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El País Valenciano: pasado y presente de un pueblo en marcha

Profesor de Derecho Político de la Universidad de Valencia

Durante los últimos cuarenta años los valencianos hemos sido a efectos oficiales, entre otras cosas, una región trabajadora pero con muchas fiestas, con una bajísima tasa de conflictividad laboral y con unos caracteres no muy definidos (recordemos las tristemente célebres acepciones de Levante o Sureste o los últimos intentos desesperados de Región Valenciana o Reino de Valencia). Y no entro en los tópicos de la Costa Blanca, la paella o aquello tan siniestro del Levante feliz. Frente a esta clasificación oficial y oficilista, el País Valenciano aparece hoy como un pueblo, como una nación, con unos problemas, internos -no más graves que los que vascos o catalanes puedan tener- que sólo a nosotros corresponde solucionar de forma pacífica, comprensiva y dialogante, y un pueblo, además, que ha sabido manifestarse unido y coherente ante la necesaria autonomía.

Ahora bien, lo que hoy por hoy está ocurriendo en todo el País Valenciano no es algo nuevo sino el fruto de unos antecedentes casi desconocidos no ya sólo por el pueblo español en general, sino, incluso de forma concreta por el pueblo valenciano. El valencianismo político -al igual que los demás ismos periféricos- apareció a principios de siglo. Desde entonces hasta hoy, el valencianismo ha ido lentamente progresando con firmeza -sin olvidar los altibajos impuestos por las circuristancias-. Desde la perspectiva actual podemos observar cómo el sistema de partidos políticos del País Valenciano, desde la reimplantación del sufragio universal (1890) hasta la guerra civil, tuvo fundamentalmente dos características: ser totalmente distinto al que imperaba en el Estado español y mantener en todo el período una misma configuración. Efectivamente, desde finales del siglo XIX y principios del actual, el panorama de fuerzas políticas valencianas presentó ya la existencia de dos grandes bloques de opinión: un bloque laico, progresista y republicano -hegemónico siempre-, y un bloque confesional, consevardor y monárquico. Ambos grupos no aceptaron organizarse políticamente ni en la oposición al sistema (lerrouxismo, socialismo) ni en los partidos dinásticos. Por el contra

rio, ambos grupos tuvieron siempre sus propias organizaciones políticas estrictamente valencianas. Así pues, el sistema de partidos políticos del País Valenciano quedó configurado de forma distinta a la del resto del Estado español.

Por todo ello es posible distinguir en ese sistema de partidos tres grupos de partidos: estatales con organización en el país, Valencianos y valencianistas. La diferencia entre los dos últimos estriba en si consideran al país como región o como nación. Los partidos estatales hasta la II República apenas si tuvieron éxito ya que ni los partidos dinásticos ni lerrouxistas, socialistas o reformistas pudieron tener cierta incidencia salvo cuando fueron coaligados con alguno de los dos bloques mayoritarios -los partidos valencianos- Con relación a los dinásticos hay que precisar que, efectivamente, cuando funcionó el caciquismo si que obtenían actas en el país, si bien hay que reseñar también que en el País Valenciano frente al caciquismo impuesto por Madrid, fue organizándose uno autóctono. Durante la segunda república aumentó algo -aunque no demasiado- la influencia de los partidos estatales. Sin embargo, más de la mitad de las actas de diputados de todo el País Valenciano durante el período republicano, correspodían a partidos valencianos o valencianistas. Al final del periodo republicano y, más concretamente, durante la guerra civil, los propios partidos estatales colaboraron activamente en la consecuencia del Statut d'autonomía.

La influencia del blasquismo

Los partidos valencianos fueron siempre los mayoritarios, pues respondían a los dos grandes bloques de opinión a que hacíamos referencia. E1 bloque laico, progresista y republicano se organizó en el blasquismo y así se mantuvo hasta la II República, en la que sufrió una fuerté crisis pasando gran parte de sus miembros a partidos valencianistas o a partidos estatales. El bloque confesional, conservados y monárquico, tuvo hasta la dictadura sucesivos titubeos: primero, apoyó a la Liga Católica, después al carlismo, más tarde al Partido Tradicionalista, y, finalmente, al Partido Social Popular. Por el contrario, durante la II República este bloque encontró su partido idóneo: la Derecha Regional Valenciana (DRV). Tanto el blasquismo como lo que luego fue la DRV fueron partidos regionalistas, con sectores intergos nacionalistas que se convirtieron en partidos escindidos en los últimos años de la república.

Finalmente, los partidos valencianistas son aquéllos que desde un principio consideraron al País Valenciano como una nación. Fueron partidos, primero minoritarios, pero su influencia aumentó hasta la República, en la que ya resultó elegido el primer diputado nacionalista. Políticamente organizado, el nacionalismo valenciano apareció hacia 1904-5, con Valencia Nova. Más tarde surge el Centre Regionalista -nacionalista también, a pesar del nombre-. Finalmente, en 1918, se crea el primer gran partido nacionalista, Unió Valencianista, que, pese a querer estar por encima de las opciones políticas, su ideología y composición recordaba en no poco a la Lliga. En la izquierda, el fracaso constante de los intentos regionalistas y nacionalistas se debió no al blasquismo -como tantas veces se ha afirmado-, sino a un político no valenciano, Rodrigo Soriano, quien -con unos métodos distintos, pero con finalidades semejantes- se comportó en el País Valenciano al igual que Lerroux en Cataluña.

Durante el período republicano, los partidos valencianistas cobraron gran auge. En la derecha, la Unió Valencianista se mantuvo en un principio, dando paso, luego, a Acció Nacionalista Valenciana -grupo nacionalista escindido de la DRV- En la izquierda, primero surgió la Agrupació Valencianista Republicana, más tarde aparece el Centre d'Actuació Valencianista, luego la Esquerra Valenciana -escisión de los blasquistas nacionalistas- y, finalmente, por reunión de los dos primeros, el Partit Valencianista d'Esquerra. Ya durante la guerra civil cuajaría un nuevo grupo, Nova Germanía.

El País Valenciano, de «segunda categoría»

Ahora bien, el País Valenciano no ha tenido sólo unas fuerzas políticas distintas a las del Estado. El País Valenciano ha experimentado también constantes intentos de lograr la autonomía. Cuando en tiempos cercanos, tanto por parte del Gobierno como por la Oposición, se nos relegaba a una «segunda categoría», tras Cataluña, Euskadi y Galicia, por no haber tenido durante la República un estatuto de autonomía, el pueblo valenciano nunca entendió tales razonamientos. El Estatuto de Cataluña -a causa de las circunstancias del momento- apenas si pudo tener una larga vigencia, los vascos tan sólo lo pudieron disfrutar unos pocos meses y los gallegos ni eso. ¿Y nosotros?: el País Valenciano iba a iniciar, precisamente en el verano de 1936, los trámites oficiales para la consecución del estatuto. Un problema de tiempo y unas circunstancias -la guerra civil-, por lo visto, han sido razones más que «suficientes» para relegarnos a una situación de inferioridad.

Por el contrario, la historia política del País Valenciano en su época reciente muestra numerosos intentos de lograr la autonomía. Baste recordar, y no es una enumeración exhaustiva, los siguientes: el proyecto de Constitución para el Estado Valenciano, de 1904; el proyecto de estatuto de Mancomunidad valenciana de 1924; el anteproyecto de estatuto de la región valenciana, de 1931; el proyecto de bases para el estatuto del País Valenciano, de 1936; el anteproyecto de estatuto de la región valenciana, de 1937; el proyecto de estatuto de autonomía para el País Valenciano, también de 1937, o los más recientes, el anteproyecto de estatuto del País Valenciano, de 1975 (conocido como «estatuto de Elche»), y el anteproyecto de estatuto provisional de autonomía para el País Valenciano, de 1976 (conocido como «estatuto del Consejo»).

Así pues, cuando el 9 de octubre, un número de valencianos proporcionalmente igual al de catalanes el 11 de septiembre -detalle que no conviene olvidar-, se manifestó exigiendo un estatuto de autonomía y afirmándose como nación, no fue ni algo preparado ni fruto de una moda política más o menos pasajera, sino expresión espontánea de un pueblo que lucha por restablecer sus instituciones, por normalizar su cultura y por hacer efectiva una auténtica descentralización comarcal dentro del propio país. La Generalitat del País Valenciano es una necesidad que no puede retrasarse más.

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