Hacia una nueva mayoría
Presidenite de Acción Ciudadana Liberal
Las elecciones parciales al Senado para cubrir las vacantes de Asturias y Alicante han tenido el resultado previsto: el triunfo socialista. El hecho de que se haya abstenido la mitad del censo no es argumento válido para excusar la derrota del partido gubernamental. Se nos dice que una gran parte de ese electorado ausente hubiera votado al centro. Es posible que sí. Pero cuando un Gabinete ministerial entero se lanza al ruedo de la campaña electoral, toman do parte activa en los actos de propaganda once ministros, sin conseguir movilizar en su favor a esa mitad que se abstiene, la conclusión no es precisamente favorable a la capacidad de convocatoria que el Gobierno pueda tener, no ya en la opinión pública, sino en su propio electorado, el que le dio el triunfo relativo en las elecciones del 15 de junio. Por un azar de fechas, coincidí en Alicante con la visita del presidente en su fulgurante operación de apoyo final al candidato oficialista... «Hemos venido a ganar y ganaremos», declaró, al llegar a la «millor terra del Mon». Y, efectivamente, el candidato socialista aventajó en 18.000 votos al apadrinado por el jefe del Gobierno.
Es posible que exista en la actual radiografía política de la opinión un cambio importante con relación a la del 15 de junio. ¿Hay una marea izquierdista, según indican los sondeos de opinión? Es discutible si se analiza en ,Profundidad los resultados del voto. Pero el socialismo se siente seguramente fortalecido con este triunfo. El PC piensa que ha mejorado asimismo sus posiciones en el voto y aceptación popular. En el PSOE habrá poca o ninguna inclinación a realizar ahora acuerdos parciales o coaliciones con los sectores suputestamente afines de la, UCD, por considerarlos innecesarios o perjudiciales. El porcentaje del voto que espera el socialismo en unas próximas elecciones municipales o generales es muy alto. Es posible que ese optimismo de los muestreos que realiza sea equivocado. En cualquier caso está claro que solamente una estrategia electoral de largo alcance que se oriente hacia el gran sector de opinión que se extiende entre el socialismo y la derecha inmovilista es la respuesta a ese riesgo que supone el triunfo electoral de los partidos marxistas en las próximas elecciones.
Escribo riesgo sin rencor ni pasión, pero con necesaria claridad. La llamada «política de consenso» o «estrategia de la concordia» no puede convertirse en una abdicación de posiciones propias ni en un olvido del sentido común. La realidad sociológica de la España actual confirma la existencia de una mayoría numérica que no quiere el colectivismo. Ni como inspiración política de la sociedad. Ni como principio rector de la vida económica. En ese rechazo coinciden muchos núcleos de nuestra comunidad. Empresarios grandes, medianos y pequeños. Cuadros profesionales. Un importante sector de los trabajadores industriales. Buena parte de la hoy numerosa y poderosa clase media. Comerciantes, artesanos, agricultores. Jubilados y pensionados. Y la enumeración que hago por vía de ejemplo no trata de ser exhaustiva. Sumando en una hipotética yuxtaposición a esa gran masa de ciudadanos votantes, capaces de integrarse en una coalición o confederación de fuerzas políticas autónomas, se puede y se debe lograr una mayoría electoral y parlamentaria que sirva de apoyo a un Gobierno coherente que lleve a cabo una política acorde con ese sentir popular.
La interminable elaboración constitucional que ocupa el escenario primordial de la atención pública es una operación que atrae escasamente el interés apasionado de los españoles. Bien sea por el largo interregno transcurrido o por cierto aire teatral que se ha conferido al proceso, lo cierto es que las tendencias del país vivo marchan por otros derroteros que los específicamente relativos al texto de nuestro ordenamiento jurídico supremo. La gente no se siente gobernada, y el propio presidente ha manifestado que su forma de conducir los negocios públicos no es la que él desea, sino que se trata de «una manera singular de gobernar», cuya vigencia se extiende solamente hasta que termine el proceso de la transición política. Esperemos que así sea. Pero confiamos también en que no bien aprobada la Constitución se convoquen elecciones generales.
La nueva Constitución debe iniciar su rodaje con un Parlamento renovado. Los aluviones inevitables producidos el 15 de junio han de sedimentarse, esclarecedoramente, para dar pasó a una mayoría parlamentaria que respalde a un»Gobierno que asiente definitivamente el sistema democrático en nuestro país, por el único método conocido, que es el de realizar una política acorde con el programa ofrecido a sus votantes y no con el de sus adversarios. ¿Puede establecerse un entendimiento entre los grupos y partidos que corresponden a ese espacio de las tendencias de opinion? Pienso que sí. Siempre y cuando exista un, programa común que fije los límites y el contenido mínimo de la convergencia. Es decir, como fronteras, a la izquierda, el socialismo. Y a la derecha, el inmovilismo, que no acepta la democracia. Y un denominador que una las tendencias y que quiere, dentro del respeto a las normas de la Constitución democrática, una sociedad moderna liberal avanzada como lo son las del Occidente europeo y una economía de mercado que se apoye en la libre iniciativa, en el derecho a la propiedad privada y en el sistema de expectativa para el empresario y de pleno empleo para el trabajador.
¿Cómo y a quiénes debe extenderse este llamamiento? A cuantos grupos políticos ocupen el espacio a que una tal actitud se dirige. Y con el punto de partida de respetar plenamente su identidad propia, articulando su trabajo en forma de autónoma integración. Puede haber varias grandes formaciones o sectores en la iniciativa. Uno más progresista y liberal, situado a la izquierda. Otro en el centro. Un tercero más hacia la derecha. Cada cual recogería su clientela electoral afluyente en dirección a un mismo caudal mayoritario.
En ocasión del reciente episodio electoral se ha hecho gran hincapié, por parte de los perdedores, en el absentismo de los votantes, explicando que son habitualmente los votos de la derecha y de] centro los que, por desidia o falta de ideales, se quedan en casa en vez de cumplir con, sus deberes cívicos. Y ello no hace sino añadir más argumentos a lo antedicho. Pues solamente con una movilización integral de esas masas reticentes podra lograrse la victoria en unas elecciones generales o municipales futuras. Pero ¿qué produce esa indiferencia de los que el 15 de junio dieron seis mi llones de votos a la UCD? ¿No es ello precisamente la prueba del desencanto, de ia decepción su frida por la «singular manera de gobernar» de este año último? ¿Cómo, si no es lanzándose a una convocatoria general que esti mule a la opinión y le ofrezca una real alternativa de gobierno para los años próximos se puede lograr superar la difícil prueba de unos comicios sobre un adversario formidable? En el partido del Gobierno hay como una fascinación extraña hacia la izquierda colectivista que paraliza su acción. Parecería, a veces, como si un secreto fatalismo les empujara a pensar que el triunfo socialista resultara inevitable en un próxi mo futuro.
Sería imperdonable que alguien entendiese estas palabras mías como un simple ejercicio de crítica hacia la Unión de Centro Democrático, por no haberlas yo clarificado lo suficiente. Mi punto de vista es que en ese gran entendimiento que ha de surgir de la dinámica de la unidad de los sectores no colectivistas del panorama político, la presencia de ese electorado -decepcionado o no- y la de los grupos parlamentarios y de sus personalidades resultará indispensable para una estrategia que conduzca al éxito definitivo. El clamor general de lo que ahora se llama las bases pide unidad. Por eso llamamos a todos los que piensan corno nosotros, sean jóvenes o viejos y pertenezcan a este o aquel estamento social. Sería un acto de insensatez imperdonable que una opinión, cuya mayoría numérica es contraría al colectivismo, se dejara arrebatar el Gobierno en unas elecciones generales por no haber querido o no haber sabido traducirla en mayoría parlamentaria.
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