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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las políticas del marxismo

No han sido escasos, desde hace años, los intentos para encorsetar al pensamiento marxista como una corriente más, entre otras muchas, del pensamiento filosófico contemporáneo; reducir el marxismo a una disciplina académica, bien limitada en el interior de unas fronteras escolásticas, bajo las apariencias formales de un catecismo, de un manual o de una suma cosmológica. En este intento congelador han coincidido, desde distintas y aun contrarias perspectivas Políticas, pero muy cercanas ideológicamente, tanto la ortodoxia más fiel como el anti-marxismo más fervoroso, para utilizar términos convencionales.Son muchas las trampas que el anterior planteamiento contiene. Las más conocidas, por su empleo cotidiano, residen en considerar el marxismo como un recetarlo mágico que contiene las respuestas infalibles para cada supuesto; o bien, desde la óptica contraria, reducirlo a un vulgar materialismo puesto al servicio de causas vergonzantes. En ambos supuestos la manipulación es evidente; pero es curioso comprobar que todas estas instrumentalizaciones se realizan siempre en nombre de una fidelidad rigurosa a unos principios inmutables que, en la mayoría de los casos, no logran disimular la subordinación a un oportunismo en absoluto científico. Lo que aquí y ahora interesa poner de relieve es algo que con frecuencia se olvida o se procura ocultar tras la pseudo-objetividad de las academias: el marxismo es una filosofía, es un método de análisis, es una interpretación socio-económica, pero también es un modo concreto del actuar político que debe regir el comportamiento de una clase social o de un grupo de vanguardia, el marxismo es o debe ser el canon de conducta de los partidos políticos que se reclaman del comunismo, de aquellos que se atribuyen como objetivo final y utopía definitiva la construcción de una sociedad sin clases.

Los marxistas y la política, Selección de F

Châtelet, E. Pisier-Kouchner y J. M. Vicente, tres volúmenes, Editorial Taurus, Madrid, 1978.

Tal es el objetivo de la selección de textos que comentamos: «el marxismo impone la eminencia de lo político» (1, 15); en este sentido, que realmente es el último, el marxismo es un hacer político, pero no un quehacer sin más; tiene un objetivo muy concreto: la revolución. No se piense que estamos descendiendo a infantilismos, ni mucho menos a criticables aventurismos poco oportunos. Finalidad última del marxismo es poner fin a la explotación del hombre por el hombre; y a esta situación sólo puede llegarse invirtiendo copernicanamente los términos de las relaciones de producción. Este quehacer se llama revolución: «Por tanto el marxismo tiene la tarea de determinar la estrategia de esa revolución, sus armas, los peligros que sin cesar la amenazan y las modalidades que han de adaptar, en función de las situaciones históricas, las acciones encaminadas a la toma del Poder» (1, 23).

Propuesta para la acción política

Desde esta perspectiva, la construcción y el entendimiento del marxismo como propuesta para la acción política, en tanto que herramienta para la transformación de la realidad, tiene un discurso irregular, no siempre ascendente, sino evidentemente apegado a las circunstancias históricas de cada proceso revolucionario. Y, ya se sabe, el discurso de los políticos no es constantemente lineal y brillante. Pero, al menos, en lo que al marxismo se refiere, y es un dato puesto de relieve por esta antología de textos, siempre que es revolucionario es distinto, es creador, es imaginativo: dicho en otras palabras. es vulnerador de los principios históricos anteriores, simplemente porque en, el marxismo no caben las afirmaciones de validez universal, ni tampoco los dogmas establecidos de una vez y para siempre. Por el contrario, cuando el marxismo se hace rutinario, genera burocracia, transmite la contra-revolución, o sea, deja de ser marxista, es cuando precisamente aspira a presentarse como leal continuador de una tradición invulnerable, como depositario único y clerical de una herencia de la que se autoproclama legatario universal. Es, a vía de ejemplo, el trayecto que va desde aquel «los obreros no tienen patria», del Manifiesto, a la idea estalinista de «la patria de los obreros de todo el mundo».Ciertamente, antes de llegar al enriquecimiento de la acción política gracias a las diversas experiencias revolucionarias, el marxismo conoció un momento histórico de brillante producción teórico-práctica: producción que ha consolidado elementos fundamentales en el análisis político del marxismo: la crítica del Estado y la idea del comunismo, en Marx y en Engels, así como la idea de revolución y de toma del Poder, la concepción del partido como vanguardia del proletariado y el enunciado del principio de autodeterminación de los pueblos, en Lenin.

A partir del triunfo de la Revolución de Octubre se materializa la diversificación del marxismo: ya se cuenta, aunque única, con una experiencia concreta, temprana y oportunamente criticada por Rosa Luxemburgo en 1918. La imposibilidad o la renuncia (depende de los enfoques) a la extensión del modelo revolucionarlo soviético enriquecería el debate con las experiencias de un Trotski o de un Gramsci. Más tarde, el triunfo de procesos revolucionarios genuinos y nacionales en áreas geográficas subdesarrolladas vendría: a culminar el derrumbe del modelo único y de la actuación monolítica: China, Cuba y Vietnam, con sus revoluciones populares y, con ellas, Mao, Ernesto Guevara y Ho Chi Minh. Aunque, lamentablemente, también hay que recordar que, junto a estos procesos revolucionarios, enriquecedores de la práctica marxista, la implantación del modelo soviético en Europa Oriental, tras la Segunda Guerra Mundial, con la excepción yugoslava, así como la aceptación del estalisnismo como «fenómeno inevitable» (?), junto a las intervenciones armadas soviéticas en Hungría y en Checoslovaquia, generaron precisamente un empobrecimiento del marxismo, un raquitismo ideológico que sólo ha servido para fortalecer la concepción del llamado socialismo de Estado.

Los rasgos luminosos y las zonas tenebrosas hacen del marxismo la mayor empresa intelectual y política, no son términos antagónicos del hombre contemporáneo. A esta meditación estimula sobradamente la selección de textos que comentamos. Pero, como es inevitable en toda antología, hay carencias que el lector interesado deberá suplir. Por una parte, no se expone la aportación que al marxismo, y desde una posición crítica, han hecho pensadores de Europa Oriental (ejemplos: Korsch, Richta, Kosik, Schaff, entre otros). Por otra parte, el desarrollo que al análisis del imperialismo han proporcionado intelectuales y políticos tercermundistas es igualmente ignorado en algunos nombres significativos; no nos referimos ya al nombre de Sultan Galiev, permanentemente olvidado, sino la ausencia de referencias, entre los «clásicos», a un Mariátegui, y, entre los contemporáneos, a Samir Amin, Abdel Malek o Marta Harnecker, por mencionar sólo unos ejemplos.

Quizá hayan pesado dos planteamientos defectuosos en los autores de la selección. Uno, haber atendido preferentemente a políticos activos y hombres de Estado, lo que proporciona una visión parcial de la cuestión. Otro, el predominio de un criterio mayoritariamente europeo, lo que amputa terriblemente al marxismo, limitándolo a una corriente casi eurocéntrica. Aunque, con estas notas críticas, probablemente estemos pensando en otra antología posible. Ya que toda selección de textos es criticable, pues dificilmente, se logra la coincidencia con los gustos del lector. Como bien ha escrito recientemente Juan García Hortelano, antólogo poético ocasional, «la lectura parcial de una obra, parcializada con rigor crítico incluso, no puede sustituir a la lectura total de esa obra. Nadie lee por nadie, previamente nadie suplementa el juicio de nadie; la lectura, como toda operación creativa, es un acto individual». Este acto individual es responsabilidad última y exclusiva del lector.

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