Tony Gallardo
Aluminio neo-Bauhaus, acero bruñido a lo Guerra de las Galaxias, bibelots de mármol o metacrilato rayado, pisapapeles de bronco-bronce, pueblan nuestras galerías. Pasaron los caballitos de Marini y las figuras reclinadas de Moore, y vino la ola de los nuevos maleriales. Las servidumbres siguen siendo las mismas. Si la pintura se repite a sí misma como adorno, y «pintar como querer» es privilegio de pocos, más difícil aún resulta encontrar escultura que no sea kitsch. No siguiendo el asunto muy de cerca, es posible que desconozca alguna excepción que confirme la regia. Lo que sí me parece excepcional es el trabajo último de Tony Gallardo presentado ahora en Madrid.
Al escultor no le faltan experiencia y saber hacer en el campo de la escultura tradicional y en el de la tradición moderna. A su edad (nace en Las Palmas, en 1929) lo normal es ir airando, explotar fórmulas. Sobre todo, no recomenzar de cero, no poner en cuestión el propio oficio, no arriesgarse. Al igual que su hermano José Luis en el campo de la teoría, Tony Gallardo, en cambio, se ha sentido implicado en cuestionamientos que la mayoría de los hombres de su generación encontrarían excesivos.
Tony Gallardo
Galería AgoraVentura Rodríguez, 4
Cuando recorre los senderos de la isla reconociendo las piedras, «acostumbrando su mirada a ellas», como dice Manuel Padorno, el escultor nada tiene del demiurgo que busca la materia prima en la transformación de la cuál manifestar su genio. Practicar cortes geométros en la piedra roja de los barrancos, alterar apenas con una incisión la pureza lineal de los callaos que el Atlántico ha pulido, no son operaciones que tengan mucho que ver con la escultura tradicional. Su trabajo, hecho de desplazamientos; de elecciones, es reflexivo antes que formal. Al igual que el guanche que inscribía figuras en el barranco de Balos, o al igual que el campesino que necesita las piedras para tal o cual faena sencilla, Tony Gallardo ha ido a buscar en su tierra lo que necesitaba. Desgajando un bloque de piedra roja, se propone activar la materia, y no hacer una «escultura». Presencia embiemática la de estos dispositivos espaciales a propósito de los cuales es lógico debatir de «archi-escritura de la piedra» (José Luis Gallardo) o de «micro-política del espacio» (Eduardo Alaminos). « En el vacilar ruinoso del imperio, ellas solas implican la estabilidad», decía Víctor Segalen de las estelas chinas. Algo parecido podríamos decir ante estas piedras canarias que, aisladas sobre sus pedestales, piezas de una moderna arqueología, se nos aparecen huérfanas como las estelas incompletas de los museos. Sólo que la estabilidad, en ellas, no encuentra su raíz en el deseo de permanencia de ningún poder o imperio, sino al contrario, en las profundas transformaciones de la moderna cultura canaria, y en una reflexión nueva sobre el arte.
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