El Quijote
Voy a ver si empiezo a escribir el Quijote, aprovechando las vacaciones de verano, y el primer capítulo se lo voy a dar hoy a ustedes, ahora que mi querido Criado del Vall ha conseguido mover un poco de ruido en torno de aquel poetón viejo, como se llamaba a sí mismo Cervantes.Resulta que hay una casa en la calle de Atocha, ustedes ya saben, adonde parece que estuvo la imprenta que hizo la primera tirada del Quijote. Esa casa ha tantos siglos que se viene abajo, por decirlo con buenos versos de un enemigo íntimo de Cervantes: don Luis de Góngora y Argote.
No siglos, pero sí años hace que la casa se viene abajo, como periódicamente denuncia en ABC mi querido Juan Antonio Cabezas, biógrafo de Cervantes y muy ligado al rollo. Nada se hace por salvarla, claro.
Los rojos, que son unos sentimentales, han presentado un papel al Primer Congreso Cervantino, denunciando el tema, pero el papel no era precisamente un cóctel molotov, que tampoco vas a montar unos sanfermines en una cosa tan cultural. Me dice un cervantino:
-Tampoco se ponga usted así, que a lo mejor ésa no es la casa de la primera imprenta del Quijote.
-Mire -le digo-, yo he visitado en Londres el despacho realísimo y habitable de Sherlock Holmes, y Holmes no existió nunca, de modo que más respeto a los sueños de la razón.
Pero sigo investigando. ¿Y si hubiera cervantinos interesados en que esa casa de Atocha no sea la imprenta famosa? ¿Interesados por qué? Porque entonces el inmueble se desvaloriza, se deja caer (parece ya una caja de fontan edas tras el paso de la horda infantil de la merienda), y se vencle el solar, amplísimo y muy céntrico, a alguria multinacional que pague en travellers. De momento, ya sé que el sitio es de unos señores cervantístas y que se me van a encampariar, pero también a Azorín se le encampanaron los cervantistas, con menos motivo (y no siendo más que Azorín), cuando escribió sobre ellos con permiso, que era muy fino el huertano.
Detrás de esta batalla quijotesca hay más, claro. Detrás de los molinos hay siempre gigantes, porque qué otra catadura aceptable va a adoptar el espantable gigante si no es la de molino. Los molinos de la especulación y los gigantes de la montaña parece que han pensado ya en todo el barrio de las Musas -así llamado en tiempos más retóricos-, para echar abajo tan rancio caserío, donde habita el gato sin familia y florece el geranio, orinado por Quevedo, y levantar modernos y funcionales castillos/mazmorra de hormigón, cristal y acero, donde el hidalgo desfallezca.
Ya en el mismo barrio está el feo cajón de las Apuestas Mutuas Deportivas Benéficas -también llamadas quinielas, con enorme cursilería-, de las que muy bien dice mi admirado colega José María García que no son ninguna de las cuatro cosas. En la calle de Cervantes está la casa de Lope (incongruencias del callejero madrileño), que tampoco es exactamente la casa de Lope, pero que en todo caso yo he visitado en tiempos, encontrándola muy bien teni da y reinventada por el Patronato Vega-Inclán me parece que es. Y entre medias de tanta gloria, un caserío madrileño, humilde y galdoslano, muy digno de conservarse y muy necesario para una mesocracia que no puede pagarse nuevos pisos en el extrarradio, con o sin Vaguada. Pero me parece que ya hay amenazas y planes contra todo esto.
Como digo, este verano voy a escribir el Quijote, y esto de hoy es el primer capítulo. Ya les confirmaré a ustedes nombres y cifras, cuando pueda y deba. Ha hecho falta que se muriese Paso para que todos nos pongamos de acuerd en que no escribía tan mal. Hizo falta que se muriese Cervantes, o casi, para que el Quijote empezase a ser leído en serio. Mientras en Londres cuidan y enseñan el despacho de un detec tive que nunca existió, nosotros vamos a malversar -malversación del tiempo, la indiferencia o el dinero-, la imprenta de un libro que ahí está. Cómo somos.
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