Pianistas y ballets
Pianistas y ballets han dominado el programa del XXVII festival. Aún sin contar con la tremolina del teclado que supone el Concurso Paloma O'Shea, ya comentado en esta sección, resulta necesario referirse a la actuación de un grupo ilustre de concertistas españoles y extranjeros. En el Paraninfo de la Magdalena, el soviético Sergei Dorensky desarrolló un espléndido recital. Sonatas de Beethoven (número 2 y Claro de luna), preludios de Debussy y Shetakovitch más unos fragmentos de Romeo y Julieta, de Prokofiev, sirvieron para ponernos en comunicación con un técnico digno de la escuela de Ginzburg y un músico tan vario como completo.Al Premio O'Shea, 1977, le fue concedido un recital en la plaza Porticada, ámbito escasamente apto para este tipo de manifestaciones. Ramzi Yassa, egipcio residente en París, hizo un magistral Scarlatti, una muy seria versión de la Sonata, opus 110, de Beethoven, y un supersensible y casi scriabiniano Chopin. Pero en la segunda parte tuvo el error de programar Las Estaciones, de Tschaikowsky, piezas breves en las que tiene más peso el nombre del autor que el contenido de los pentagramas. El respetable se aburrió, aunque volvió a la vida fulgurante con el endemoniado (nunca mejor dicho) Mephisto-Vals, de Liszt.
Ante la indisposición repentina de Weissenberg, acudió a interpretar el primer concierto de Brahms nuestro gran Rafael Orozco. Creo que es elogio para Weissenberg decir que su discípulo llenó su ausencia en todo sentido, ya que gozamos de una versión de cinco estrellas, en la que el poderío y la expresividad se animó por un fuego interior de calor y luces muy personales. La plaza se hizo un multánime bravo, aún a pesar de que la colaboración de la Orquesta Enesco y su director Ion Esaicu no rayaran a la altura del solista.
Todavía, el húngaro Zoltan Kocsis, figura máxima de la joven generación de pianistas húngaros, daría lecciones de todo orden como intérprete de Mozart y Bartok. Este intérprete, que acaba de rebasar el cuarto de siglo, está dotado de máximas virtudes Y, sobre todo, posee lo que no se aprende: genio.
Lorca y sus voces de niños
Ya estuvo en el Festival de Santander, hace años. el Ballet Rambert, cuando todavía vivía su directora y fundadora. La polaca María Rambert colaboró con Diaghilew y a ella se debe. en gran parte, el montaje de La consagración de la primavera, al que aportó sus experiencias anteriores con Dalcroze y la Duncan. Sus continuadores de ahora, dirigidos por Chesworth y Bruce, conservan el espíritu de la Ramhert en dos aspectos principales: exigencia de estilo y perfección y afán renovador. Lo más bello de cuanto han presentado en esta ocasión es la coreografía sobre Antiguas voces de niños, la original composición del americano George Crumb basada en textos de García Lorca. Por cierto que. por las mismas fechas. Wernee Henze montaba la misma partitura con una regiede Leon König. Grumb solucionó de forma singular la musicalización de la simplicidad y la riqueza colorística lorqueñas en una obra que ha producido no escasa secuencia, quizá porque se acerca al mundo de lo naïf. Textos de El niño mudo, Gacela de la huida, Gacela del niño muerto y Balada de la placela han sido manipulados por el compositor hasta dar con un íntimo y emocional universo sonoro, con una poética musical que se deriva de y se superpone a los versos del poeta granadino. A su vez, Bruce, ha creado un fantasmagórico repertorio de paralelismos, una coreográfica folia de España (por emplear la alusión de Henze) en la que lo naïf se carga de un cierto dramatismo. Basándose en el sonido de las viejas grabaciones de Fast Waller, el fabuloso pianista y cantor de jazz. Leigh Warren, creó su Nathouse Stomp, suerte de revival pleno de color y de gracia.
Completan el panorama balletístico del ciclo santanderino, las sesiones del Ballet Folklórico del Senegal -otro de los grandes triunfos multitudinarios de la Porticada-, el Ballet Escocés, con la Sansova como etoile, y la Compañía Folklórica SIuk, de Checoslovaquia.
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