Margarita Puncel
Decir de Marga Puncel que es «nueva en esta plaza» se nos asemeja un, tanto inexacto. Afirmar, en cambio, que «ha nacido una estrella» bien pudiera resultar, hoy por hoy, excesivo. Por alianzas múltiples, Marga ha estado vinculada a un cierto sector de la plástica madrileña. Ello puede eximirle de determinados palos de ciego, pero, ¿qué duda cabe?, marca estos primeros pasos pictóricos con alguna que otra servidumbre. Hablando pronto y claro, su proximidad a Carlos Franco delimita el punto de partida y la encadena a una, cada vez más larga, retahila de influencias, derivaciones y paternidades, sobre cuya topografía no tenemos por qué explayarnos aquí, so pena de repetirnos. Esta inserción inicial en un sector de la pintura local de estos últimos años no debiera despertar, por el momento, excesivas suspicacias. Se parte siempre de un lugar, arrancamos a hablar sobre un lenguaje aprendido y, a partir de ahí, inventa el que puede.Así, lo que hay a la manera de, en esta primera exposición, no invalida lo que esa manera nos cuenta. La muestra es breve y diversa; cuadros y dibujos se arropan de objetos, de ambientes, como si el juego quisiera contener algo más que mera pintura, enseñarnos cómo la imagen se construye por adición azarosa, feliz, caprichosa. La pintura se quiere aquí adopción de un disfraz; uno simula ser el otro, y basta. La imagen se conforma según un delirio acumulativo de cosas nimias, a lo que viene a sumarse el color, de forma que, en su audacia, se incline más por la ruptura que por el deseo de resultar un vehículo fácil al equilibrio compositivo. Todo como en un juego de apuestas fuertes hechas con habichuelas, con calderilla. Puede que no merezca, aún, matrícula, pero un «parcial» siempre concede el beneficio de la duda. Marga Puncel se encuentra, lógicamente, presa en exceso por sus orígenes.
Margarita Puncel
Librería El Buscón. CI. Cardenal Silíceo 8.
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