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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Seguridad para los Estados africanos

CIERTAS MENTES occidentales que critican el proceso de construcción de los Estados africanos olvidan las características y la larga duración de la misma trayectoria en el Viejo Continente. Si nos introducimos en la historia comparada podremos extraer sorprendentes consecuencias y asombrosas similitudes -en tiempos diferentes, pero con rasgos comunes- en la tarea de conseguir la realización de la nación y la vigorización del Estado.Pasando por encima de vulgares superficialidades y de juicios de valor apresurados, resulta que Europa ha sido siempre rica en conflictos religiosos y étnicos, en apetencias territoriales desmedidas y en opresión a las minorías. En fin, rica en todos aquellos problemas que hoy aquejan al continente africano, sumergido en el año de la sangre derramada y de las grandes maniobras internacionales para el control de la región. Y si nos adentramos también en los modernos tiempos europeos para saber lo tardía que ha sido la consecución de la unidad supranacional, que en absoluto ha eliminado por completo los conflictos religiosos, regionales y étnicos, entonces nuestra, comprensión crece en posibilidades ante las perspectivas africanas.

Una de las piezas claves del acta final de la Conferencia de Helsinki sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa fue el principio de las fronteras seguras y reconocidas, algo progresivamente introducido a escala mundial y realzado por dictámenes y sentencias del Tribunal Internacional de Justicia, que, sin embargo, dista mucho de aplicarse o respetarse en Africa. Recién salidas de la descolonización, con fronteras marcadas arbitrariamente en los mapas blancos, englobadas con olvido de los datos raciales y culturales, las áreas nacionales de Africa están constantemente expuestas a agresiones que ponen en grave peligro la estabilidad no ya del Estado, sino de toda la zona, compuesta en su mayoría por naciones sin una seguridad territorial precisa. Por ello, en todas las intervenciones exteriores de los últimos años -Etiopía, Angola, Mozambique, Zambia, Mauritania, Chad, Yibuti-, siempre hay latente alguna amenaza de desmenibración territorial, llevada al máximo en Biafra y planteada ahora en el conflicto, cada vez más internacionalizado, de Zaire.

La inseguridad territorial de un Estado es, en buena parte, reflejo de su propia debilidad interior. Al mismo tiempo, la falta de respeto hacia la integridad sólo hace multiplicar al máximo los conflictos de una comunidad nacional. Las profundas y diversas muestras raciales y religiosas del continente africano pueden ser objeto de tratamiento progresista mediando Estados seguros, capaces de aplicar una política interior unitaria y plural a un tiempo. La solución de la desmembración territorial puede ser peor remedio que las enfermedades que trata de solucionar.

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En Africa se necesitan más Gobiernos populares en Estados seguros que la continua gangrena de la inseguridad de las naciones. Porque, en definitiva, es cierto que el continente carece tanto de jefes de Estado y de círculos dirigentes progresistas, como de armonía en las relaciones interestatales. Desde este punto de vista puede decirse que el problema africano es un problema social, que el progreso para las poblaciones, aquí y ahora, puede arbitrarse mejor por la creación de oportunidades de desarrollo y de vida digna antes que en el caos sangriento, y de resultados inciertos, donde se juntan las amenazas territoriales, las intervenciones exteriores y los derechos de autodeterminación exacerbados. Hay, pues, un statu quo territorial en Africa, cuya conservación interesa al máximo al continente. En modo alguno puede decirse lo mismo del statu quo político y social que hoy padecen la mayor parte de las poblaciones africanas.

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