La estrategia del receso
La comisión constitucional no se ha atrevido a cruzar el desfiladero de los artículos veinticinco y veintiséis, porque la noche se echaba encima y temía un asalto a la diligencia. El tema de la objeción de conciencia en el servicio militar, que huele a pacifismo en este territorio de valientes y el problema de la enseñanza, que tiene un sonido subterráneo a metálico, son cosas graves que por lo visto hay que discutir a la luz del día con la cabeza Fría. Toda la sesión de ayer fue una acampada procedimental en el extremo de acá de estos puertos de primera categoría.Antes se habían debatido algunos asuntos de interés. A pesar de que los socialistas dijeron, en boca de Enrique Barón, que la fundación y a crepúsculo de ideologías. escape caritativo para sortear el fisco, esta facultad se mantiene en la Constitución. A pesar de que Silva Muñoz se ha reservado un voto particular para seguir hablando de esto en el Pleno, del artículo veintitrés se ha borrado el toque tecnocrático según su mérito y capacidad, que limitaba,el derecho de los ciudadanos a acceder a los cargos públicos. Era una apostilla que olía a estado de obras y a ministerios eficacia, a cuestionario de oposición y a crepúsculo de ideologías. Estas cosas dijo más o menos el señor Fajardo, y entonces Pérez Llorca contestó que muy bien, que se quitara, pero que debía quedar claro que el inciso se había sacado de la Constitución republicana de 1931. Lo que sucede es que aquellos padres constituyentes eran puros, felices, moralistas y herbolarios y no sabían nada de lo que sería después en los años sesenta la política mezclada con cemento armado ni la capacidad pasada por el juramento, ni el mérito unido al enchufe de mano.
La tarde de ayer se extasió en recesos. Apenas se, avanzaba en un párrafo cuando el entrenador de cualquier grupo pedía tiempo. Entonces la ponencia se cogía por los hombros como en una melée de rugby allí en la primera fila incubando el texto de una enmienda y por los cuatro ángulos comenzaban a llegar recados, apaños, suturas, transacciones y acuerdos, con mucho rumor de compraventas. El artículo veinticuatro trata de los derechos y garantías de los procesados. Un texto la rgo y prolijo, muy apropiado para hacer filibusterismos de atardecer, ha servido para alargar la sesión en salvas verbales. Ha hablado López Rodó en defensa de una enmien,la para refundir y aclarar algunos párrafos. Y entonces Peces-Barba le ha recordado que en la síntesis se había dejado fuera ciertag cuestiones graves y había introducido por arte de magia otras sospechosas, sacándolas del sombrero de copa como un conejo. Y aquí te ves a López Rodó, un señor tan serio y formal, con la obligación de contestarle sin sentido del humor jugando con la imagen de afamado animalito. Hubo un momento en que los conejos iban y venían saltando por los escaños, convertidos en alegorias. Hasta que el presidente Emilio Attard ha recordado que estamos en veda.
Letamendía ha defendido una enmienda para que se reconociera al condenado sus derechos a la cultura y al ejercicio de la libre sexualidad. Ha sido un placer que se ha oído como quien oye llover. Parecía que los diputados estaban pensando lo difícil que es satisfacer la libido fuera del muro, a campo abierto, con tanta competencia, como para ofrecérselo en bandeja y con horario a los penados en el reglamento. La petición de Letamendía sonaba a gollería demasiado civilizada. No ha prosperado.
La cosa no iba por ahí. Los diputados sólo estaban buscando que pasara el tiempo para dejar que cayera la tarde enredada en correcciones de estilo, en refundiciones de párrafos, flirteando con el consenso en flor, en detalles sofisticados que excitan la paranoia ordenancista de los que temen que por la grieta de una coma se escape un derecho o un resorte de poder. Pero eso era el pretexto. Lo importante es que la oscuridad de la noche se viniera encima para interponer la almohada del pacto de no agresión en los temas de la objeción de conciencia y de la enseñanza que son dos puertos de primera categoría para hoy.
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