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Tribuna
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La última cena

Manuel Vicent

Puede que en el futuro algunos artículos de la Constitución, por un reflejo condicionado, despierten los jugos gástricos de ciertos portavoces parlamentarios. Llegará un tiempo, tal vez, en que el recuerdo de los artículos 63 y 64 provocará una asociación digestiva en algunas señorías, de modo que la proporción electoral va a quedar indisolublemente unida al sabor de la lubina y el capítulo de las autonomías arrastrará un perfume de menestra. Sin duda, ésta ha sido una Constitución bien comida. Todo el trayecto de su debate en la Comisión se ha visto sincopado con los placeres de la mesa, no sólo de la mesa que preside Emilio Attard, sino la de un restaurante de cuatro trenedores al alza. Anteanoche también hubo cena de consenso para facilitar el remate del texto constitucional. En el debate de ayer el largo camino quedó zanjado. Los socialistas y UCD durante las últimas jornadas, para desagraviar a la prensa por sus fugas nocturnas han tenido la idea de sentarla a comer alternativamente e intercambiar opiniones en torno a la sopera. Al margen de los vapores de la cocina, en la sesión de ayer se estableció un torneo profesoral, referido a las ideas generales, técnicas y filosofías del preámbulo del texto constitucional según el criterio de Tierno Galván contra el de Manuel Fraga. Hablaron los dos, dándose coba académica, pegándose viajes al hígado y perfumándolos luego con incienso. Tierno expuso su lección. Fraga le respondió con una rociada de citas. El presidente dijo que ambos eran muy listos e ilustres y dejó la votación para el Pleno del Congreso.

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Reconocimiento constitucional de los derechos históricos de los territorios forales

Los vascos han sido los protagonistas del último tramo constitucional. El PNV pretende que el texto reconozca los derechos históricos y forales de su pueblo. Los otros sólo están dispuestos a cederle una alusión simbólica y dejar el resto para el estatuto. Pero la diferencia está en el talante y en la forma de exigir. Así como Roca Junyent es capaz de mezclar a Kelsen con un kilo de garbanzos, el vasco Arzallus impone su voz patética, ligeramente arañada, para transformar la política parda en sentimiento puro. Y así se han quedado, al borde de la piscina, recitando el monólogo de Hamlet.

De todo el texto constitucional el tema de las autonomías es lo único que pasará en carne viva al Pleno del Congreso. El resto está cenado y digerido. La autonomía ha quedado en la Comisión, basculando entre la ambigüedad y el ceño a media asta de los nacionalistas vascos y el enojo reprimido de Alianza Popular.

Esta es una Constitución todo terreno, que puede adaptarse a cualquier circunstancia e ideología. Carece de un diseño estético, pero posee esa efectividad de maquinaria agrícola o espacial llena de alargaderas para cada caso, fabricada por acopio de materiales por unos parlamentarios pragmáticos. Si los constituyentes de 1931 hubiesen cenado entre sí, algunos artículos probablemente no se hubiera llegado a la guerra civil. La Comisión ha terminado ahora sus debates. Todos desean para España una paz minoica de mil años en forma de larga y feliz digestión consensual.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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