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Pintura metafísica y soledad universal

Recién cumplidos los noventa años, ha muerto el pintor Giorgio de Chirico. Nacido en Volo (Grecia), de padres italianos, y en posesión, originaria y legítima, de la nacionalidad paterno-materna, Giorgio de Chirico era, a dos pasos de Marc Chagall, el último exponente de aquella atrevida vanguardia que, antes de que concluyera la primera década del siglo, acertó a alumbrar la estética de nuestro tiempo, por más que él mismo se empeñara posteriormente en negarla, aduciendo, desencantado o paradójico, que el arte había muerto dos siglos atrás y con carácter tal vez definitivo.En la acción creadora del artista desaparecido jugaron relevante papel su nacimiento y crianza en Grecia, su posterior afincamiento en Italia, y un largo viaje que, a caballo de una y otra circunstancia, llevó a cabo por tierras de Alemania y había de traerle por más provechosa consecuencia el descubrimiento del pensamiento de Nietzsche y Schopenhauer. A partir de 1903, Giorgio de Chirico inicia sus estudios en la Academia de Atenas, que luego proseguirá en Roma, Milán, Florencia y Turín (la ciudad de sus revelaciones) y vendrá a concluir eventualmente en la ciudad de Munich. De la interrelación de estos tres acaeceres será fruto próximo la obra por él bautizada Enigma de una tarde de otoño (1910), en posesión de todas las características definitorias de lo más y mejor de su quehacer.

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Ha muerto el pintor italiano Giorgio de Chirico

El artista y el hombre se hallan tempranamente en sazón cuando, en 1911, se dirige a París y allí conoce a los dos más lúcidos pioneros de la nueva estética: Apollinaire y Picasso. El primero de ellos definió al recién llegado como el pintor que sabe exponer el carácter fatal de las cosas modernas. La escueta afirmación de Apollinaire es su toma elocuente del influjo de nuestro hombre sobre aquellos primeros y más geniales vanguardistas parisienses. No en vano sería a él a quien Apollinaire había de encomendar, años después, la ilustración de sus Caligramas.

Es movilizado con motivo de la primera guerra mundial, corriendo mejor suerte que algunos de sus colegas que, imbuidos del fervor bélico-futurista, no volverían del frente o, si lo hicieron, fue con la metralla de la muerte en plena juventud. En 1915 conoce a Carlo Carrá y con él funda la llamada pintura metafísica, para ejecutar al siguiente año las obras más características de dicha tendencia y de todo su buen hacer. Son sus cuadros prototípicamente solitarios, atmosféricos, tejidos en el crudo contrapunto de la luz congelada y las sombras invasoras.

A contar de tales fechas y tales obras, Giorgio de Chirico pasará a la historia, pese a su paradójica y explícita renuncia de años posteriores, como el padre legítimo de la pintura metafísica, agigantándose su quehacer en análoga medida a la de su obstinación en negarla. Vale en tal sentido significar que en tanto Giorgio de Chirico fue sometiendo a crítica feroz sus mejores logros, las nuevas generaciones tomaban de él pauta orientadora en el plano del pensamiento y en el de la práctica. Testimonio de lo uno es el renacido retorno al pensamiento del Nietzsche que él profetizara a principios de siglo. Ejemplo de lo otro es el recurso a sus atemporales arquitecturas por parte de los más calificados impulsores de la tendenza (los Rossi, Grassi, Purini... y compañía).

En la obra de Giorgio de Chirico subyace el empeño en retrotraer la eternidad del tiempo pasado como indicio de la soledad universal. Sus pinturas son delimitación atmosférica de la soledad, dramáticamente acentuada por la ,ausencia del hombre, estratégicamente contrastada con elementos arquitectónicos de edades ya idas y esencialmente imbuida de aquel presagio que Nietzsche alumbró y tradujo como sin sentido universal. «Una de las sensaciones más extrañas -escribía Giorgio de Chirico en 1938- que nos dejó la prehistoria es la sensación de presagio. Existirá siempre. Es como una prueba eterna del sin-sentido del Universo.»

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