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Valentina y sus fantasmas

Diez años después de su primera edición italiana en libros publica en España esta recopilación de las iniciales aventuras de Valentina, una de las más famosas heroínas -junto a la francesa Barbarella- del comic europeo.Son algo más de cien planchas, donde la evanescente historia de un descenso al centro de la Tierra fija los rasgos principales del personaje de Valentina Roselli, una fotógrafo milanesa, y su amigo Neutrón, un crítico de arte dotado de poderes sobrenaturales estilo Clark Kent. En las entregas posteriores a 1970 el pálido Neutrón quedaría atrás, arrollado por el éxito del personaje femenino, carente de poderes pero dotado de dos armas aún más efectivas que la vista de rayos X o la supervelocidad: una cara eterna de hastío y un ropaje variopinto, aunque a menudo limitado a un par de marciales botas nacional-socialistas, o, más frecuentemente aún, de medias y ligas al gusto del Crazy Hall, de París.

Valentina, Guido Crepax

Editorial Lumen. Barcelona, 1978

Más información
Fallece Guido Crepax, padre del mito erótico del cómic Valentina

Fueron estas botas, o quizá aquellas ligas, o tal vez la ausencia del resto del atuendo, lo que demoró durante una década el visado español del pasaporte de Valentina, y costó en 1971 a Román Gubern, prologuista de la presente edición, un juicio por haber reproducido una lámina «valentiniana» en un artículo sobre semiótica. También las botas -y por qué no las ligas- trajeron tormentas sobre Crepax, el dibujante de Valentina, acusado por las feministas italianas de fabricar una heroína siempre lista a disfrazarse de hombre o de corista, encarnación evidente de la fantasía masculina sobre la mujer.

Crazy-Hall, semiótica, nazismo, feminismo: no es azaroso que las líneas de la política, la cultura y la frivolidad se crucen sobre el cuerpo de este personaje de historieta. A diferencia de otros comics, nacidos en la primera mitad del siglo y «rescatados» por la crítica de arte y la investigación comunicacional en la segunda, Valentina está fabricada ad hoc para un consumo culto; ella no ha tenido una prehistoria de papel barato y una consagración de tapas duras, sino que, nacida en las cuidadas páginas de la revista italiana Linus, abunda deliberadamente en referencias al pop-art, al diseño gráfico, a la ciencia ficción; a todos los puntos de confluencia, en fin, donde la cultura «culta» ha ido, una vez más, a buscar auxilio en la cultura popular. En cuanto al cine, de su mano Crepax inaugura en esta temprana Valentina sus celebradas innovaciones al lenguaje de la historieta. Descomponiendo la historia en mínimas partículas, alternando las «tomas» de detalle con los cuadros generales, construyendo nerviosas secuencias de flashback, logra sustraer a su narración de la dictadura del tiempo uniforme y el lenguaje convencional.

Pero estas novedades no son puestas, por cierto, al servicio de una historia, que, como esta del descenso a una extraña civilización subterránea y su posterior filmación, está permanentemente desestructurada por la obsesiva presencia de Valentina, hierática, desnuda, alguna vez servida en bandeja de plata y otra durmiendo en un alfiletero gigante, y casi siempre atada, arrodillada, torturada en algún potro fantántisco. La narración, excesiva, deliberadamente huidiza y confusa, apenas contiene las señales de la fantasía, más que una verdadera imaginación.

Entre la parafernalia cultural y una increíble galería de medias y zapatos de todas las épocas sobrenada aún Valentina, el cuerpo blanco, callado y bellamente maniatado de Valentina, centro y corazón de ese sofisticado universo.

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