Un histrión en el Senado
LAS DECLARACIONES del senador Xirinachs («no comparto el terrorismo, pero lo comprendo») tras el asesinato del magistrado don Francisco Mateu, superan sus anteriores hazañas en el ejercicio de la peor demagogia: la que exculpa a los violentos con el lenguaje de los pacíficos, comprende a los criminales con los argumentos de los justos, y exonera a los carniceros con la melifluidad de los mansos de corazón. Este Hermano Francisco de guardarropía ha dejado caer sus explosivas florecillas con la insultante buena conciencia de los fanáticos que se creen poseedores exclusivos de la verdad y la bondad y con el inconfundible e histórico gusto por el espectáculo que tienen todos los de su especie. No vacila en utilizar el lenguaje evangélico para distinguir entre muertos de primera (cuya memoria hay que defender y vengar) y muertos de segunda (cuya desaparición hay que justificar e incluso celebrar). Extraña manera ésta de entender la amnistía por quien convirtió esa petición en bandera para dar rienda suelta a sus urgencias de protagonismo -que engañaron la buena fe de tantos-, que hasta incluían la concesión del Premio Nobel de la Paz. Pensamos que sólo los largos años de cárcel y las repetidas huelgas de hambre, con sus inevitables secuelas, que protagonizó durante la represión franquista, explican estas anormales actitudes con que mosén Xirinachs nos regala ahora a diario.
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