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El libro, encarecido por la falta de infraestructura coherente

Tradicionalmente, los libros han sido las fuentes de la cultura. Tradicionalmente, se nos ha enseñado a buscar en los libros lo que queremos saber. Tradicionalmente hemos dicho que los libros son caros. Caros para la función a la que están destinados. Incluso aquellos, como los didácticos, que son de adquisición obligada por su finalidad, son caros, o, al menos, nos parecen excesivamente caros.¿Qué es lo que encarece al libro? Son varios los factores que influyen en ello. Del precio del libro medio (en España, los libros más vendidos oscilan entre 101 y 300 pesetas), el 10% va a parar a manos del autor como «derechos de autor»; un 30% ó 35% (los porcentajes son aproximados) se destina a gastos de comercialización, que incluyen los beneficios de librería, los de distribución y el transporte; otro 30% cubre el costo material; un 10% constituye el beneficio editorial; el 5% se destina a gastos de promoción (publicidad) y aproximadamente el, 10% restante, son gastos generales. De aquí se deduce que los porcentajes que más fuertemente inciden en el precio, son los costos de edición y los de distribución.

El problema de los costos de edición se centra, casi exclusivamente, en la pequeña tirada que tienen los libros en España. Una edición de término medio en nuestro país, viene a ser de diez a 15.000 ejemplares. Un aumento sustancial en la tirada de ejemplares por edición, repercutiría sensiblemente en el precio por ejemplar de los libros. En Estados Unidos, por ejemplo, se realiza una primera edición que es prácticamente absorbida por las bibliotecas (estatales y particulares). Son ediciones caras y lujosas en cuyo precio van cargados todos los costes básicos (planchas de impresión, etcétera). Ello permite editar una segunda edición con los costes por ejemplar más baratos, que, unido a una gran tirada, logra unos precios más asequibles para el comprador.

A todo lo expuesto, habría que añadir una excesiva carga fiscal por parte de la Administración, a juicio de los editores, sobre los elementos básicos de la confección del libro, tales como papel y tinta.

Evidentemente, el Estado, con su intervención, podría resolver, si no totalmente, al menos en gran parte, el excesivo coste del libro.

La Unión Soviética podría considerarse como un modelo del intervencionismo estatal. En la URSS, la tirada mínima de un título ronda el millón de ejemplares y a unos precios que vienen a ser la tercera parte del libro español, en igualdad de calidad y presentación.

En el mundo occidental esto no sería posible, debido a la distinta concepción social, política y económica. Según fuentes de libreros y editores consultados por EL PAIS, la intervención estatal a estos niveles sólo comportaría una acción censora.

En el caso de que la intervención estatal se aplicara formalmente al mundo del libro, debería centrarse en subvenciones directas, tales como desgravación fiscal del papel y de otros elementos impositivos que gravan o inciden en el precio final por ejemplar, o bien indirectas, como podría ser la promoción por parte de la Administración, de autores noveles.

Por otro lado, al considerar que la cultura es algo necesario, promocionar una amplia red de bibliotecas y asegurar una compra mínima a las editoriales de cada título, destinada a engrosar los fondos de las primeras. En España contamos con cerca de 9.000 municipios y con un total de 1.500 bibliotecas. Paralelamente a ello, haría falta una política cultural coherente destinada, entre otros aspectos, a crear el hábito de la lectura.

El otro factor encarecedor del libro es la distribución. Como antes hemos dicho, en este concepto va incluido el beneficio del librero, los gastos de infraestructura de coniercialización y los gastos de transporte. Según datos del Instituto Nacional del Libro Español (INLE), en este último apartado las tarifas van en relación al peso, no al valor de la mercancía, en este caso, el libro. Este es otro punto que, a juicio de libreros, podría ser objeto de intervención estatal.

Los libreros hechan en falta la existencia de centros distribuidores de una red de stocks a nivel provincial que agilizara la distribución propiamente dicha, Otra solución podría ser la formación de cooperativas de distribución por los mismos libreros, solución no adoptada por una gran falta de solidaridad entre ellos, según confiesan.

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