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Turbay forma un Gobierno liberal-conservador

Desempleo, inflación, alto costo de la vida e inseguridad ciudadana, son los más graves problemas que recibe el nuevo presidente colombiano, el liberal Julio César Turbay Ayala (62 años), quien acaba de tomar posesión de su cargo en una ceremonia a la que asistieron delegaciones de cincuenta países de todo el mundo, tras la cual anunció la formación de un nuevo Gobierno de «equilibrio» liberal-conservador. A esas dificultades materiales, que no son pequeñas, deberá unir otra que, en opinión de muchos, es más importante, a pesar de ser menos tangible: la apatía y el hastío políticos de la mayoría de los ciudadanos.

El nuevo presidente, considerado un obrero, un artesano de la política, tiene ante sí cuatro años para llevar adelante las reformas prometidas al escéptico electorado de Colombia. Si quiere considerar un éxito su gestión, deberá sobre todo contener el proceso inflacionista (cerca del 30% en 1977), cuyas inevitables secuelas, la permanente alza de los precios y el aumento del paro, han contribuido de manera decisiva al descontento social. El equilibrio político entre conservadores y liberales, deberá ser otra de las preocupaciones de Turbay. Ayer se anunció la formación de un Gobierno compuesto por siete ministros liberales, cinco conservadores y un militar, que refleja la voluntad del presidente de mantener ese, equilibrio.

Los nuevos ministros son: Gobierno, Germán Zea Hernández; Relaciones Exteriores, Indalecio Liévano Aguirre; Hacienda, Jaime García Parra; Defensa, general Luis Carlos Camacho Lieva; Minas y Energía, Alberto Vásquez Restrepo; Educación, Rodrigo Lloreda Caicedo; Salud Pública, Alfonso Jaramillo Salazar; Trabajo, Rodrigo Marín Bernal; Justicia, Hugo Escobar Sierra; Obras Públicas, Enrique Vargas Ramírez; Agricultura, Germán Bulla Hoyos.

También fueron designados para la cartera de Desarrollo Económico, Gilberto Echéverri Mejía, y para Comunicaciones, José Manuel Arias Carrizosa.

Turbay asume el poder en un momento en el que uno de los dos pilares básicos de la economía de Colombia, el café, sufre embates muy fuertes. La bonanza cafetera, que hizo subir los precios de este grano en un 500% en menos de tres años, parece que ha llegado a su fin. Los excedentes, las mejores cosechas y la aparición en los mercados de nuevos productores obligarán a Colombia a vender el 20% más de sacos que el año pasado para obtener los mismos ingresos en divisas que en 1977, y que sumaron alrededor de 1. 800 millones de dólares (144.000 millones de pesetas). La otra fuente tradicional, aunque menos «limpia», de divisas para Colombia, la producción y tráfico de marihuana y cocaína, parece sufrir menos problemas que el café. A pesar de las intensas campañas auspiciadas por Estados Unidos y Venezuela para descubrir plantaciones y detener traficantes, el negocio de los estupefacientes es más boyante hoy que hace unos meses, y su importancia en el conjunto económico de Colombia sigue en ascenso. Este capítulo produce prácticamente los mismos ingresos que el café; de ahí que las propias autoridades colombianas no pongan excesivo entusiasmo en detener o eliminar una actividad productiva que pondría en serio peligro la economía del país.

La toma de posesión del nuevo presidente colombiano fue aprovechada para que varios jefes de Estado de países miembros del Pacto Andino celebraran en Bogotá una reunión destinada a examinar la difícil andadura de este acuerdo de integración, que nada o casi nada ha conseguido en sus diez años de existencia.

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