La utilidad de las cabinas telefónicas
La semana pasada, por una cuestión imprevista, me vi en la obligación de realizar una llamada desde la calle; la zona en la que me encontraba era Colón, y a la altura de Marqués de la Ensenada hallé una cabina. Aparentemente todo estaba en orden, pero en el momento de la contestación el duro salió disparado por el recuadro destinado a este fin, y que de no estar cerrada la puerta hubiera tenido que recogerlo fuera. Continué calle arriba, en dirección a Alonso Martínez, y entré en otra cabina. Aquí el caso fue mucho más curioso. Dio lugar a la contestación sin que la persona del otro lado de la línea pudiera oírme; al ver que la comunicación era imposible, colgué, pero... ¡cual no sería mi sorpresa cuando la máquina, delicadamente, me devolvía una peseta! Por supuesto, es un gesto que yo agradecí; no es fácil que tan generosamente le devuelvan a uno «su dinero», que en estos casos es legal considerarlo perdido. El tercer intento, que según el refrán suele tener éxito, fue nuevamente fallido, y de un modo mucho más desagradable. Ya en la plaza de Santa Bárbara, abrí la puerta de otra cabina, sin poder pasar de ahí. El suelo, utilizado para los mismos menesteres que se utiliza un WC, impedía cualquier intento de dar un paso. Siento tener que relatar un hecho parecido, teniendo en cuenta la susceptibilidad de ciertos olfatos, pero me temo que es peor presenciarlo.Me hago eco de este problema que, aun teniendo teléfono, pienso en los muchos madrileños que se desplazan de casa a diario para esta labor y, tras varios intentos, vuelven sin haber conseguido nada, y si es caso, con un par de duros menos en el bolsillo.
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