El pasado catalán y la revalorización de la pintura histórica
Auspiciados por el museo de Historia de la Ciudad se han celebrado en la real capilla de Santa Agueda, en el meollo del barrio gótico barcelonés, unos actos culturales de muy curiosa significación: la glosa, a cargo de tres especialistas en temas del pasado catalán: Garrut Cabestany y Josep María Ainaud, de sendos cuadros al óleo temporalmente allí expuestos y realizados, en 1885, por Ramón Tusquets, por encargo de un mecenas de la época y sobre motivos históricos: el enfrentamiento del «Conceller en Cap» Fivaller con Fernando I, la triunfal entrada del Príncipe de Viana en Barcelona y el embarque, en las playas de Salou, de las huestes que, bajo el mando del Rey Conquistador, iban a incorporar Mallorca a sus dominios.«¿Empieza la revalorización de la pintura de historia»?
Revival
No me extrañaría que ahora se iniciara el «revival» de aquel género, otrora tan desacreditado, con temas de reyes y batallas, que contemplásemos, con mirada más indulgente, aquellas grandes «machines» elaboradas por artistas de desigual talento, con el afán de obtener medallas y pensiones. Porque ya es sabido: cuando la cultura no avanza con auténticas innovaciones, la moda recurre a restituciones más o menos fidedignas. Ahora, por ejemplo, privan los «pastiches» de los años del «charlestón» o del estilo «arts decós».
Quizá no tardemos mucho en apreciar de nuevo la pintura de historia. En el Occidente de Europa, claro está, porque, en el Este, todos sabemos lo que fue y es la pintura oficial soviética.
He querido ver de cerca los óleos de Tusquets, inspirados en los más arraigados tópicos de la historiografía romántica catalana, para poder formarme una idea exacta de la personalidad de ese artista nacido en Barcelona en 1837 y fallecido en 1904 en Roma, donde trabajó la mayor parte de su vida moviéndose dentro del considerable círculo de pintores catalanes que se habían trasladado a la Ciudad Eterna deslumbrados por el éxito artístico y social de Mariano Fortuny, del cual Ramón Tusquets no sólo fue admirador, sino amigo. Precisamente en el museo de Arte Moderno de la Ciudadela hay un lienzo muy emotivo del barcelonés que describe el entierro del genial reusense bajo una luz crepuscular, un cuadro que, por no estar elaborado en el taller, sino esbozado «in situ», como si de un lienzo impresionista se tratara, está más cerca de nuestra sensibilidad que las grandes composiciones ahora expuestas, por unos días en la prestigiosa capilla gótica.
Sin embargo, estos óleos llenos de sugerencias patrióticas creo que, .al ser contemplados vacíos de su carga literaria y procurando abstraernos del hecho innegable del radical cambio de gusto operado desde la fecha de su realización, en que tanto éxito. tuvieron, resisten la prueba de la calidad. Contienen fragmentos de buena pintura.
Homenaje a Clara
La constatación de que las preferencias del público han variado la hallamos, también ahora, en el homenaje que se ha tributado a la memoria del escultor Clara en el museo que lleva su nombre, y que fue su último domicilio -estudio en la calle de Calatrava- Entramos en el año del centenario del artista de Olot y el Gobierno ha tenido el acierto de editar un sello de Correos de ocho pesetas de valor facial reproduciendo su autorretrato al lápiz, tocado con una boina, realizado en los años cuarenta.
Con motivo de la emisión del sello se ha montado en el museo Clara una exposición filatélica y una personalidad de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre ha disertado en el Salón de Ciento.
Pero no iba por ahí, aunque los acontecimientos referidos -uno de tantos de la actualidad barcelonesa que solicitan momentáneamente la atención del público-, si bien quiero señalar la loable intención de sus organizadores: avivar el recuerdo que debe mantenerse de una figura prestigiosa en nuestro acervo artístico, preservarla del olvido en que fatalmente, por la oscilación pendular de las modas, empieza a sumirse en la memoria colectiva. El proceso es casi inevitable por los cambios generacionales que conllevan las transformaciones -a veces radicales- del gusto, pero no por ello lamentamos la injusticia que supone el vacío que estamos creando todos en torno a la obra de ese gran escultor que, tras el aprendizaje con el paisajista Berga en la escuela de arte de su ciudad natal, se perfeccionó en Toulouse antes de marchar a París. Allí trabajó y ganó fama, singularmente a partir de su gran exposición de 1910. Recordemos al artista que, superando los balbuceos del «fin de siglo» -no en vano quedó fuertemente impresionado por su contacto personal con Auguste Rodin-, realizó una obra cada vez más concreta que si, en cierto momento, pueda parecer, incluso, muy representativa de nuestro «noucentisme» o «mediterranismo» (sus distintas versiones de «La Diosa», una de las cuales adorna un parterre de la plaza de Cataluña, son paradigmáticas), debe ser considerado, lisa y llanamente, como un clásico.
Creo que para algo sirven estos sucesos menores de la actualidad artística barcelonesa.
Conviene, de vez en vez, recapitular, cerciorarnos de que no hemos sido demasiado ingratos con nuestros padres o abuelos.
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