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Demasiada casta para tan malos lidiadores

A los cuadris les faltaron lidiadores para lucir en toda su dimensión la casta desbordante que llevaban dentro. Pudieron ofrecer un gran espectáculo de haber en el ruedo toreros con afición. Pero estaban a aquello de los pases y a ver si caía la orejita. Triste sino el de los ganaderos escrupulosos, como es el caso de Celestino Cuadri, que después de años de selección y esmerada crianza de sus reses, las ven morir sin pena ni gloria porque se topan con unos vulgares trabajadores del toreo, además, malos, muy malos. Así fue ayer.El toro que abrió plaza embestía con codicia, hasta el punto de que tan experimentado pegapases como es Dámaso González no encontraba recursos para quitarse de encima al animal, hasta que decidió meterle el pico a mansalva. El segundo, que como toda la corrida cabeceó en varas -éste fue el punto flaco: la prueba del caballo- se creció en banderillas e hizo más acusado el sainete que en estos menesteres suele dar Paco Alcalde, el cual sólo pudo colocar tres palos, y de mala manera. En el último tercio el cuadri fue de una nobleza excepcional, pero el coletudo le pegaba rebanadas, más numerosos circulares y molinetes, en un vano intento de encandilar al personal.

Plaza de Las Ventas

Cuarta corrida de feria. Cinco toros de Celestino Cuadri, bien presentados, blandos en los caballos, con casta excepcional y nobleza. Y un sobrero (sexto) de El Jaral, con cuajo, serio, que tuvo genio. Dámaso González: estocada; el puntillero levanta al toro. Rebasó un minuto el tiempo reglamentario y no hubo aviso (petición de oreja y vuelta al ruedo). Tres pinchazos; otro hondo muy bajo y tendido y descabello. Nuevamente la presidencia le perdonó el aviso (silencio). Estocada baja y trasera y rueda insistente de peones (oreja protestadísíma). Paco Alcalde: estocada corta caída (pitos). Pasó a la enfermería después de pisarle el quinte toro. Ortega Cano: pinchazo hondo caído, dos pinchazos más, rueda de peones, pinchazo hondo, nueva rueda en dos tiempos, aviso, otro pinchazo, capotazos de los peones y descabello (silencio). Dos pinchazos y bajonazo descarado (algunas palmas).No hubo criterio definido en la presidencia, que en conjunto estuvo mal. Parte facultativo: Paco Alcalde fue asistido de erosiones en regiones frontal y dorsal y conmoción cerebral. Pronóstico reservado.

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No dan una

El tercero fue devuelto al corral por cojo y le sustituyó el sexto, que era un toro de largura, alzada y mucha seriedad en la cara. Lo protestaron con fuerza al principio, quizá porque su condición de ensillado y el estrecho hocico hacía menos aparente su trapío. Pero toro era, e impuso su ley, de forma que Ortega Cano no pudo con él. Faltó poco para que lo descompusieran en banderillas con los numerosos capotazos, tirones, carreras alocadas de los peones y la impericia del propio matador, que cogió los palos y estuvo a la altura de Alcalde. Llegó manejable a la muleta, pero pase a pase empeoraba porque Ortega no templó nunca las embestidas y hasta sufrió una seria voltereta. El cuadri se hizo el amo, y como no estaba dominado, a la hora de matar presentaba pelea, engallado.

De mucha seriedad y cuajo el cuarto, Dámaso González le pegó cientos de pases, que eran suma antológica de las más aburridas piezas de su repertorio. El quinto flojeó de remos hasta que tocaron a banderillas El clarinazo despertó a Alcalde -que permanecía por allí, ajeno a la lidia- y dijo ¡allá voy! Y allá fue, las manos llenas de garapullos. En el primer cuarteo puso un palo. En el segundo quiso poner tres, y los tres los colocó en la arena. De dentro a fue¡ a intentó el tercer encuentro, y el cuadri le jugó la mala pasada de no dejarse poner las banderillas, y no sólo eso, sino que se tiró detrás de él, como un loco. Alcalde corría que se las pelaba pero las distancias entre los pitones y su trasero eran cada vez más cortas. El espíritu quiso ir más lejos que la materia; es decir, que el cuerpo tiraba para adelante más de cuanto daban de sí los pies, y cayó de bruces el torero. Le pasó rebozado el toro, pero apoyó la pezuña sobre su espalda. Fuera bromas: más de media tonelada encima puede suponer un accidente de cuidado.

Las asistencias llevaron a Alcalde a la enfermería. A todo esto, no sabemos qué musitaba Dámaso González, el cual se resistía a coger los trastos de matar para hacerse cargo del toro. No quitaba la vista de la enfermería. El público, también. Los malpensados esperaban que, de un momento á otro, se abriría la puerta y aparecería corriendo Paco Alcalde, y don Máximo, el cirujano, detrás, con la garrota. No hubo tal, pues el diestro era atendido de fuertes magulla duras. y Dámaso se puso a dar pases. Era noble el toro, y de casta -igual que todos- con una embestida vivaz, que cortó de raíz el pegapases a base de ponerse encimismista, pues la ahogó. Y eso -quizá fue eso, pues la estocada resultó barriobajera - movió al presidente a conceder una oreja, luego protestada con ruido por la mayoría. Estaba que no se aclaraba, el usía.

Para postre hubo un jaral serio, rizoso manso y con genio, al que porfió Ortega, pero le descubrió, o por lo menos nos dejó en graves dudas: ¿Quién es de verdad Ortega Cano? ¿El que se gustaba toreando a los mansos y descastados sotillos, o el que pasaba fatigas con el encastado cuadri y no podía con el jaral? Con capote, banderillas, muleta y espada estuvo mal en esta su segunda actuación en Madrid. Así de cruda es, tantas veces, la realidad.

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