Vallecas
Vallecas es una mula pastando en un cementerio de automóviles. Por fin el ministro /alcalde Joaquín Garrigues ha dispuesto unos millones para cambiar por casas las chabolas. Vallecas son tres galgos apodencados e inexplicables, atados a una estaca, hurgando entre la tierra, en el nublado cielo de los pobres.-Ya sólo faltan los millones -me dice Llanos.
El estirón de Vallecas se ha parado en el medio millón de habitantes. Ya no viene inmigración. Hay un 2% de católicos y un 90% de comunistas. Los tendales, entre chabola y chabola, son azote del viento y suenan a fatalidad y huelen a pobreza resignada. El paro es el mal del barrio, y las madres no bautizan a los niños, que no quieren entrar en eso, pero ahorran luego para que el chico haga la primera comunión por Galerías Preciados, que es una ilusión verle de marinero, y ya dice Escobar que para un padre y una madre no hay alegría mayor que ver hacer a sus hijos la primera comunión.
Son radios de chabola que lo cantan, el transistor de la soledad. Alberto Iniesta, el obispo vallecano, está entre revolucionario pacífico y poetilla de seminario:
-Todavía llevo a cuestas el ateo que fui.
Hay niños de catorce años que no han estado nunca en Madrid, que no podrían distinguir el Banco de España de El Escorial. Otros, al ver un pantano, dijeron que si era el mar. A las nuevas generaciones ya no les arrastra el Rayo. «Eso del fútbol fue un engaño franquista.» En la plaza de la iglesia vieja están los adolescentes dándole al porro, mimando la yerba en un mundo circular, cerrado y olvidado, y nadie ha conseguido averiguar por. dónde entra la marihuana en Vallecas. La policía viene de cuando en cuando y se lleva unos cuantos.
-Pero los padres están en la taberna, con el vino, que hace más daño, y no se los lleva nadie.
Angel Nieto, hijo veloz de Vallecas, ha dejado en el barrio un rastro de motos juveniles y explosivas, pero alguien me dice que quizá también especuló con pisos en su pequeña patria obrera. Algunos intelectuales hablan ya de la magia de Vallecas, barrio sin literatura y por eso tan literario. Estamos entre barriada laboral de Europa y aldea tercermundista.
-A los de Vallecas se nos nota cuando andamos por Madrid.
Llanos me enseña su carnet del pecé. Vallecas en invierno es una paz horizontal de perro echado y obrero en paro. En Vallecas hay muchos niños subnormales y muchos matrimonios civiles. Alguien me habla de una escuela para subnormales donde a los padres se les cobra 3.000 pesetas por alumno. Aprenden soldadura y luego las soldaduras se venden a buen precio en las fábricas. La explotación del subnormal -mano de obra que además paga- funciona ya caritativamente en Madrid.
-El otro día vino al barrio Dolores Ibárruri.
Pasionaria vino al barrio con su nieta, qué chavala, y les echaron el himno de Rusia y la bandera. « La abrazaron tanto las comadres que le estropearon el marcapasos.» Siempre un paraíso lejano, imposible, soñado, frío, en la imaginación aterida de los pobres. Pasa un tren, llora un niño, suena el viento en la ropa, los curas comen pollo seco, aunque es viernes de cuaresma, y junto a una farmacia hay una pintada que pide anticonceptivos al Seguro.
-Me van a sacar una entrevista en Bazaar- me dice Iniesta-. Cuánta carne trae esa revista. A mí me da igual, pero a los de arriba no.
Es un barrio tan grande y poblado como Málaga, un barrio con boletín informativo, pastelerías de azúcar escaso y asociaciones de vecinos. Las progres han montado un centro feminista. El Pozo, el Pozo Viejo, Palomeras, Entrevías o esta calle Najarra donde ahora estamos, larga de Norte a Sur, blanca de cales diarias, irreal. Y Ramoncín, la guitarra más violenta entre las mil guitarras de Vallecas. ¿Qué pasa hoy en Vallecas, mientras allá en Madrid no pasa nada? Que arde la adolescencia en marihuana, que el pueblo está parado entre tendales, que esperan el dinero del ministro, que Suárez no ha traído aquí la democracia. El obispo litiesta tiene un dos caballos y el café de Vallecas sabe a pobre.
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