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Tribuna
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El semáforo rojo

Manuel Vicent

En el Parlamento español no se reza antes de comenzar la sesión como se hace en el Senado americano, pero aquí periódicamente el presidente de la Cámara, con una cadencia cada vez más espesa, entona una oración fúnebre por los muertos del terrorismo. Ayer fue para Aldo Moro y para otro guardia civil asesinado. Alvarez de Miranda invitó a los diputados a ponerse en pie en silencio.El orden del dia era un encetalograma plano. Un temario muy poco afrodisíaco, tocado ya desde todas las bandas, mil veces repetido, discutido, limado, un fleco de retales, cabos sueltos, puntas de rama y desechos de tienta legal sirvió para que los oradores remaran contra el aburrimiento genérico de la Cámara. Derogación de la ley de Bases del Estatuto del Régimen Local y aquí llega Tamames y confecciona un discurso electoralista de candidato a la alcaldía. Despenalización del adulterio y del amancebamiento y aquí viene Ruiz Navarro, de UCD, con su humor de notario y les cuenta a los socialistas la fábula del patito feo que quiso adornarse con las plumas del pavo real. Se comprenderá fácilmente que el pato desplumado eran los socialistas por querer adornarse con la propiedad de este proyecto de ley aprobado cuando la cola irisada pertenecía a UCD. Cosas así de bonitas, no crean. Modificación del artículo 100 del Código Penal sobre redención de penas por el trabajo. Y entonces Peces-Barba con todo su volumen corporal y el caracolillo sudado en la ¡en abandona el veguero en el cenicero del escaño y sube a decir que él no va a contar ningún cuento porque no se sabe quién es aquí el pato ni quién el pavo, ya que los de UCD al presentar esta proposición de ley se están adornando con unas plumas que atañen al Gobierno. O sea, que no se dejan. Peces-Barba es la conciencia reglamentaria de la Cámara y a la mínima esgrime el índice hacia la mesa o hacia el adversario y entonces el presidente primero sonríe, después balbucea y al final dictamina.

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Y así avanza la sesión climatizada, con el termostato de la emoción puesto en el tres, hasta que le toca el turno al señor Camacho que tiene en la voz un sonido de campana de factoría y despierta a los que están dando una cabezada frailera en el sitial. Entre Camacho y el ministro Calvo Ortega se ha entablado un debate sobre las elecciones sindicales. Uno no está conforme con la actitud del Gobierno referida a la claridad y proclamación de los resultados. Otro dice que las delegaciones de Trabajo se han comportado con toda imparcialidad. En el segundo turno Camacho se viene arriba y arremete contra los sindicatos amarillos como un Júpiter encaramado en una fresadora y en esto baja Fraga con la maza y comienza a repartir cates dialécticos contra las gamas de color y proclama la libertad sindical.

Ayer los oradores fueron breves porque ahora al pie del micrófono ha sido instalado un semáforo rojo que mide electrónicamente el tiempo de los asaltos. Debe de ser un aparato muy sensible. Pero aún no se sabe si la célula fotoeléctrica es capaz de bostezar o de señalar con un destello cualquier atropello al diccionario. Lo que parece evidente es que sus señorías están cada día más rodeados de cables y esto les impone mucho respeto.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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