El vértigo de la memoria
La última novela de Antonio Ferres, Los años triunfales, cierra la trilogía Las semillas con un acorde final, una especie de coda delirante donde el desencanto, la apatía, la impotencia y el pesimismo se unen para configurar un fresco de tonalidades acibaradas. Lo que en las novelas anteriores había sido la amargura de la derrota (Los vencidos, París, 1965) o la decepción tras la vuelta del exilio (Al regreso del Boiras, Caracas, 1975), se convierte ahora en el sinsabor de una victoria ajena -«en estos años de triunfos ajenos», se queja el narrador-, cuando no enajenante y fraudulenta: «Aquí todo parecen historias de mentira», acusa un personaje desde su exterior de lucidez;No lejos de la concepción sociológica de la novela -«persecusión de valores auténticos en un mundo degradado»-, Antonio, el sujeto paciente de los «años triunfales», presencia. la guerra civil desde su óptica de niño, como en un claroscuro que no se esfuerza en aprehender ni desentrañar: un paréntesis tras el cual, y de pronto, se halla arrojado a una nueva situación que se le impone sin explicaciones. El personaje (ni siquiera un ser definido en sus dimensiones subjetivas: «Me llamo Antonio como ellos», afirma, liberándose de la responsabilidad de un «registro» personal) se ve entonces forzado a emprender una lucha, una búsqueda de sí mismo, y acaso del mundo, en una red de tensiones ambientales dominada por la abulia y la acomodación alienante.
Los años triunfales
Antonio Ferres.Albia Literaria. Bilbao, 1978.
« Siento este vértigo de estar en la realidad como un relámpago en espiral que lo retuerce todo». Atrapado por la realidad y el ritmo externos (un empleo que deviene cargo importante y una posición económica que se va consolidando a base de robos degradantes), de alguna forma algo se remueve en él y le incita a un enfrentamiento con el medio; enfrentamiento que, narrativamente, se resuelve en la búsqueda del Búho, acompañado de Conchi.
(Conchi y el Búho. Personaje-símbolo el primero, que tanto puede respresentar la vida, como la ilusión, el descubrimiento del sexo y, principalmente, la posibilidad de alguna forma de combatir y cambiar el mundo; mientras, el Búho se nos aparece como una sombra que recorre las páginas del libro y los entresijos del recuerdo impregnándolo todo de un hálito de esperanza. Pilares ambos en que se apoya el vértigo de la memoria, reenviando las dimensiones del relato a la nostalgia idealista del pasado perdido o comprometiéndolo en la urgencia ineludible del presente. El resto son meras pinceladas en grisalla, al fondo del cuadro; imperceptible comparsa.)
Pero, desechada la posibilidad de encontra al Búho, abandonada Conchi en su búsqueda, comprometida ahora más allá de la nostalgia, acaba renunciando, vencido, sometiéndose a una inercia de la que sólo se libera en el distanciamiento de la ironía y en el refugio del recuerdo acosado por un sentimiento de culpabilidad creciente.
Así, Los años triunfales termina conviertiéndose en el retablo de una frustración, la del espectador mudo y temeroso que se siente remecido -impotente- por los acontecimientos exteriores: la dictadura franquista con todas sus connotaciones e implicaciones grotescas. Pero Antonio Ferres no ha sucumbido a la tentación de la caricatura. Aunque su personaje participa de algunas de las características del «tipo literario» (entendido aquí en el sentido luckasiano de espejo que capta los diversos aspectos de la realidad histórica), el acertado ritmo del lenguaje, el empleo de la primera persona (testigo) para instalarse más allá de la convención de los actores e intentar destruirla remitiendo el relato a la naturalidad de la confidencia, y, sobre todo, la utilización de la ironía en los diálogos como forma casi exclusiva de relación con el mundo exterior, elevan la novela, de mero símbolo o alegoría fácil, a la categoría del aguafuerte. Para ello, el narrador se ha situado en la atalaya del presente -la enfermedad y muerte de Franco- y todos los hechos, recuerdos, sensaciones arrastrados por la capacidad selectiva de la memoria, se contemplan como en un palimpsesto. No se trata aquí de un presente «histórico» utilizable para imprimir a la narración un prurito de interés actual, sino de un presente desligado del tiempo, en el que el narrador asume a cada momento su responsabilidad y compromiso en una actitud reflexiva, profundamente crítica: «Sintiendo yo la cobardía como una piedra sobre la cabeza, una piedra encima que me obliga a andar derecho, paseando, separada la cobardía del miedo y de todo el resto del mundo vivo.»
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.