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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los archivos del exilio

LOS ARCHIVOS del Gobierno de la II República española en el exilio vienen a España. Gracias a la disposición de los últimos representantes de esta «España peregrina», jefe del Gobierno y presidente, señores Maldonado y Valera, y a la gestión del señor Sainz Rodríguez en nombre de la Fundación Universitaria Española, estos archivos, que cubren las actividades del Gobierno republicano en el exilio desde 1945 hasta su disolución en 1977, llegarán próximamente a nuestro país. De esta manera se cierra verdaderamente la historia de un capítulo dramático de la historia, que se convierte en patrimonio común, en la memoria de todos los españoles. Y es de subrayar que el buen sentido y la responsabilidad histórica han presidido la actuación, en estos dos últimos años, de los representantes y protagonistas de este avatar histórico que fue el exilio español de después de la guerra civil.La larga supervivencia de esta II República sin tierra y apenas sin súbditos, sin soberanía y casi sin reconocimiento alguno -el último en serle retirado fue el de México, poco antes de su autodisolución-, muestra que el fenómeno del exilio revistió una importancia tal, que su significado histórico se superpone a la misma carencia de entidad real que revistió, sobre todo en los años posteriores al final de la segunda guerra mundial. Sin embargo, los españoles de las últimas generaciones han podido conocer, primero parcialmente y luego de manera casi total, lo que supuso el éxodo de más de medio millón de compatriotas, la gran mayoría de ellos de profesiones intelectuales, o relacionadas con el mundo de la enseñanza, de la cultura y de la política, tras el final de la guerra. Un éxodo que en primer lugar supuso, al lado de la imposición, rápidamente frustrada, de una cultura oficial y censorial, un corte radical y traumático en la historia de la cultura, el arte y el pensamiento españoles del siglo XX.

Pero no hay dictadura que prevalezca contra el espíritu. Los frutos de la cultura del exilio penetraron implacablemente en la actualidad española, sobre todo en los últimos quince años. Si al terminar la guerra las grandes figuras de generaciones anteriores regresaron al país, pues no intervinieron personalmente en la contienda, muchos otros desaparecieron definitivamente en la larga y oscura noche del exilio, perdidos ya para siempre. Otros fueron regresando poco a poco, ganaron premios literarios o realizaron viajes turísticos o profesionales que semejaban retornos a pedazos. No pudieron regresar jamás Cernuda, o Pedro Salinas, o León Felipe, pero algunos nos visitaron, como Max Aub y Ramón Sender, o ya están entre nosotros,como Jorge Guillén. El último de los grandes escritores del exilio, Juan Larrea, todavía ha podido asombrar al público español en una breve visita hace un mes. Sus libros se acumulan en nuestras librerías, y comienzan a surgir historias de lo que fue el exilio, y de su importancia cultural y política en resumidas cuentas.

Es indudable que ni la historia ni la cultura españolas han estado completas durante más de ocho lustros. La recuperación del exilio, su conocimiento real, que ahora comienza, y finalmente la llegada de estos documentos oficiales que se anuncia, completarán la auténtica faz de la España de hoy, por encima de las barreras artificiales que la han deformado durante tantos años.

La Fundación Universitaria Española, entidad privada fundada antes de la guerra, pero que no empezó a funcionar hasta mucho después, y en cuya dirección se hallan nombres como los de los señores Sainz Rodríguez, Morales Oliver o el de marqués de Lozoya, ha contraído la responsabilidad de ser la depositaria de estos archivos republicanos, para conservarlos y ponerlos a disposición de historiadores y estudiosos. Sin embargo, no hay que olvidar que se trata de archivos oficiales, y que su verdadero propietario es el pueblo español. Y que son los Estados quienes en el mundo entero cuidan de la conservación y la utilización de su legado histórico. Bien es verdad que el Estado español no se ha mostrado excesivamente celoso, a lo largo de todos los siglos de su historia, en la conservación de estos legados; que muchos de ellos han podido llegar hasta nosotros gracias a iniciativas privadas o de instituciones eclesiásticas y civiles. Una hermosa tarea para los poderes públicos, sería precisamente la de recopilar, catalogar, conservar y poner a disposición del pueblo toda la memoria oficial de la historia española. Estos archivos que hoy nos llegan son para el pueblo, y su depositario hubiera debido ser el Estado. No es muy ortodoxo que los últimos representantes del Gobierno republicano en el exilio hayan decidido ceder sus archivos oficiales a una fundación privada. Aunque no quepa dudar de la honrada intención que ha presidido, por ambas partes, esta cesión.

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