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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Borges: principio y final de su poesía

Dos nuevos libros de y sobre Borges testimonian la voluntad poética de un escritor que, pese a haber accedido a la fama por sus narraciones fantásticas, nunca dejó de ser un gran poeta de nuestra lengua. Principio y fin de una obra amplia, iniciada al calor de las vanguardias europeas y cuajada hoy en poemas de una emoción inédita en su literatura. Carlos Meneses, escritor peruano que reside en Mallorca desde hace muchos años, ya había estudiado la prehistoria mallorquí de Borges, transcurrida en 1920, y recuperado algunos de los poemas, perdidos hasta entonces, aparecidos en revistas y periódicos locales, además de los manifiestos ultraístas mallorquines que Borges firmó en el entusiasmo vanguardista junto a varios escritores jóvenes lugareños. Ahora, Meneses reúne, junto a un estudio muy informativo y documentado, la casi totalidad de los poemas publicados por Borges durante sus inicios literarios españoles, recopilados por primera vez pese al rechazo que siguen experimentando en el Borges de hoy. Algún día, tenía que llegar, en el que estos poemas denostados por su autor, pero recordados siempre por los estudiosos de las vanguardias (Guillermo de Torre y Gloria Videla, sobre todo) pudieran estar al alcance de todos. Y porque se trata de una prehistoria muy diferente al Borges que después conocimos, el interés de esta época es mucho mayor. Aquí están los poemas salvados de aquel libro mítico Salmos Rojos, supuestamente revolucionario, que Borges destruyó; los poemas a Rusia y su revolución socialista, llenos de gallardetes triunfales y de bayonetas que «portan en la punta las mañanas»; además de las alusiones eróticas, que más tarde desaparecerían casi totalmente de su literatura.Dieciocho poemas en total, que, pese a su poco valor aislado del contexto de la poesía borgeana, son fundamentales para el que quiera profundizar en una de las obras más deslumbrantes de la literatura contemporánea. Todas las fútiles acusaciones de falta de «vitalismo» en este escritor casi adolescente quedan desmentidas en estos poemas fervorosos, contagiados de modernidad, deudores del expresionismo alemán, del dadá más coherente y del embrionario surrealismo. Toda la aventura ultraísta, que tantas huellas dejara en la poesía posterior, está vivida con intensidad en los poemas juveniles de Borges.

Poesía juvenil de J

L. Borges.Carlos Meneses. J. Olañeta, editor. Barcelona, 1978. Historia de la noche. Jorge Luis Borges Emecé. Buenos Aires. 1977.

En el otro extremo de la vida, un nuevo libro de poemas, escrito casi sesenta años después por un anciano que se reencuentra con su vida y se interroga despiadadamente sobre el verdadero sentido de su entrega a la literatura y el rechazo de otros sentimientos, de otras formas de vida, de otras costumbres que son comunes a la mayoría de los hombres y que él no tuvo. Tras la matemática precisa de sus narraciones o el perfecto ajedrez de sus endecasílabos llenos de espejos, laberintos y, sobre todo, insomnio, Borges hace un examen de su vida. Y ese examen se caracteriza por su implacabilidad. Desde su infinita soledad, rodeado de sombras espesas y del recuerdo helado de los libros que leyó o de los sabores que permanecen en él, Borges alcanza la cota más alta de emoción. Sinceridad desmedida, conciencia del desgaste temporal y de las pérdidas irreparables, expresadas siempre bajo las voces impostadas de sus personajes (El Quijote, Adán, el rostro múltiple de las mil y una noches) o en la confesa voz de Borges que «está solo y no hay nadie en el espejo». Acosado, triste, seguro de muy pocas cosas, contempla la noche y desde ella dicta un verso dolorido y sordo, que no se regodea en el lamento ni en la autocompasión, sino que intenta la confesión general del que espera y ansía la muerte, como acto final, como liberación última. («Soy el que no conoce otro consuelo/ Que recordar el tiempo de la dicha./ Soy a veces la dicha inmerecida./ Soy el que sabe que no es más que un eco,/ El que quiere morir eternamente.»)

Es éste el Borges que, tras recibir un visitante que llega de un país lejano, lo invita a pasear por la ciudad y acaba llevándole al cementerio de la Recoleta para tocar con él las piedras amigas del panteón familiar y comentarle sus excelencias. «De cuantos libros he publicado -dice en el epílogo-, el más íntimo es éste. Abunda en referencias librescas; también abundó en ella Montaigne, inventor de la intimidad.» Para acabar con una reflexión más.

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