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Henrik lbsen: un dramaturgo de nuestro tiempo

Ciento cincuenta aniversario del nacimiento del escritor noruego

Ayer se conmemoró el 150 aniversario del nacimiento del dramaturgo noruego Henrik lbsen. No resulta exagerado afirmar, como hacen sus compatriotas, que lbsen fue uno de los padres del teatro moderno. Una versión de Hedda Gabler, una de sus obras más famosas, se estrenó recientemente en Londres con un éxito equiparable al que obtienen en tan exigente capital los grandes maestros del género. La obra también se presenta estos días, en Barcelona.

En Noruega, el aniversario de Ibsen se acoge con el entusiasmo con que se trata todo lo relativo a un verdadero héroe nacional. Entre los textos que se han publicado para subrayar su personalidad hay uno en el que se recuerda la fiesta con1a que se celebró el setenta aniversario del nacimiento de este autor dramático. Fue una conmemoración pública que atrajo la atención de todo el mundo y se recibieron en Oslo cientos de regalos para aquel personaje «silencioso, de barba blanca, un caballero impecablemente vestido que miraba hacia las multitudes que le aclamaban a través de sus gafas con montura de oro».En aquella ocasión, el autor de Hedda Gabler, Fantasmas y El pato salvaje recibió un tributo que le hizo sonreír silenciosamente: «La influencia que Ibsen ha tenido en Inglaterra es casi igual a la influencia que pueden producir tres revoluciones, seis cruzadas, un par de invasiones extranjeras y un terremoto. La conquista normanda no fue nada si se la compara con la conquista noruega.» Firmaba est texto George Bernard Shaw.

Henrik lbsen nació el 20 de marzo de 1828,en Skien. Sus familiares eran de origen danés, escocés y alemán. Su padre, que era comerciante, quedó en la más ilustre pobreza cuando Henrik cumplió los ocho años. La pobreza lo convirtió en un ser resentido y tímido, pero a pesar de ello decidió no refugiarse en los libros para superar esas circunstancias. Los libros, diría más tarde, ocultan la verdadera vida. Su convencimiento Ie convertiría, a los ojos de los profesores, en «un muchacho que no muestra una inteligencia muy especial». En efecto, Ibsen estaba más interesado en dibujar lo que había a su alrededor que en demostrar inteligencia ante el maestro.

No iba a ser pintor sin embargo. Pudo haberse quedado en ayudante de boticario si su espíritu retraído no lo hubiera llevado a ser el bohemio del pueblo, excéntrico incomprensible, que para entenderse a sí mismo emprendió la escritura y se refugió en el teatro.

La primera obra escrita por Ibsen, Catalina, vendió treinta ejemplares. El fracaso del dramaturgo se rompió cuando el director de uno de los teatros nacionales noruegos le ofreció su escenario para estrenar cada año una obra verdaderamente noruega, ausente de la omnipresente influencia danesa. Paralelamente, Ibsen tenía que dirigir una misión que resultaba especialmente dificil para un ser tímido. La experiencia fue un desastre, pero el talento del dramaturgo parecía persistir. El Teatro Nacional de Oslo -entonces Cristiania- le contrató como director artístico, pero su experiencia chocó con la mediocridad del ambiente teatral con el que debía relacionarse.

Las relaciones con la sociedad no fueron mejores. Una de sus obras fue Calificada de inmoral por el establishment de la época, y las autoridades rechazaban todas sus peticiones para trasladarse a respirar durante un tiempo al extranjero.

Consiguió su propósito cuando tenía 36 años y emigró a Italia y a Alemania. Los pretendientes, que tuvo un gran éxito en París, precipitó la comprensión de su Gobierno. Al regreso a Noruega, veintiséis años más tarde, ya era «más que un hombre, una pluma», que seguían enfrentándose dramáticamente con el espíritu conservador de su país, satirizado constantemente en sus obras, pero presente siempre en sus obsesiones literarias y poéticas.

La imagen de Ibsen cambió con el éxito. Dejó de ser aquel caballero descuidado para ser un señor vestido con ropas de terciopelo y se convirtió en un negociante que no dejaba de escribir, pero que no vivía ya una existencia dramática y depauperada. Su seguridad personal acentuó su enfrentamiento con la sociedad, a la que le recordaba siempre los problemas más graves y escabrosos que surgen de la convivencia. Las dificultades matrimoniales, las enfermedades venéreas, incesto, la bancarrota, son temas que aparecen en Casa de muñecas, Un enemigo del pueblo, y en otras obras en las que Ibsen demuestra que en efecto era un hombre que observaba con más interés la propia vida que los libros de su biblioteca.

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