censor o mensajes para público convencido de antemano, pues por encima de la anécdota, lo que salta a la vista es un afán por emular o al menos competir en la actual carrera universal del erotismo, utilizando las propias posibilidades. Como tales debemos considerar las bellas secuencias de folklore, el colorido de la fiesta e incluso la orgía que ocupa la mitad del filme, aportación centroeuropea a los habituales estudios de desnudo integral que pueblan la actual cinematografía. No es ocasión ésta de lamentar que un autor de la altura de Jancso corra en busca del público al amparo de ballets refinados que alcanzan en ocasiones superior categoría. En todas partes el cine viene a cojear del mismo pie, de parecidas pretensiones; pero intentar interpretar este relato imaginario como una «fábula de la contracultura» parece a todas luces excesivo. Las razones que esgrime a su favor este príncipe amador, refinado y exquisito resultan infantiles, tanto como las críticas al antiguo régimen y demás instituciones. Ello, unido al hecho de que el sentido del humor del realizador nos deja un tanto fríos, hace que en algunos momentos el filme resulte pueril a pesar de sus excesos carnales. Se diría que aquellos que intervienen en él lo hacen un tanto forzados, aunque es posible que lo pasen bien. El público no tanto.

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