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Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
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El español

Ayer mismo le dedicaba yo una columna al idioma, a propósito de un nuevo y muy completo diccionario, y hoy me dice Pilar Trenas, hombre, que en la Constitución esa que nos están haciendo, ya no consta el español, como idioma, sino el castellano, o el bable, o el murciano, o lo que sea, en su caso o defecto.Otra jurispollez, con perdón. Recuerdo que me lo dijo una vez don Ramón Menéndez-Pidal, en su huerto de los olivos laicos, Cuesta del Zarzal, que fui a entrevistarle tipo reportero audaz, y el sol de la tarde le alanceaba el cristal ciego de la gafa como un escudo de oro:

-El castellano nace al mismo tiempo en Castilla y Aragón. No tiene propiamente por qué llamarse castellano.

A todos los memoriones del idioma que por ahí andan, dentro y fuera de la Academia, seguro que les sobran argumentos para demostrar que llamar sólo castellano al castellano es poco, que el castellano es el español, pese a que haya otras lenguas, bien hermosas, cultas y conocidas, en la cosa esta que limita al Norte con el mar Cantábrico y al Oeste con Pedro de Lorenzo.

La rancia derecha, que se ha entocinado constitucionalmente al negarse a admitir derechos humanos de nuestro tiempo (que debieran ser de todos los tiempos), y que no ha llegado a suprimir la pena de muerte o legalizar el aborto (en Londres andan ahora reclamando como derecho exclusivo de la madre esta decisión, sin autoridad del padre), la rancia derecha, digo, que ha sido tan conservadora en lo mostrenco-constitucional, en cambio ha sido débil, floja, indiferente o pendulona en esto del español, del castellano. Y ha permitido que el idioma de España deje de llamarse español.

En esto, las llamadas fuerzas pregresistas incurren en contrasentido, pues si han acuñado la jurispollez Estado español, a ese Estado han de tolerarle un idioma, que naturalmente será el que lleva dicho nombre.

Mientras la izquierda periférica y la derecha salmantina (del barrio de Salamanca) se pelean por estas bobadas, el dinero y la tierra siguen siendo de los mismos, y me contaba la otra noche un terrateniente segoviano que él es un modelo de agricultor, porque tiene en rendimiento una tercera parte de sus tierras. Aún no las ha puesto enteras para coto privado de caza, o sea que San Isidro Labrador se le aparece por las noches para darle la bendición y preguntarle si desea algo más el señorito:

-Nada, Isidro, hombre, puedes retirarte.

Noberto Carrasco, ecologista de Icona, me hace llegar los problemas del pequeño cazador, tan bien contados por Miguel Delibes en sus últimos libros, y que consisten en que aquí matar una perdiz en domingo sale tan caro corno matar un faisán con Catalina de Rusia, que era un deporte que practicaba mucho mi abuelo. (Nunca supe si llegó a mayores con Catalina de Rusia.)

Miguel Delibes, he dicho. ¿En qué escribes, Miguel, en español o en castellano? Escribes como un dios y basta, y ahí lo probrará tu próxima novela, con ese pueblo abandonado y burgalés donde dos matrimonios centenarios y solos se hacen la guerra y se la hacen a la política centralista-democrática que les llega de Madrid.

Antes, la revolución creían que se hacía cambiando calles, lápidas y estatuas. Ahora no han cambiado nada, pero los rojos, que siguen siendo ingenuos, creen que la revolución se hace, no cambiando las letras de una calle, sino todo el alfabeto; prohibiendo que se llame español al español. Ay si los durandartes, o sea la pasta, se dejasen cambiar de manos con igual facilidad que las pobres palabras. Martin-Descalzo lleva en Abc un admirable recuadro gramatical donde denuncia los barbarismos de cada día, bajo pseudónimo. Sabrás, José Luis, que tu recuadro lo lee mucho mi gato, que es el tuyo, y parece que le gusta. ¿Y cómo le digo yo a nuestro gato José Luis, que estamos equivocados, que esto no es español? Demasiado trauma para un gato que está aprendiendo a leer.

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