España e Italia
LA VISITA a España del presidente Andreotti reviste una dimensión simbólica y un significado práctico, polarizado fundamentalmente en torno a las negociaciones para la entrada de nuestro país en el Mercado Común Europeo y a la presencia de intereses italianos en la Península. Las relaciones oficiales entre dos países a los que une la historia, la tradición civilizadora y elementos comunes de cultura popular pueden contribuir a una intensificación de los intercambios de todo tipo entre ambas comunidades. Aunque la búsqueda de analogías y de lazos de unión entre las naciones siempre corre, el riesgo de desembocar en los tópicos o en inverificables afirmaciones sobre la psicología de los pueblos, pocas dudas caben acerca de la mayor receptividad en España de las manifestaciones y los estilos de la vida colectiva italiana si se los compara con los que proceden del resto de Europa.La influencia de la Iglesia católica en la vida pública ha sido una nota dominante tanto en Italia como en España. La derrota de la reforma y la victoriosa contraofensiva de la Contrarreforma trentina marcaron el desarrollo histórico de la Monarquía española y de los reinos y estados italianos durante siglos. Las mismas apetencias insatisfechas en el momento del reparto imperial del mundo abocaron a la Italia unificada por los Saboya y a la España de la Restauración a desafortunadas aventuras africanas y crearon el substrato emocional e ideológico para el ascenso del fascismo en los dos países. El mimetismo de los falangistas españoles respecto al modelo mussoliniano sólo es negado por alguno de los propios imitadores, que recibieron apoyos financieros, alientos Políticos y el bagaje ideológico del Estado comparativo italiano de los años treinta. Pero Italia no ha servido de ejemplo sólo a los émulos de los camisas negras. Si las elecciones generales españolas de junio de 1977 constituyeron una espectacular derrota de la Democracia Cristiana, como consecuencia en parte de la nueva actitud adoptada por la jerarquía católica, los planteamientos del partido creado por Dom Sturzo y elevado por De Gasperi a la hegemonía tras la postguerra sirvieron durante años de esperanza para quienes concebían el desenlace del franquismo en términos semejantes a la caída del fascismo. E incluso ahora la UCD guarda con la DC italiana relaciones de parentesco basadas no sólo en las posiciones de poder que defienden en su seno los miembros de la ACN de P y en su carácter de «partido-ómnibus» que concede asiento a intereses contrapuestos, sino también en sus privilegiadas relaciones con el grupo mayoritario dentro de la Conferencia Episcopal. También en la izquierda las experiencias de la política italiana parecen tener carácter de ejemplo de obligado seguimiento en España. Las pretensiones del PCE de haber inventado la estrategia, la ideología y las rupturas con el pasado, que se resumen imprecisamente bajo el nombre de «eurocomunismo», no resisten el análisis cuando se compara su historia con la del comunismo italiano.
Puede surgir, así, la tentación de extrapolar hacia el futuro de nuestro país los fenómenos más negativos de la indudable crisis política y social por la que atraviesa Italia, cuya profundidad no ha hecho sino aumentar después de la crisis económica iniciada en 1974. En este punto, sin embargo, sería preciso destacar las diferencias de estructura social y de experiencia histórica entre ambos países y rechazar la idea fatalista de que necesariamente habrán de repetirse las mismas omisiones y los mismos errores que ponen en dificultad el funcionamiento de la vida pública italiana. La corrupción de la clase política, acompañante casi inevitable de la permanencia ininterrumpida en el poder, el hundimiento electoral de un partido socialista que probó con igual mala fortuna tanto la oposición intransigente como la colaboración gubernamental, la lentitud de las transformaciones del PC italiano y el todavía mayor retraso en aceptarlas por el resto de la sociedad, y la sobreactuación de una Iglesia católica que defiende además las fronteras ideales del Estado vaticano, no son plantas que tienen forzosamente que arraigar en nuestro suelo.
Y, sin embargo, fenómenos tan disolventes para la convivencia civilizada como la marginación progresiva de la vida política de sectores importantes de la población se empiezan ya a dar en España, aunque no sea en grado tan alarmante como en Italia. El aumento del paro juvenil, la incapacidad de los partidos para salir de las maniobras en la cúpula y convertirse en expresión de la voluntad y de los deseos de los ciudadanos, el cansancio ante una situación política bloqueada que no hace sino repetir fórmulas ya gastadas, y la difusión de un clima de desencanto ante la ineficacia de una acción estatal para mejorar la calidad de la vida colectiva pueden servir de caldo de cultivo para quienes propugnan soluciones de signo autoritario.
En esa perspectiva, la circunstancia de que la ofensiva terrorista contra las instituciones democráticas haya elegido cómo campo de operaciones a España y a ltalia no puede ser una coincidencia casual. Y la visita de Andreotti, además de clarificar la posición italiana respecto a la entrada de España en el Mercado Común, y especialmente en lo que se refiere a los temas agrícolas, puede y debe aportar algún acuerdo en este otro terreno. Así lo esperamos.
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