Lenguas, banderas y escudos
A los vascos y catalanes no les molesta la sinécdoque propiamente dicha del artículo tres de la Constitución, que toma la parte por el todo, el rábano por las hojas, al confundir el castellano con el español, sino la oreja que asoma por debajo de ese tropo literario que es otro caso de apropiación indebida, un derecho de conquista por tener el diccionario más gordo. Entonces llega el informe de la Real Academia con la póliza y los timbres móviles en. su sitio, el encargado de UCD lee el soneto de un poeta del cono Sur que sueña con el mazapán de Toledo, alguien embarca a Nebrija en la carabela de Colón y después de contabilizar los clientes de cada idioma, la lengua castellana pinchada con una pica de Flandes es paseada victoriosamente por la sala.Pero en la matinal de ayer los vascos y catalanes, Monreal, Audet y María Rubiés luchaban por sacudirse la sinécdoque centralista de encima. Hablar de castellano o español no es un problema académico, lingüístico, técnico o retórico, sino una cuestión política con una vertiente sentimental que no se resuelve con dictámenes de tinta. Ese tropo literario introducido por la comisión del Senado es un acaparamiento patriótico que hiere unos sentimientos culturales y, por su parte, no soluciona nada. Mas aquí está Fidel Carazo con el santo remedio. Esta vez llega equipado con el don de lenguas, como anteayer vino ungido por la ira de Dios y después ejercerá de abanderado de las más grandes y nobles causas.
Fidel Carazo es una perla de escaño, con sus adjetivos detonantes, con esos acelerones de seiscientos trucado que derrapa por la derecha. Habla con la pasión que precede al derrame ideológico controlado por la cuartilla, pero llega .un momento en que dobla el papel, se lo mete en el bolsillo y entonces, ya descabalgado por la ba,jada, de su corazón soriano puede salir la cosa más divertida o apasionante. Ayer, en un niomento que no llevaba paracaídas, dijo que el castellano era una lengua imperial. Fue un tic nervioso-cultural tan freudiano que hizo aplaudir de gusto a sus contrincantes.
Después de las nacionalidades el Senado ha dictaminado sobre lenguas, banderas y escudos, que son la parte exterior de las esencias. El almirante Gamboa habló de la bandera arrancando desde Tito Livio y se excusó por la retórica con una ironía un poco amarga. Luego Fidel Carazo, metido en artista, se marcó otra revolera con la enseña nacional. Y Bandrés llegó con la cinta midiendo un tono que equidista de la súplica y la advertencia, de la incomprensión y la evidencia, entre la humildad y la dureza. Bandrés dijo lo de siempre, pero referido a banderas e ikurriñas. Finalmente, Justino Azcárate, con ese tuteo elegante de caballero castellano que regresa de una encomienda venezolana y ha dejado el jubón en el perchero, logró colocar un párrafo para que España cambie de escudo. Entró. Los senadores van a su aire tan campantes.
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