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Presunto ladrón penetra en un convento vestido de monja

«No he encontrado lo que buscaba.» Esto fue todo lo que dijo José Manuel Hoyos, de veinticuatro años, buzo de profesión, al ser sorprendido en el interior de un convento de clausura de Bilbao, vestido con el hábito blanco, el escapulario y los velos que habitualmente llevan las veinticuatro monjas que allí viven.Este singular buzo aficionado a los conventos ya había visitado a las concepcionistas franciscanas hace cosa de un mes. En aquella ocasión saltó la tapia y se tropezó con un grupo de religiosas sorprendidas por la extraña aparición. Bastó entonces con un consejo para que el buceador-escalador abandonara la clausura.

En esta ocasión no fue todo tan sencillo. Aunque una vecina vio cómo saltaba la tapia, erizada de cristales rotos, José Manuel Hoyos aprovechó el rezo de las monjas para subir hasta la segunda planta, entrar en las celdas, echarse por encima los hábitos y recoger algunas chucherías. Parece que tan sólo se le resistió una toca, que luego se encontró medio rota.

La sorpresa de encontrarse una hermana con bigote dio pie, media hora después, a una singular caza por los pasillos de la clausura. Tras pasar por la enfermería y el coro, las andanzas del aprendiz de monja terminaron en la sacristía, encerrado bajo llave y finalmente asido con fuerza por la mano, en medio de un grupo de religiosas que no querían dejar escapar su pieza hasta que llegase la policía.

A diferencia de las historias contadas por el Decamerón, José Manuel Hoyos parece que buscaba tan sólo algún pequeño tesoro que pudiera haber en las celdas. Un despertador viejo, una libreta y algunos pinceles era todo lo que iba a llevarse. Después de contar la aventura con todo lujo de detalles, la abadesa terminaba así: «Ya le hemos dicho a la policía que no le peguen.»

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