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Reportaje:

HitIer consideró innecesaria en 1940 la entrada de España en el conflicto europeo

En contra de las tesis mantenidas hasta ahora por los historiadores franquistas y falangistas, Franco pretendió en diversas ocasiones participar, al lado de Italia y la Alemania nazi, en la segunda guerra mundial. Pero la seguridad alemana, y de Hitler, en que su triunfo sobre Gran Bretaña era inevitable, y no requería apoyos de terceros, el papel que el Führer atribuía a Francia en el «nuevo orden europeo», los sueños imperialistas de la Italia fascista -antagónicos a los españoles- y los manejos y sobornos de Londres entre los generales españoles impidieron que se concretara el viejo sueño de la llamada izquierda falangista para aliarse con las potencias del eje. El profesor Antonio Marquina Barrio, del departamento de Estudios Internacionales de la facultad de Ciencias Políticas de Madrid, revela en esta serie que comenzamos a publicar hoy cómo se realizaron, de la mano de Franco y su cuñado, Serrano Súñer, los contactos -de los que ahora se cumple el 38 aniversario- entre Madrid, Berlín y Roma de cara a esta posible entrada de la España franquista en la guerra. Para documentarse, el autor ha recorrido y revisado los principales archivos de Washington, Londres, Roma y Madrid, y ha tenido acceso a documentos inéditos hasta la fecha.

El 10 de mayo de 1940 el Ejército alemán desencadenó un formidable ataque sobre Holanda, Bélgica y Luxemburgo. Holanda era conquistada en sólo cinco días. El 20 de mayo los alemanes se extendían a lo largo de la costa del paso de Calais y los aliados, en un repliegue precipitado, gracias a las informaciones de Ultra, descifrando los cables alemanes, confluían en Dunkerque, consiguiendo reembarcar la mayoría de los 335.000 hombres. El 10 de junio entraba Italia en la guerra y España pasaba de la neutralidad a la no beligerancia, teniendo ya en cartera para la nueva configuración territorial que se avecinaba una serie de reivindicaciones, como Gibraltar, Tánger, Marruecos francés y rectificaciones fronterizas en Guinea Ecuatorial. En este momento se temían, sobre todo, las ambiciones italianas en los territorios del norte de África (1) tanto por españoles como por franceses. Las tropas españolas, con el visto bueno francés e inglés, entraron en Tánger el 15 de junio. Italia 1o consideró como un hecho consumado. Pero las intencíones españolas iban más allá, querían adelantarse a cualquier movimiento italiano y a sus ápetencias en Agadir y el Marruecos francés. El ministro de Asuntos Exteriores español, Beigheder, con el apoyo del embajador francés en Madrid, quiso obtener la cesión de Beni Zamal y Beni Egznaia, zonas ocupadas por las tropas francesas por razones estratégicas desde la campaña del Rif, y así evitar inseguridades en esta zona. Con este motivo se cursaron dos telegramas a Lequerica que, a la sazón, se encontraba en Burdeos, para hacerlos llegar al mariscal Pètain, más o menos en estos términos: «Para prevenir posibles levantamientos e insubordinaciones en la frontera entre el Marruecos español y francés, y a la vista de fidedigna información que las tribus están abrigando tales planes, el Gobierno ha dado órdenes a sus tropas de invadir las zonas amenazadas con el solo propósito de mantener el orden.» Estos telegramas no fueron llevados a efecto, gracias a la indiscreción de un ministio falangista en buenas relaciones con Italia. Mussolini se apresuro a notificar al Gobierno español que Italia necesitaba bases en la zona atlántica del Marruecos francés y que no toleraría tal actitud por parte de España (2). Franco hizo llegar, a través del embajador de España en Roma, las reivindicaciones españolas, y todo quedó en agua de borrajas. A su vez, Franco enviaba a Berlín al general Vigón para tratar de conseguir que los alemanes hiciesen sitio a las reivindicaciones españolas. El 19 de junio la embajada de España en Berlín enviaba al Ministerio de Asuntos Exteriores alemán un memorándum pidiendo la cesión a España del Marruecos francés y la asistencia alemana en la captura de Gibraltar. España entraría en la guerra tras un período corto de preparación de la opinión pública. La respuesta alemana anunciaba una consulta sobre el tema con el Gobierno español tras el armisticio con Francia.A mediados de julio, Mussolini, mediante una carta, urgía a Franco a entrar en guerra y conquistar Gibraltar, pues con la roca en poder de los británicos les era imposible a los italianos actuar con éxito en el Mediterráneo. Franco, tras demorar un poco la contestación, se negó a entrar en la guerra en aquel momento. De nuevo volvería a producirse un carteo entre Franco y el Duce a mediados del mes de agosto. Franco procedió ya a solicitar la ayuda del Duce en la consecución de las reivindicaciones españolas. La razón era que los alemanes tenían a punto un proyecto de protocolo con España en el que se solventaba la entrada de España en guerra, las ayudas económicas y militares y las reivindicaciones españolas. En el artículo XII se establecía la entrada en vigor del protocolo una vez que Italia diese su vistobueno a los dos Gobiernos (3).

La formación de los lobbies

En estas circunstancias no pensemos que sólo existían estos movirnientos diplomáticos al más alto nivel. Existían otros planes y movimientos tanto o más importantes. Los alemanes habían venido trabajando con bastante libertad en España desde la guerra civil, y poco a poco habían ido adquiriendo posiciones de control fundamentales en todos los ámbitos: en la prensa, radio, industria, comercio, finanzas, censura, policía, jóvenes militares, servicios de información y, sobre todo, en el Partido Falangista. Téngase en cuenta el apoyo que recibieron -los italianos en menos medida- desde carteras falangistas que trataban de llevar a cabo una política de consenso dentro del partido. La masa, se decía, la debía dar la derecha, y los cuadros de mando, las izquierdas. El problema estaba en que estas izquierdas estaban en un gran porcentaje a las órdenes de Alemania, y así lo detectaban los servicios de información británicos. Estas eran, se pensaba, dinámicas; aquéllas, de orden, y debían de ser completadas. Además, estos servicios de información calculaban en mayo de 1940 que existían en España entre 30.000 y 80.000 alemanes, de ellos 12.000 mantenían en regla sus documentos de identidad españoles, sin haber renunciado a la nacionalidad alemana. Los italianos, en julio de 1940, estimaban a los alemanes en unos 70.000. Los servicios de información americanos daban cifras aún más elevadas. No es extraño que en esta situación los alemanes echasen mano del intervencionista general Yagüe y le entregasen veinte millones de pesetas para su distribución entre el Ejército y la Aviación. Franco, con este motivo, le obligó a entrevistarse con él y le pidió explicación a una serie de actividades que tenía concretadas en doce puntos. El general Yagüe y trescientos de los principales implicados, fueron arrestados.

Por su parte, el nuevo embajador británico en Madrid, Samuel Hoare, activo como él solo, procedió a contactar con elementos eclesiásticos -Alemania tenía en la condenación del nazismo, a pesar de ocultaciones, uno de sus puntos más débiles-, elementos de la nobleza, de la economía y finanzas -concesión de navicerts, precios para los artículos-, y con determinados generales cuyas ideas antinazis y antifalangistas eran notorias, a quienes pagó sumas importantes, una vez que Italia entró en guerra, reservando una cantidad adicional de diez millones de dólares, que sería hecha efectiva a medida que estos generales cumpliesen los acuerdos convenidos y que se depositó en el Swiss Bank Corporation, de Nueva York (4).

Estos generales se harán notar antes de la visita de Serrano a Berlín.

El viaje de Serrano Súñer a Alemania

El 13 de septiembre de 1940 emprendía viaje a Berlín la misión española, formada por don Ramón Serrano Súñer y un séquito bastante numeroso de jerarquías del Partido Falangista: el general Sagardía, jefe de la Policía Armada; el teniente coronel Hierro, jefe de la sección madrileña de la policía motorizada, y el coronel Tomás García Figueras, secretario general del Alto Comisario de España en Marruecos.

El objetivo secreto de esta visita era sólo conocido por Franco y Serrano Súñer. En efecto, antes de la salida de Serrano había tenido lugar en San Sebastián una reunión bastante movida del Consejo de Ministros, a la que no asistió Beigbeder, en la que Franco y Serrano habían admitido que la guerra no había seguido el corto plazo que se esperaba; por ello, en vez de hacer una demostración de fuerza militar con respecto al Marruecos francés, para lo que hasta entonces se habían estado reparando, era mejor tratar de obtener esta reivindicación por medio de un acuerdo con Francia, tal como había sido hecho entre Rumania y Hungría con Transilvania, notificándolo a las potencias vencedoras para que diesen su visto bueno. La mayoría de los demás ministros se habían mostrado escépticos, pero pensaron que si Alemania estaba de acuerdo, España obtendría Marruecos y Orán, en cuya reivindicación existía unanimidad. En realidad, un previsible fracaso de Serrano satisfacía a la mayoría de los ministros. Los ministros estuvieron de acuerdo en que Serrano no debía discutir ningún reajuste de relaciones con Alemania.

Pero Franco y Serrano Súñer habían llegado a la conclusión que la ofensiva aérea de Alemania contra Inglaterra acabaría en dos o tres semanas con la resistencia británica. Por ello debían estar preparados para, en el momento oportuno, poderse sentar en la mesa de los vencedores y repartirse el botín. Serrano fue enviado a Berlín para ofrecer la cooperación de España en la forma de una ocupación del Marruecos francés y un ataque a Gibraltar. Serrano, con todo, no podía ofrecer este tipo de cooperación hasta que no estuviese completamente cierta la derrota de Inglaterra. Sin embargo, estaba autorizado a dejar caer la cuestión de Marruecos y Orán para tantear el terreno y ver las posibilidades. La misión, como podemos comprender, no era fácil, al contarse con muy poca capacidad de maniobra (5).

El ministro llevó consigo una carta de Franco a Hitler, fechada el 11 de septiembre en San Sebastián, en la que, tras expresar su amistad, procedia a presentarle a su ministro, quien explicaría de forma más precisa lo que el general Vigón ya había manifestado anteriormente. La carta expresaba en su último párrafo la firme fe en la inminente y final victoria de las armas alemanas.

El día 17 de septiembre tenía lugar la primera entrevista de Serrano Súñer con Von Ribbentrop. Serrano se presentó como un representante del Gobierno español y agente personal del general Franco, que traía una misión especial. España quería «estar presente de una manera efectiva» y, por ello, «participar en la guerra». Si las dificultades económicas por las que atravesaba el país no hubiesen existido, se habría entrado ya en guerra, era absolutamente necesario asegurar previamente el suministro de materiales indispensables, evitando el ser un peso muerto para Alemania, y preparar a la opinión pública, la juventud y el Ejército. Era deseo de Franco no entrar en el conflicto precipitadamente y distraer a Alemania de su principal objetivo. España esperaba con gran impaciencia la posibilidad de una operación contra Gibraltar, haciendo notar que los materiales para ello, especialmente la artillería, no habían llegado, pero que España entendería si en aquel momento Alemania no tenía interés en este asunto o si los italianos diesen prioridad a la conquista de Suez.

De aquí el ministro español pasó a hablar del contenido de la nota verbal entregada por la embajada de España en Berlín, las aspiraciones con respecto a Gibraltar y Marruecos, el temor a conflictos en el Marruecos francés, y que por motivos de seguridad y de expansión natural era justa su incorporación a España. Pasó luego a demandar Orán, ya que la población era española, y una rectificación de fronteras en la colonia de Río de Oro -Serrano entregó un mapa explicativo de las reivindicaciones. Esta acción en el campo de la política exterior, decía, era necesaria como elemento de consolidación de la revolución nacional y, con ello, se salvaba también la difícil situación defensiva de las islas Canarias. Habló también de Portugal, la influencia inglesa y las dudas de ese país sobre la victoria alemana. En cuanto a los temas económicos, España estaba dispuesta a admitir un régimen de comercio excepcional con Alemania, Ribbentrop, por su parte, expresó su satisfacción por haber rectificado España su postura y ya admitir, en principio, la posibilidad de entrada en guerra. Para el ministro alemán, la victoria de Alemania e Italia era absolutamente cierta, e Inglaterra sería derrotada de inmediato. La cuestión en aquel momento estaba en la reorganización de Europa y el mapa africano. España podría participar en esta tarea junto con Italia y Alemania, pero Ribbentrop hizo caso omiso de las propuestas concretas de Serrano, manifestando que España debía ceder una de las islas Canarias y que Alemania necesitaba bases en Agadir y Mogador con un hinterland apropiado.

España, reducida a una colonia

Aparte de esto consideró las propuestas españolas sobre ayuda económica y militar demasiado elevadas, especialmente en lo referente a gasolina -estos planteamientos no correspondían con sus planteamientos de guerra corta- y presentó unas proposiciones económicas de Alemania para con España que alarmaron con toda razón al ministro español -Serrano hizo ademán de marcharse, pero Ribbentrop no prestó atención- España quedaba reducida a una colonia. Los razonamientos de Ribbentrop dejaban bien en claro que nadie podía recibir algo por nada y que las propuestas españolas no se tomaban en consideración. Serrano pudo ofrecer una mayor flexibilidad en temas económicos, pero no pudo ceder en las demandas territoriales. En la despedida volvió a aparecer el tema de Gibraltar. España, según Serrano, entraría en guerra una vez que estuviesen instaladas cerca de Gibraltar diez baterías de 38 centímetros. No era un entrar inmediato, pues Inglaterra todavía resistía, pero era un avance sustancial. Serrano salvaba su prestigio.

Al día siguiente tenía lugar la entrevista con Hitler. En ella el tema central fue Gibraltar. Los planteamientos del Führer, aunque más moderados, también diferían de los del ministro español. Para Hitler la conquista de Gibraltar no era tan difícil como la presentaba Serrano, la colaboración que ofrecía y valoraba España no era tan importante como para revisar a fondo las condiciones bajo las cuales «podía luchar España al lado de Alemania y entrar en guerra inmediatamente ». Hitler estaba preocupado por la posibilidad de que Inglaterra pudiese maniobrar y colocar en contra de Pètain las colonias francesas en el norte de África, en la defensa de las islas del oeste de África y en la seguridad de las futuras posesiones en África central. Se tocó el tema de Marruecos, Serrano propuso una alianza militar defensiva de Alemania, Italia y España -sin que el Führer le hiciese demasiado caso-, y solicitó una rectificación de fronteras con Francía en los Pirineos. Como bien dice Serrano Súñer, «en aquella primera conversación las alusiones de Hitler a la participación de España en el conflicto europeo fueron indirectas y vagas. Tuvieron un tono meramente teórico». Como resultados tangibles de la misma hay que señalar la propuesta de Hitler de ponerse en contacto con Franco en la frontera hispano-francesa y la carta del Führer a Franco aclarando «las confusiones» que sobre el tema de Gibraltar existían.

Este mismo día Serrano Súñer tendría otra reunión con Ribbentrop. El ministro alemán resumió la postura del Reich en dos puntos: la cuestión militar, que se explicaría de forma palmaria en la carta del Führer, y la cuestión de las peticiones de trigo y otros artículos, que se estudiarían, en especial el tema de la gasolina. Las operaciones militares se consideraban limitadas. Ante la insinuación de Serrano del peligro existente en Marruecos o la necesidad de defender la costa cantábrica, Ribbeintrop contestó que Gibraltar, con la ayuda alemana, sería capturado segura y rápidamente, y que no existía un peligro inmediato en Marruecos o la costa atlántica. Volvían a chocar las dos concepciones. Sobre esta base de evaluación de la cooperación española no se podía avanzar en el tema de las concesiones territoriales. Ribbentrop siguió pidiendo Agadir, Mogador, una de las islas Canarias e, incluso, una de las islas de Guinea Ecuatorial y la propia Guinea, a cambio de los territorios que se cediesen en Marruecos a España. Serrano expresó sus dudas acerca de la aceptabilidad de estas, propuestas por parte de Franco e mcluso trató de desviar los intereses alemanes de Canarias a Madeira.

En esta entrevista Ribbentrop puso en conocimiento de Serrano sus próximas reuniones en Italia con el Duce y Ciano, pero dejándole por completo en la penumbra sobre lo que allí se trataría. Quedaron de acuerdo en volver a entrevistarse. Mientras tanto, el ministro español enviaría un informe de lo tratado a Franco y la carta prometida del Führer. Ribbentrop marchaba a Roma (6).

Conviene estar dentro, pero no precipitar

El informe de Serrano llegó a Franco antes que la carta de Hitler. El general Franco procedió a felicitar a su cuñado por lo bien que había llevado la entrevista. Lo curioso es comprobar en esta carta cómo Franco sigue en la línea trazada antes del viaje de Serrano. Insiste en la valoración de la ayuda española, en el tema de Marruecos, evitando enclaves o colonialismos económicos. Sólo en el capítulo de ayudas militares aparece el material pesado de treinta centímetros, que resultaba ser un error. No aparece para nada Gibraltar. Será al recibir la carta del Führer cuando Franco confirme sus sospechas de que Serrano había ido más lejos de lo que habían convenido. Esto ya se encargó Nicolás Franco de airearlo, pues estaba en contacto con su hermano, asesorándole en estos difíciles momentos.

La carta de Hitler, nada apremiante, señalaba sin lugar a dudas que la entrada de España en guerra debía comenzar con la expulsión de la flota inglesa de Gibraltar, e inmediatamente después con el ataque a la roca. Sólo así la interferencia inglesa en el Mediterráneo se evitaría. Este era el objetivo prioritario que se resolvería con certeza y rápidamente mediante la entrada de España en la guerra, pero Hitler dejaba a España el decidir sobre la intervención. La postura alemana ya expuesta a Serrano volvía a aparecer: la entrada de España en la guerra ayudaría a mostrar más enfáticamente a Inglaterra su situación de resistencia sin esperanza. La cooperación de España no era decisiva para la derrota de Inglaterra. Hitler prometía la ayuda de Alemania en caso de un ataque inglés, y el tema principal de negociación, Marruecos, aparecía desdibujado en una división del norte de África entre España, Italia y Alemania, y en un hipotético peligro de maniobras inglesas contra Pétain. Hitler prometía la ayuda económica y militar. Nada más con claridad.

Esta es la razón por la que el general Franco y Nicolás Franco, en la carta de contestación a Hitler, señalaban previamente el tema de Marruecos con una frase que no pertenecía a la carta de Hitler, sino al informe de las conversaciones: «reconocer las reivindicaciones españolas en Marruecos, con la sola limitación de asegurar a Alemania, a través de acuerdos comerciales, una participación en las materias primas de la zona». Se consideraban innecesarios los enclaves propuestos y se agradecía la propuesta de encuentro en la frontera española. Esto era lo principal de la carta, lo demás eran frases que se desmarcaban claramente de cualquier intento de reajuste de relaciones: la falta de recursos impedía una rápida entrada en guerra, aun cerrando el Mediterráneo existían materias primas que debían buscarse en otros lugares, acuerdo en que el primer ataque consistiría en un ataque a Gibraltar, etcétera.

El general Franco, a su vez, tras leer la carta de Hitler, había procedido de inmediato a añadir algunas recomendaciones a Serrano. Franco ya dudaba entre la posibilidad de prolongación del conflicto y una posible precipitación de los acontecimientos por Italia, de quien se temían las intenciones. Por ello, tras señalar que lo escrito anteriormente en la carta -ayudas, Marruecos- era en muchas cosas límites que no convenía rebasar, procedía a reiterar que convenía estar dentro, pero no precipitar, retrasar la intervención cuanto más mejor. La carta de Hitler, decía Franco, no era apremiante en este aspecto en contra de lo que afirmaba Serrano, y el protocolo propuesto había de mantenerse, de nuevo, en los límites propuestos, «como verás hay acuerdo completo entre el Führer y nosotros, sólo queda la apreciación técnica de algunos factores que no son lo concluyentes que él afirma».

La respuesta a Hitler antes citada, de 22 de septiembre, no deja lugar a dudas. Más aún, la segunda carta del general Franco a Serrano, el día 23. Franco increíblemente deduce de la carta de Hitler una aceptación implícita de guerra larga y el limitado alcance que da a los frutos de la acción italiana. Además cita noticias de aviadores alemanes en París sobre la no decisiva eficacia de los bombardeos sobre Inglaterra y la opinión de Samuel Hoare, embajador británico en. Madrid, de que la lucha continuaría. Esta misma idea la repite el día 24 en nueva carta a Serrano: «Corresponde asegurarse para una guerra larga». «La alianza -se refería a la propuesta italiana de la que hablaremos- no tiene duda, pero está completamente expresada en mi contestación al Führer y en la orientación de nuestra política exterior desde nuestra guerra.» «Ignoro lo que te van a pedir, supongo será lo que dijeron, un protocolo de principios sobre las conversaciones sostenidas y los puntos en que ha habido acuerdo, base para el futuro pacto de alianza.» «La agresión sin previo aviso a Gibraltar habría que examinarla despacio» (7).

Italia también opina

Von Ribbentrop procedió a conferenciar con el Duce y Ciano en Roma y a exponer, entre otras muchas cosas, la intención española de entrar en la guerra, la toma de Gibraltar, las ayudas pedidas y las reivindicaciones españolas. Todo ello entraría dentro de un protocolo que sería firmado por Serrano. Mussolini afirmó en un primer momento que las reivindicaciones españolas no entraban en conflicto con las aspiraciones italianas, pero posteriormente, en el curso de la entrevista, sutilmente, rectificó. El ataque a Gibraltar, tan solicitado por el Duce, debía ser pospuesto hasta después del invierno, a la vez que solicitaba Baleares, el eterno sueño fascista. España, dijo el Duce, era una carta que debía jugarse a su debido tiempo, por ello dejó caer la idea de que en vez de un protocolo germano-español, en el que se fijase la entrada de España en la guerra, podía llegarse a una alianza militar entre Alemania, Italia y España.

Estas restricciones mentales del Duce a las reivindicaciones españolas volvieron a repetirse al día siguiente, al tratarse ya de lleno la alianza militar tripartita. El Duce, al ser preguntado sobre si creía que los españoles podían administrar el área marroquí reinvindicada, se encogió de hombros y respondió preguntando a su vez sobre los preparativos militares españoles en la zona, las armas y los aviones con que contaba en caso de un ataque desde Marruecos francés. (8)

HitIer consideró innecesaria en 1940 la entrada de España en el conflicto europeo

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