El valor de la palabra
Después del hombre, o quiza antes que él, es el caballo el animal más cinematográfico. Caballo y cine nacieron en el arte para ser retratados en movimiento o para retratarle, y no en balde, cuando aquél sólo era una experiencia de laboratorio, se usó de los caballos para estudiarlo fragmentado, dividido en imágenes precursoras del actual espectáculo.Puede que debido a ello también, los mejores momentos de este nuevo «Equus» sean aquéllos en los que sus protagonistas, muchacho y caballo, se conocen, se tratan, galopan juntos, ajenos al mundo en torno, cerca del mar del verano o entre campos de coles. Estas irnágenes que en la obra original no podían ofrecerse compensan en algo aquellas otras virtudes propias del teatro, de la palabra sobre todo, que al pasar a la pantalla aparecen como apagadas, encerradas, o mejor sofocadas, por el duro corsé de un corto naturalismo.
Equus
De Peter Shaffer. Guión del autor. Dirección, Sidney Lumet. Intérpretes: Richard Burton, Peter Firth, Colin Blakey, Joan Plowrigth, Harry Andrews, Eileen Atkins y Jenni Agutter. Dramáfica. Gran Bretaña -Estados Unidos. 1977. Local de estreno: Oxford 1 y 2, y California.
La palabra en teatro permite imaoinar, la imagen en cine empieza y acaba en sí misma, no va más allá de sus concretos límites por más esfuerzos que lleve a cabo el director de luces, por más que música y encuadre traten de ayudarle un tanto espúreaniente. Porque «Equus», cuyo éxito mundial se basa por igual en el saber hacer y en la inteligencia, en la astucia como en las alusiones a una superficial mitología, es, ante todo, una comedia en la que evocación y rnetáfora juegan papel tan importante que, una vez eliminadas por la realidad del cine, menguan en mucho esta historia de un muchacho que convierte a su companero de distinta especie en símbolo de amistad, esclavitud, poder y nobleza.
Este animal compañero y dios particular que salva el chico por un tiempo, se halla, como se sabe, en el extremo opuesto del médico vacío, frustrado, solo, que duda si mantenerle vivo como está o devolverle a un mundo que él mismo rechaza desde que llega a conocerle. Esta es la parte esencial de la obra original y a la vez del film a pesar de hallarse servida por un Burton un tanto viejo si no en el rostro sí al menos en su estilo. Peter Firth, en cambio, repite en la pantalla un exito que en el teatro le consagró hace tiempo.
El guión, realizado por el mismo autor, se prolonga en exceso incurriendo en los defectos propios de quien no está dispuesto a sacrificar nada en honor de cierta idea de la fidelidad llevada a la práctica en cierto tipo de adaptaciones. Así, entre monólogos cara al espectador, recuerdos pasados y tiempos presentes, la historia se complica un tanto gratuitamente, llegando a pesar sobre todo en la segunda parte. La tarea de Lumet se reduce a una honesta realización de buen especialista en versiones teatrales.
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