Un conciliador con el Gobierno de Gierek

El 15 de mayo de 1977, miles de católicos polacos se apretujaron ante la iglesia de Nowa Huta, en el barrio obrero siderúrgico de Cracovia, templo construido por suscripción popular y cuya arquitectura recuerda a la Rochelle de Le Corbusier.Siete días antes, Antoni Pyjas, estudiante católico, vinculado a las corrientes de oposición, había muerto en extrañas circunstancias (¿asesinato político?).

La inauguración de Nowa Huta fue para muchos fieles una demostración política contra el Gobierno de Varsovia. La homilía, en correspondencia, resultó una defensa de las libertades religiosas y humanas. El cardenal que habló en aquella ocasión es hoy Juan Pablo II, Pontífice de la Iglesia católica.

Entonces, las relaciones entre el POUP (Partido Obrero Unificado de Polonia, partido comunista) y la Iglesia polaca, encabezada por el cardenal Wyszynski, eran algo más que tensas.

Unos meses antes, los obispos de Polonia, y entre ellos Wojtyla, habían reclamado al Gobierno elecciones y sindicatos libres, así como una justicia independiente, denunciando que la reforma constitucional de 1976, que consagró la amistad Polonia-URSS, iba en detrimento de la «soberanía e independencia de la patria».

Sin embargo, la actuación política del hasta el lunes arzobispo de Cracovia se basaba ya en un intento de conciliación entre la oposición y el Gobierno comunista de Edvard Gierek, contando con la fortaleza política del catolicismo polaco, que representa el 93 % de la población.

Se supone, con cierta base, que el actual Papa intervino en la preparación de la entrevista entre Gierek y el primado Wyszynski, el año pasado, que abrió el camino para el posterior encuentro entre el líder polaco y el entonces pontífice Pablo VI en el Vaticano, comienzo del deshielo entre Varsovia y la Santa Sede.

"No podemos callarnos"

Si en el aspecto litúrgico y dogmático, Juan Pablo II está totalmente opuesto al integrismo de Wyszynski y su brazo derecho, monseñor Dobrowski, secretario de la conferencia episcopal polaca, ha coincidido con ellos en criticas al régimen de Gierek, si bien no arrojando «aceite al fuego» y dejando su denuncia en los meros cauces de una protesta verbal.

«No podemos callarnos -leyó en septiembre de 1976- cuando los derechos fundamentales de los ciudadanos no son respetados», que coincide substancialmente con lo dicho por Adam Michnik, uno de los líderes y fundador del Comité Obrero Polaco, quien ha escrito que las reformas en Polonia «deben garantizar los derechos del hombre».

En fin, en el aspecto pastoral, la labor de Wojtyla en Cracovia no puede ser más positiva, entre 1970 y 1976 el número de seminaristas casi se duplicó en la archidiócesis del ahora papa, pasando de setecientos a 1.200 nuevos estudiantes.