La afición de Madrid, dispuesta a defender sus derechos
La afición de Madrid está indignada, y con razón. La corrida de ayer estaba mal presentada y en la de anteayer hubo sospecha de anomalías graves. Cierto que cuanto salía por los chiqueros en la década de los sesenta aún era peor, de tal manera que los ibanes del viernes, a su lado, nos hubieran parecido astifinos, y elefantes los apé, pero no es ese el caso; ni siquiera todo el caso.Ocurre que la empresa ha montado una feria disparatada en número de festejos, porque no hay argumento para tanto en el concierto taurino, y con una sangre fría y una impunidad asombrosas, ha puesto los precios de las localidades por las nubes. La última esperanza era que, por lo menos, en cuanto respecta al ganado, tendría el abono seriedad, y consecuentemente habría emoción en el ruedo. Pero tampoco ese supuesto se (la, de tal manera que, según nuestras noticias, al Batán están llegando unas corridas de lo más discutibles en cuanto a presencia, y en concreto, la que ayer saltó a la arena parecía un saldo.
Plaza de Las Ventas
Octava corrida de feria. Cuatro toros de Antonio Pérez, desiguales de presentación, varios protestados pro cojos o chicos, mansos. El cuarto, de Pérez Angoso, con cuajo, manso y reservón. Devuelto el sexto, le sustituyó uno de García Aleas, serio, manso, bronco. Gabriel de la Casa: pinchazo y media estocada caída (algunas protestas). Pinchazo, aviso con medio minuto de retraso, otro pinchazo y media (ovación y salida al tercio). Roberto Domínquez: dos pinchazos y otro hondo; aviso cuando rueda el toro (palmas y saludos). Pinchazo, otro hondo, capotazos de los peones y dos descabellos (silencio). Niño de Aranjuez, que confirmó la alternativa: pinchazo y estocada (petición y vuelta). Cuatro pinchazos y estocada baja. La presidencia le perdonó un aviso (vuelta por su cuenta). Presidió mal el comisario Mantecón, que fue varias veces abroncado por el público. La protesta al sexto fue acompañada de lluvia de almohadillas. Hubo muy buena entrada.
Y no son de saldos los tiempos. Los aficionados demostraron con sus protestas que están dispuestos a hacer valer sus derechos, y le hicieron pasar una tarde amarga al presidente, con gritos de toda especie, entre ellos el tajante «¡que se vaya!». Porque intuyen, o saben, que en cuanto se pueda cocer en los reconocimientos de las reses y en la autenticidad del espectáculo, la responsabilidad última la tiene, precisamente, la presidencia. Quizá no sea muy justo; quizá sea demasiada la presión, la conjunción de tensiones e intereses a que se ve sometido un funcionario que cumple una obligación seguramente no bien remunerada. Pero así está dispuesto en el reglamento y a nadie, creemos, se obliga a que ocupe el palco.
De todo -y todo negativo- hubo entre los apé, más el sustituto de Pérez Angoso, y el sobrero de Aleas: serios, poco serios; con cuajo, sin él; astifinos, astigordos; broncos, tontos, cojos, mancos, ¡un desecho, vamos! Se uniformaban, sin embargo, en mansedumbre,que es en lo que no se habían debido uniformar. Y así un año más, porque por San Isidro, invariable mente nos caen los apé, quieras que no, les guste a los toreros o no les guste, lo pidan o no los aficionados (que no lo piden).
Entre la espada y la pared los toreros -de un lado tal género bovino, de otro, las iras del público- bastante mérito tuvieron con aguantar el tipo y derrochar toda la voluntad del mundo para enderezar la tarde. El primero de Gabriel de la Casa, que se había protestado por su falta de trapío y por cojo llegó a la muleta agotado, prácticamente sin embestida, y no hubo lugar más que para el aliño. El manso de Pérez Angoso acabó reservón y nadie habría dado un duro por él, pero Gabriel de la Casa, que reaparecía en Madrid después d muchos años de injusto olvido por parte de la empresa, lo dobló hasta los medios, lo llevó a su terreno y consiguió ineterle en la muleta para varias tandas de derechazos. No hacía-falta más, pero quiso apurar las posibilidades de triunfo y se pasó de faena. Enfrió con estos muletazos de propina un ambiente que le era totalmente favorable, pero dejó distancia de que aún tiene mucho que hacer.,
Algo parecido ocurrió con el sexto, manso y violento durante toda la lidia y bronco al final, porque el Niño de Aranjuez encontró su sitio en el tercio del siete y cual faena, con tandas de buenos derechazos y pases de pecho. Nos hacía recordar los, remilgos de otros matadores que: días atrás han confirmado su alternativa en Madrid con mejor género. El Niño de Aranjuez, que ya en el primero de la tarde hizo una faena meritoria ybonita, sin que le arredraran los acosones que sufrió (principalmente por explicables defectos de colocación), ha venido a Madrid con ansias de triunfo, con responsabilidad, decidido a demostrar ante la primera afición del mundo que quiere ser torero.
Mientras tanto, Roberto Domínguez siguió como desde el primer día, y de esto hace ya más de tres años: un detalle, una inhibición; un muletazo suave, otro rematado, cuanto más lejos, mejor. Ni las circunstancias ni los toros le acompañaron, porque el primero era una birria y el público no dio importancia a la faena -en vez de olés le coreaban miaus- y el otro estaba inválido. Pero a estas alturas ya cuesta, de verdad, decir una vez más que Roberto Domínguez promete, pues empezamos a temer que, en realidad, no dé más de sí.
Babelia
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