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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Salida de urgencia para el Metro de Madrid

LA FRECUENCIA de accidentes en el Metro madrileño es ya alarmante. Diez en dos años, con 211 heridos. El de ayer, con sus 99 heridos más -diez de ellos graves-, constituye, sin duda, el más espectacular. Y, como siempre, las explicaciones que se han dado en el pasado -y que se siguen dando en la actualidad- son insuficientes y poco satisfactorias. Pues ya no se trata de determinar las causas de los accidentes, de los conflictos en otras ocasiones, o de los problemas financieros. El Metro madrileño es un tema que hay que considerar en su conjunto de manera, al mismo tiempo, detenida y radical. Pues se trata de un servicio público esencial de la capital de España, de un conjunto de más de cuatro millones de habitantes, que se configura como una compleja maraña de problemas de todo tipo donde, al parecer, todos los senderos se bifurcan.Madrid tiene un diámetro de su casco urbano de, aproximadamente, treinta kilómetros. Ha crecido a lo ancho y su circula ción rodada, a consecuencia de la desorganización urbanística y de la falta de previsión tradicional de sus gestores, es una de las más complicadas del mundo. El Metro es, en teoría, la mejor de las soluciones para resolver los problemas de tráfico y comunicación de una de las ciudades más pobladas del globo. Y, pese a todo, el madrileño, aunque utiliza el Metro, lo hace en proporción mucho menor que en el resto de las capitales del mundo desarrollado, de Nueva York a Moscú, pasando por París y Londres.

En 1976, el Metro madrileño absorbió 450 millones de viajeros: pero en la cuenta de explotación figuran descensos implacables de usuarios y de circulación. Es natural: el Metro de la capital de España es un medio de transporte incómodo, sucio, maloliente, lento, impuntual, caro, con una red muy limitada para las necesidades reales de la ciudad y sus habitantes, y que, para colmo, suele ir hasta los topes la mayor parte de lajornada porque cayéce de capacidad para absorber, pese a todo, a los usuarios que le quedan. Utilizar este medio de transporte en Madrid es ganarse a la desesperada ese cielo hasta el que, al parecer, otrora se llegaba desde Madrid. Los accidentes se producen con la profusión evidentemente proporcionada a estos defectos, pues, además, las instalaciones son malas y el material rodante viejo; a pesar de que el accidente de ayer ocurriera en un tren y en una vía de las más modernas de la red. Los conflictos sociales, por su parte, ahora que ya pasaron los tiempos de la militarización, son ra lógica consecuencia de una situación financiera tan lamentable que roza la catástrofe. No es de extrañar que en 1977 haya habido 75 millones de viajes menos servidos por este medio tan arriesgado como insuficiente.

El Metro de Madrid debe ser estudiado en un contexto mucho más amplío, el del urbanismo y las necesidades de comunicación de una ciudad que es, ya de por sí, un gigantesco nudo de problemas. Pues, además, la situación económica de la Compañía Metropolitano -sociedad privada, con pequeña participación pública y escasa bancaria, pero formada en su gran mayoría por 24.000 pequeños accionistas semiarruinados- es caótica. Con 5.000 millones de pesetas de déficit, en sus dos últimas juntas generales estos pequeños accionistas se opusieron a una posible municipalización o nacionalización de la Compañía, porque ven sus intereses amenazados. Por otra parte, este parece el único camino para el Metro madrilefice si no se quiere acabar convirtiéndolo en museo-desván de catacumbas, escenario de batallas y accidentes de todo tipo, englutido bajo una ciudad de circulación caótica y colapsada.

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Municipalizar el Metro, o nacionalizarlo. ¿Cómo justificar los gastos de 16.000 millones de pesetas -indemnizaciones incluidas- que supondría tal operación, y que, en resumidas cuentas, recaerían sobre las espaldas de la colectividad? El Ayuntamiento de la capital no está.en situación de poder apechar con tal carga. El Ministerio de Transportes ya ha declarado su deseo de pasar del mismo cáliz. La campaña para que los madrileños utilicen con más frecuencia los autobuses de superficie -la Empresa Municipal de Transportes, 3.000 millones de déficit más- en lugar de emplear sus vehículos privados parece también haber fracasado. El problema es urgente, complejísimo y total. Madrid carece de un servicio público de comunicaciones a la altura de sus necesidades, de sus metas y de su propia dignidad.

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