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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La economía: entre la Constitución y el olvido

LA COYUNTURA económica presenta en estas primeras semanas del verano el mismo tono gris que caracteriza la climatología. Después de la moderada recuperación observada en algunos indicadores claves a lo largo de los primeros meses del año, los principales componentes del gasto, y de forma muy acusada la inversión privada, muestran un estancamiento preocupante. Sólo las exportaciones mantienen un ritmo de crecimiento elevado, pero en todo caso insuficiente para compensar el deterioro en que se halla sumido el mercado de trabajo y cuya traducción más visible es el incremento ininterrumpido de la cifra de parados.Junto con la buena marcha de las exportaciones de bienes y servicios, la moderación en el ritmo de inflación constituye el logro más positivo de la política económica emprendida a raíz de las elecciones de junio de 1977. La evolución previsible de ambas variables durante 1978 resulta esperanzadora, y en el caso del sector exterior bien puede afirmarse que la realidad está superando a la esperanza, ya que en lugar de un déficit por cuenta corriente que se esperaba de 1.200 a 1.500 millones de dólares las últimas previsiones apuntan a cifras del orden de los seiscientos millones.

Pero estos frutos de la política de saneamiento no deben ocultar la subsistencia de inmensos problemas de fondo. Es más, lo preocupante no es que esos problemas -atonía de la inversión, débil productividad, paro elevado, persistencia de desequilibrios sectoriales en la industria, mantenimiento de controles administrativos sobre el sistema de precios, falta de control del gasto público- permanezcan, sino que el Gobierno continúa dando la impresión de carecer de ideas y capacidad para encauzarlos hacia una solución a corto o a largo plazo. Una prueba palpable de esa ausencia de una política auténticamente adecuada a los problemas económicos la constituya las noticias, filtradas hace unas semanas, de que los expertos están elaborando ya las previsiones que constituirán la base de los cuadros macroeconómicos para 1979, cuando el último dato conocido de un indicador tan importante como el índice de producción industriales de marzo.

La falta de ideas nuevas se ha puesto de relieve, una vez más, con la reciente polémica sobre la conveniencia derevaluar la peseta. Dicha polémica, fruto, en gran parte, de defensa de opiniones departarnentalistas, parece olvidar que el éxito de la devaluación del 12 de julio pasado fue el resultado lógico y simultáneo de la generosidad de la depreciación adoptada y del mantenimiento de una política monetaria restrictiva para lo que este país está, acostumbrado. Por una sola vez las cosas han sucedido como indican los libros de texto. Lo que éstos también dicen, o al menos los más esclarecidos, es que si un Gobiemo desea conseguir simultáneamente los objetivos de estabilidade interna -elevado nivel de empleo con baja tasa de inflación- y externa -balanza de pagos equilibrada o con déficit fácilmente financiable- deberá utilizar de forma coherente dos tipos de instrumentos diferentes. Los que como la política monetaria y la fiscal son apropiados para controlar el nivel de la demanda agregada, y los que, como la política de cambios, resultan eficaces para orientar la demanda interna y la externa hacia la producción nacional o la foránea. Por lo que se ve, nuestros Gobiernos siguen pensando que se debe utilizar un grupo de instrumentos o el otro, nunca los dos al tiempo.

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Esta tendencia a aferrarse a enfoques parciales y poco innovadores pudo resultar justificada en los momentos en que, como en el pasado, nuestra economía se deslizaba, con pequeñas desviaciones, sobre una senda de crecimiento tendencial. Hoy en día, amenazados por una depresión que de proseguir un par de años más puede destrozar nuestras posibilidades de crecimiento e incluso de convivencia social, una orientación tan conservadora acaso alumbre un error de incalculables consecuencias.

Debe proseguirse, nadie lo duda, el esfuerzo iniciado con éxito para domeñar la inflación, aumentar la participación de nuestras exportaciones en el comercio mundial y responder a las necesidades sociales de carácter público que el país tiene. Pero la consecución de esos objetivos debería lograrse mediante una política que reestructurase profundamente el funcionamiento de los mecanismos básicos de la economía más allá de lo que permiten los cuadros macroeconómicos y prometen las jaculatorias constitucionales. Son imprescindibles, por tanto, ideas renovadoras que vayan directamente al problema de fondo: la imposibilidad de reactivar la economía y reducir el paro, si no se recupera el ritmo de crecimiento de la inversión privada. No diremos que la tarea es fácil, pero sí que resulta imprescindible. Las posibilidades de realizarla serán, sin embargo, reducidas de seguir el Gobierno con la actitud de «condescendiente ignorancia» hacia los temas económicos que le ha caracterizado en los últimos meses.

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