Un servicio modelo del hospital Carlos Haya

El pasado mes de julio se publicó en la sección «Cartas al director» y bajo el título de «Un hospital de la SS » una carta firmada por don José Luis Espejo, relacionada con el servicio de cirugía pediátrica de la residencia sanitaria Carlos Haya, de Málaga, que me dejó realmente sorprendido por los términos que en ella se vierten, que, si he de ser sincero, pienso que las tintas se cargaron en términos totalmente injustos.Estuve a punto en un primer momento de contestar a la misma, pero no me pareció correcto por una razón muy sencilla: tenía que volver nuevamente a Málaga y a la residencia sanitaria Carlos Haya, para que mi hija fuera sometida a una revisión tras una operación que se le practicó hace dos años, donde la intervención quirúrgica puede decirse que fue llevada a cabo poco menos que a vida o muerte, ya que el estado de la niña, con cuatro días de vida, no hacía concebir ninguna esperanza.

Ahora, tras regresar a Las Palmas y cuando nadie puede interpretar esta carta como un detalle para congraciarme con los admirables profesionales que componen el servicio de cirugía pediátrica del Carlos Haya; cuando estoy fuera de cualquier duda por parte del lector de que alguien pueda pensar que intento con estas líneas algo, puesto que nunca tendré que volver con la niña a Málaga por razones médicas, creo que es de justicia -repito- el ofrecer la otra cara de este servicio de cirugía pediátrica, considerado entre los primeros de España por la cantidad de niños que allí envían a diario desde distintos puntos de la geografia española y la abnegación y espíritu de sacrificio de cuantos hombres componen este equipo encabezado por el doctor Gilberto López Pérez, considerado entre las primeras figuras de España en el campo de la cirugía pediátrica. Creo que es muy justo -repito una vez más- hacer llegar a todos la verdadera imagen de lo que es el Carlos Haya en lo que a cirugía pediátrica se refiere: todo, menos -como decía el señor Espejo- «una fábrica de angustia y de rniedo», y, por supuesto, nunca «unos imprudentes temerarios», porque las pruebas que tengo son todo lo contrario.