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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Checoslovaquia, hace hoy diez años

DIEZ AÑOS después de la entrada de los tanques soviéticos en Checoslovaquia con el presunto encubrimiento del Pacto de Varsovia, la Ilusión que dio lugar a la «primavera de Praga» y las esperanzas de un socialismo en la libertad ni están agotadas ni son estériles. A diferencia de los sucesos de Hungría en 1956 -la otra gran intervención soviética en Europa del Este-, los de Checoslovaquia no se pretenden superar por el olvido. Tampoco los checoslovacos, a diferencia de los húngaros, se han resignado a la prudencia evitadora de los males mayores de la irritación soviética. Los checoslovacos se reclaman de los años de Dubcek. La persistencia de aquel espíritu, reafirmado, por ejemplo, por la Carta 77, sólo puede suponer su renovación sobre la base de la confianza, no perdida, en un régimen que empezó a pertenecer al pueblo y en la remodelación de un sistema económico que mejor se adaptase a las circunstancias checoslovacas. Ni el régimen político ni el sistema económico han progresado sustancialmente con los Husalk, Bilak, etcétera, y pese a los numerosos préstamos que concede la Unión Soviética.Cada década registra profundas crisis en la Europa de las democracias populares, crisis que expresan los motivos de la liberalización política, pero también de la independencia nacional. En los cincuenta fue Polonia y, sobre todo, Hungría. En los sesenta, Checoslovaquia. ¿Cuáles serán las crisis de esta década y de las siguientes? Cada vez más cerca de la realización, el pueblo checoslovaco no está desilusionado de lo que pretendió ni tampoco verdaderamente derrotado. El fracaso del 68, completamente ajeno a su voluntad, supone hoy el máximo motivo de unanimidad nacional, una edad de oro a la que de algún modo se quiere volver.

La invasión de Checoslovaquia evidenció el lado negativo del poder soviético -algo ya apuntado en Hungría doce años antes-, y supuso una profunda crisis en el movimiento comunista mundial, el origen cercano del eurocomunismo. La defensa del socialismo por los tanques soviéticos -cosas que de por sí deberían ser mutuamente incompatibles- también arrojó luz sobre la explicación de las relaciones entre los Estados de la Europa del Este y la granpatria socialista. A partir de entonces se considera tanto la poca viabilidad del protectorado como el futuro incierto de un socialismo autoritario, burocrático y eventualmente violento. Para los que vivieron en Checoslovaquia el verano del 68 y los que analizaron el fenómeno de los tanques en la plaza de San Wenceslao, toda una simbología, para los 150.000 checoslovacos que abandonaron el país y los 500.000 expulsados del Partido Comunista, se inició o confirmó un camino de retorno, el que pasa a través del socialismo humano, los derechos fundamentales y la independencia nacional.

Sin embargo, este camino no se halla totalmente despejado. Se entrecruza en él la URSS, cuya seguridad militar y estabilidad política se apoyan en buena parte sobre las relaciones de dependencia ejercidas en relación con las democracias populares. Corre por toda la Europa del Este un fantasma que, esta vez, se llama disidencia. Exagerar su tensión y dar falsas esperanzas de libertad, como hicieron los norteamericanos en Hungría en 1956, puede acarrear, no obstante, las más amargas desilusiones y la reacción contundente de la URSS. La disidencia en las democracias populares tiene un ritmo imparable que si el poder soviético se equivoca al negar, el poder occidental incurriría en más grave equivocación por alentar desmesuradamente.

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Casos como el de Checoslovaquia se repetirán. Pertenecen a los aires que corren en este tiempo y nadie puede censurarlos alegremente como conspiraciones movidas por el imperialismo agresivo de Occidente. Incluso ya aparecen signos de extensión; coincidiendo con los diez años de la invasión de Checoslovaquia por los soldados y los tanques del Pacto de Varsovia, se han celebrado contactos entre miembros de la oposición checoslovaca y de los comités de autodefensa que comienzan a surgir en Polonia. Porque las necesidades económicas y estratégicas de la Unión Soviética no pueden impedir que los comunistas del Este europeo diferencien nítidamente la dictadura del proletariado de la dictadura de la burocracia del partido, y, aún con más claridad, la dictadura hegemónica de Moscú sobre las restantes capitales socialistas.

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