_
_
_
_
_
Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los Bee Gees

Bueno, bien, vale, tira, ya estamos salvados, tronco, ya estamos todos con la fiebre del sábado noche y la música de los Bee Gees es la música de las esferas, la música que les falta a las esferas, por más que los viejos y nuevos filósofos quieran conectarla, detectarla, sintonizarla, sincronizarla, como rayos se diga, tira, dale, con Felipe ni en moto, me decía ayer una troskoerótica desocializada, pero con los Bee Gees donde haga falta, que el amor es más espeso que el agua, lo dicen los Bee Gees, y ésos están pegando, te los juro.

Música para regalar, música para escuchar, música para no oír nada, que lo que pasa es que el mundo está viejo, el mundo está muy viejo, muy cansado, que está carroza el siglo, y dice Pepe Lozano que el gran tema del fin de siglo va a ser la eutanasia, de eso nada, tronco, el fin de siglo se va a morir de la fiebre del sábado noche, una fiebre que ya contó a su manera retro don Jacinto Benavente, pues el sábado por la noche sigue pasando lo que todos los sábados por la noche de levante en calma: que somos libres por diez o doce horas, vertiginosos al borde de un domingo vacío.

Los domingos, la humanidad se para a tomar aliento, pero resulta que es peor, no pasa nada: los domingos asoma la nada de la Nada, y hay que volver a empezar en la oficina, hasta el nuevo fiebrón del sábado noche, que nos salven los Bee Gees, los Beatles, Ringo Star, el gran Mick Jagger, que nos salven si pueden, Ramoncín o quien sea, de nuestra juventud, nuestra vejez, a ser posible de nuestros recuerdos, de lo que está pasando y no pasando, Pablo Iglesias sin cabeza, noventa y tantos heridos en el «Metro", Madrid con agua para poco tiempo, Madrid sin el agua al cuello, y el camarada Breznev preñado de poderío y cortisona.

Vender, vender, vender, dicen los fanáticos del materialismo histórico o el marketing sentimental que lo que importa es vender, pero no: lo que importa es salvarse, es aturdirse, llenar con esta música de rock el vacío de la Historia y el miedo a lo que venga, los neutrones, como píldoras para el sueño, en la mesilla de noche de la humanidad.

Eran los Bee Gees unos hermosos segundones de los Beatles, unos frustrados de la década prodigiosa, los felices sesenta, con el mayo francés y todo eso, y ahora les llama boomerang el Daily Mail, porque han vuelto a decirnos que el amor es más espeso que el agua, cosa que todos hemos comprobado por la dificultad de hacer el amor en el agua, mayormente, con los peces solubles de Breton.

Dice Rilke -supongo que era Rilke- que la música nos inventa un pasado que no conocíamos. Se refiere, claro, a la gran música que escuchaba él al costado de la señora de Turri y Taxis, señora que era Europa misma, como Oriana Guermantes, figurín del que Europa se hizo un traje. Pero todos llevamos un Rilke hortera en el corazón y para nosotros se hace esta música sucia de los sábados noche, la comestible música de todos, desde el jazz a Machín o los Bee Gees, para inventarnos un pasado que no tenemos, incluso un futuro que tampoco tenemos, en esta sociedad de precio estable.

Qué mentira, la música, qué necesaria mentira. Los filósofos filosofan sobre la armonía de las esferas, y la música le pone pentagrama a esa armonía, y quienes tenemos el oído popular y duro bailamos con el girar cansado de los astros en el sábado noche, puro sabor discoteque, engañados por todos en un siglo tan viejo que es pura filatelia. Hasta Pemán escribe artículos aún -¿o es Madariaga?-, y estamos tan cansados, tan cansados, que lo de Portugal, la revolución y todo aquello, nos suena a siglo pasado por la tele, y los claveles de Cunhal se nos han secado en el pelo, sin darnos cuenta, como los de Estrellita Castro. Somos póstumos.

Fiebre del sábado noche, qué vacío cuando pasa la fiebre, que los Bee Gees van para treintones, pronto se cansarán, que no decaiga, a ver quién coge el ritmo y los claveles, que son los que ahora llevan los jinetes del Rocío hasta la Blanca Paloma, cruzando a caballo nuestra plaza Mayor, entre dinastías y álbumes de sellos. Fiebre del sábado noche. Suenan los Bee Gees mientras escribo esto. El amor, sí, es más espeso que el agua. Hagamos el amor, si es que nos dejan.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_